Bruja mala nunca muere

Me temblaron las piernas por la descarga de adrenalina. Puedo vencer a una rata, pensé mientras la multitud vitoreaba a mi adversario, El Barón Sangriento, que ya aparecía en el foso. No me iba a matar una maldita rata.

 

Se me hizo un nudo en el estómago cuando Trent se deslizó en el banco vacío junto al foso. El hedor era cien veces peor allí. Sabía que incluso Trent podía olerlo. Su cara se arrugó con gesto de desagrado. Jonathan hacía oscilar su peso nerviosamente entre una pierna y otra detrás de Trent. Para ser un pijo remilgado que se planchaba el cuello de la camisa y se almidonaba los calcetines, le gustaban demasiado los deportes violentos. Los chillidos de las ratas casi habían desaparecido ahora que la mitad estaban muertas y la otra mitad se lamía las heridas.

 

Dedicaron un momento o dos a las cortesías entre los due?os, seguidos por un drástico aumento de la excitación orquestado por Jim. No estaba escuchando su palabrería de maestro de ceremonias, estaba más preocupada por mi primera impresión del foso.

 

El círculo era más o menos del tama?o de una piscina infantil, con paredes de casi un metro de alto. El suelo era de serrín decorado con manchas repartidas por todas partes y que probablemente fuesen de sangre. El olor a orina y a miedo era tan fuerte que me sorprendía no verlo en el aire en forma de neblina. Alguien con un retorcido sentido del humor había puesto juguetes para mascotas en la arena.

 

—Caballeros —dijo Jim teatralmente, acaparando mi atención—. Coloquen a sus participantes. Trent se acercó la jaula a la cara.

 

—He cambiado de opinión, Morgan —murmuró—. Ya no me interesas como cazarrecompensas. Eres más valiosa para mí matando ratas de lo que serías jamás matando a mi competencia. Los contactos que puedo hacer aquí son fabulosos.

 

—Vete al cuerno —le repliqué.

 

Ante mi áspero chillido, abrió la puerta y me echó fuera.

 

Caí en el serrín con un ruido amortiguado. El rápido movimiento de una sombra al otro lado del foso me anunció la llegada del Barón Sangriento. La multitud exclamó un ?oh? de admiración y di un salto para esconderme detrás de una pelota. Yo era mucho más bonita que cualquier rata.

 

Vista de cerca, la arena era horrible: sangre, orina, muerte. Lo único que quería era salir de allí. Mis ojos se toparon con los de Trent y él me dedicó una sonrisa cómplice. Creía que podía dominarme. Lo odiaba.

 

El público animaba, y me volví para ver al mismísimo Barón en persona corriendo hacia mí. No era tan largo como yo, pero era más corpulento. Calculé que pesaríamos más o menos lo mismo. No paraba de chillar conforme corría. Me quedé inmóvil sin saber qué hacer. En el último segundo salté y le propiné una patada cuando pasó junto a mí. Era un ataque que había usado cientos de veces. Fue un acto instintivo, aunque como visón resultaba menos eficaz y elegante. Acabé mi patada circular agazapada, observando cómo la rata derrapaba para detenerse.

 

El Barón vaciló y se frotó el hocico donde lo había golpeado. Había dejado de chillar. De nuevo se lanzó contra mí azuzado por el público. Esta vez apunté con más precisión y le alcancé en su alargada cara al saltar hacia un lado. Aterricé agazapada con las patas delanteras colocadas automáticamente a la defensiva, como si luchase contra una persona. La rata derrapó más rápido que antes y se detuvo, chillando y sacudiendo la cabeza como si intentase enfocar. La visión de una rata debía de ser muy limitada. Podía usar eso en su contra.

 

Abalanzándose como un loco sobre mí, El Barón embistió una tercera vez. Tensé mis músculos con la intención de saltar hacia arriba y aterrizar sobre su lomo para estrangularlo hasta dejarlo inconsciente. Sentía náuseas. No mataría por Trent, ni siquiera a una rata. Si sacrificaba uno de mis principios, alguna de mis creencias, me tendría en cuerpo y alma. Si cedía con esta rata, ma?ana podría tener que hacerlo con personas.

 

El griterío del público aumentaba conforme El Barón se acercaba a mí corriendo. Salté.

 

—?Mierda! —chillé cuando la rata derrapó justo debajo, girándose sobre su espalda. ?Iba a caer justo encima de él! Aterricé con un suave golpe y chillé cuando sus dientes se aferraron a mi hocico. Presa del pánico, intenté liberarme. Pero no cedió. Ejercía la presión justa para que no pudiese escapar. Retorciéndome sobre él, pataleé para soltarme, golpeándole la tripa con mis zarpas. La rata chillaba con mis golpes y poco a poco fue soltando mi hocico. Finalmente aflojó el mordisco de mi hocico lo suficiente para zafarme de él.