Bruja mala nunca muere

—Sé que estás enfadada —dijo, y cambió de posición para clavarme el palo en el costado.

 

El fondo de mi jaula estaba lleno de lápices; todos ellos mordisqueados y partidos por la mitad. Jonathan llevaba atormentándome intermitentemente toda la ma?ana. Después de varias horas bufando y embistiéndole, reconocí que mis rabietas no solo eran agotadoras, sino que eran toda una satisfacción para este sádico. Ignorarlo no era ni de lejos tan placentero como arrancarle de la mano los lápices y romperlos a mordiscos, pero esperaba que finalmente se cansase y se fuese.

 

Trent se había marchado para su almuerzo y su siesta hacía media hora. El edificio estaba en silencio, ya que todo el mundo se relajaba cuando Trent salía. Jonathan sin embargo parecía que no iría a ninguna parte. Se contentaba con quedarse y hostigarme mientras comía pasta. Ni siquiera quedándome en el centro de la jaula me libraba de él. Simplemente se buscó un palo más largo. Mi casita había desaparecido hacía tiempo.

 

—Maldita bruja, ?haz algo! —dijo Jonathan moviendo al palo para darme golpecitos en la cabeza. Me golpeó una, dos, tres veces justo entre las orejas. Mis bigotes temblaron. Notaba cómo se me aceleraba el pulso y me dolía la cabeza, pero me resistí a hacer algo. Al quinto golpe no puede aguantarlo más. Me levanté y partí el palo en dos con un mordisco de frustración.

 

—?Eres hombre muerto! —chillé arrojándome contra los barrotes—, ?me has oído? Cuando salga de aquí eres hombre muerto.

 

Jonathan se enderezó y se pasó los dedos por el pelo.

 

—Sabía que podía lograr que te movieses.

 

—Prueba a hacer eso cuando salga —susurré, temblando furiosa.

 

El sonido de unos tacones por el pasillo se fue haciendo más fuerte y me acurruqué aliviada. Reconocí su cadencia. Al parecer Jonathan también. Se incorporó y se alejó un paso. Sara Jane entró en la oficina sin llamar a la puerta como hacía habitualmente.

 

—?Oh! —exclamó bajito, llevándose la mano al cuello del nuevo traje que se había comprado el día anterior. Trent pagaba a sus empleados por adelantado—. Jon, lo siento. Creía que ya no quedaba nadie aquí. —Hubo un incómodo silencio—. Iba a darle a Angel las sobras de mi almuerzo antes de salir a hacer unos recados.

 

Jonathan la miró por encima del hombro.

 

—Ya se las doy yo.

 

Oh, por favor, no, pensé. Probablemente las mojase en tinta antes, si es que llegaba a dármelas. Las sobras del almuerzo de Sara Jane eran lo único que comía y estaba medio muerta de hambre.

 

—Gracias, pero no hace falta —dijo y me sentí más aliviada—. Ya cierro yo la oficina del se?or Kalamack si quiere irse.

 

Sí, eso, vete, pensé con el pulso acelerado. Vete para que pueda intentar decirle a Sara Jane que soy una persona. Llevaba queriendo hacerlo todo el día, pero la única vez que había podido intentarlo con Trent mirando, Jonathan había golpeado mi jaula ?accidentalmente? tan fuerte que la tiró.

 

—Estoy esperando al se?or Kalamack —dijo Jonathan—. ?Seguro que no quieres que se las dé yo?

 

Una mirada engreída cruzó su habitualmente estoico rostro cuando se acercó al escritorio de Trent fingiendo que lo estaba ordenando. Mis esperanzas de que se fuese desaparecieron. Sabía lo que hacía.

 

Sara Jane se agachó para ponerse a mi altura. Sus ojos parecían azules, pero no podía estar segura.

 

—Seguro. No tardaré mucho. ?Va a trabajar hoy el se?or Kalamack durante la hora del almuerzo? —preguntó.

 

—No, solo me ha pedido que lo espere.

 

Me arrastré hacia delante al oler a zanahoria.

 

—Toma, ángel —dijo la mujercita con una agradable voz mientras abría un paquetito hecho con una servilleta—. Hoy solo tengo zanahorias, se les había terminado el apio.

 

Miré hacia Jonathan con recelo. Estaba comprobando la punta de los lápices que había en el cubilete de Trent. Con mucho cuidado me acerqué a por la zanahoria. De pronto sonó un fuerte golpe y di un salto.

 

Una sonrisita asomó en los finos labios de Jonathan. Había dejado caer una carpeta sobre la mesa. La mirada de Sara Jane estaba tan cargada de cólera que hubiera podido cortar leche.

 

—Pare de una vez —le dijo indignada—. No deja de molestarla todo el día. —Con los labios apretados empujó la zanahoria dentro dé la jaula—. Toma, encanto —dijo con tono apaciguador—. Toma tu zanahoria. ?No te gusta el pienso?

 

Hizo caer las zanahorias y dejó los dedos asomando dentro de la jaula.