Retrocedí unos pasos frotándome la nariz y preguntándome por qué no me la habría arrancado de cuajo. El Barón se puso sobre sus cuatro patas de un salto. Se tocó el costado allí donde le había golpeado primero y luego la cara y también la tripa donde le había golpeado con las patas traseras, como catalogando la lista de da?os que le había producido. Levantó una pata para frotarse el hocico y sobresaltada, me di cuenta de que me estaba imitando. ?El Barón era una persona!
—?Dios mío! —chillé y El Barón asintió una vez. Mi respiración se hizo aun más rápida. Miré a mí alrededor y vi a la gente apretada contra las paredes del foso. Juntos puede que lográsemos salir de allí. El Barón hizo una serie de ruiditos hacia mí y el público se quedó en silencio.
De ninguna manera pensaba desaprovechar esta oportunidad. El Barón retorció sus bigotes y arremetí contra él. Ambos rodamos por el suelo en una pelea inofensiva. Lo único que debía hacer era pensar en cómo salir de allí y comunicárselo al Barón sin que Trent se diese cuenta.
Chocamos contra una rueda de ejercicios y nos separamos. Me puse en pie y me giré buscándolo. Nada.
—?Barón! —chillé, pero no estaba. Me di la vuelta preguntándome si una mano desde fuera lo habría sacado del foso. Oí unos ara?azos rítmicos desde la cercana torre de bloques. Me esforcé por no girarme. Me sentí aliviada. Seguía estando allí y ahora se me había ocurrido una idea: Las manos entraban en la arena únicamente cuando la pelea había terminado. Uno de nosotros iba a tener que fingir que había muerto.
—?Eh! —grité cuando El Barón se me echó encima. Sus afilados dientes mordieron mi oreja, rasgándola. La sangre manó hasta mis ojos dejándome medio ciega. Furiosa, lo lancé por encima de mi hombro.
—?Qué co?o te pasa? —le grité cuando cayó al suelo. La multitud gritaba enardecida, obviamente desestimando nuestro comportamiento anterior tan impropio de roedores.
El Barón empezó a soltar una larga serie de chillidos. Sin duda intentaba explicarme lo que pensaba. Me abalancé sobre él mordiéndole la tráquea y haciéndolo callar. Con sus patas traseras me pateó mientras intentaba cortarle el suministro de aire. Se retorció hasta lograr agarrarse a mi hocico con sus u?as. Disminuí la presión por el dolor de sus punzantes garras, dejándolo respirar de nuevo.
Entonces El Barón se desplomó como si por fin me hubiese entendido.
—Se supone que no estás muerto todavía —dije, con su pelaje aún en la boca. Lo sujeté más fuerte hasta que empezó a chillar y a debatirse inútilmente. El griterío de la gente aumentó, presumiblemente pensando que ángel estaba a punto de cobrarse su primera victoria. Miré a Trent. Mi corazón dio un vuelco al ver su mirada de sospecha. Esto no iba a funcionar. Puede que El Barón lograse escapar, pero yo no. Tendría que morirme yo, no él.
—?Pelea! —chillé sabiendo que no me entendía. Dejé de presionar hasta que mi mandíbula quedó floja. Sin entenderme, El Barón se hizo el muerto. Le di una patada en la entrepierna y saltó de dolor librándose de mi débil mordisco. Me alejé rodando.
—Pelea, mátame —le chillé. El Barón sacudió la cabeza intentando enfocar. Se?alé con la cabeza hacia el público. Parpadeó y pareció comprenderlo. Atacó de nuevo. Sus mandíbulas se cernieron sobre mi garganta, cortándome la respiración. Me sacudí frenéticamente lanzándonos contra las paredes. Oía los gritos de la gente por encima del sonido de mi pulso martilleándome la cabeza.
Me estaba mordiendo fuerte, demasiado para respirar. Puedes dejarlo cuando quieras, pensé desesperada. Déjame respirar pronto. Me revolví y chocamos contra una pelota, pero seguía sin soltarme. Me entró el pánico. El Barón era una persona, ?no? No acababa de dejar que una rata me asestase un golpe mortal, ?verdad?
Empecé a defenderme en serio. Me apretó más fuerte. Parecía que la cabeza me iba a explotar en cualquier momento. El pulso me latía con fuerza. Me retorcí y traté de zafarme. Le di un zarpazo en el ojo hasta que se le saltaron las lágrimas, pero aun así no me soltaba. Girando ferozmente fuimos a estrellarnos de nuevo contra la pared. Alcancé su cuello y me aferré a él. Inmediatamente disminuyó la presión y pude dar una agradecida bocanada de aire.
Enfurecida, le mordí con todas mis fuerzas y noté el sabor de su sangre en mis dientes. El me devolvió el mordisco y chillé de dolor. Lo solté y él hizo lo mismo. El griterío del público se dejaba notar casi tan fuerte como el calor de los focos. Ambos nos quedamos tumbados en el suelo de serrín esforzándonos por ralentizar nuestras respiraciones para que pareciese que nos estábamos ahogando el uno al otro. Finalmente comprendí que su due?o también sabía que él era una persona. Ambos teníamos que morirnos.