Bruja mala nunca muere

El público chillaba. Querían saber quién había ganado o si ambos estábamos muertos. Miré entreabriendo un ojo buscando a Trent. No parecía muy contento y supe que nuestra estratagema estaba a medio camino de tener éxito. El Barón se quedó tumbado muy quieto. Dio un débil chillido y yo le contesté bajito. Un escalofrío de nervios me recorrió como un rayo.

 

—?Se?oras y se?ores! —resonó la profesional voz de Jim por encima del bullicio—. Parece que tenemos un empate. ?Podrían por favor los propietarios retirar a sus animales? —La multitud se fue acallando—. Haremos una breve pausa para determinar si alguno de los participantes sigue vivo.

 

Mi corazón se aceleró cuando noté las sombras de las manos acercándose. El Barón dio tres chillidos cortos y de pronto, salió corriendo. Yo lo imité instantes más tarde, agarrando la primera mano que encontré.

 

—?Cuidado! —gritó alguien. Fui lanzada por los aires cuando la mano se sacudió violentamente. Describí un arco por los aires, moviendo la cola en círculos frenéticamente. Vi una cara de sorpresa y aterricé sobre el pecho de un hombre. Gritó como una nena y me sacudió de encima. Caí al suelo con un golpe seco y me quedé algo aturdida. Respiré hondo tres veces y me agazapé bajo su silla.

 

El ruido era extraordinario. Cualquiera pensaría que se había escapado un león, no dos roedores. La gente se dispersaba. La avalancha de pies que corrían junto a la silla era increíble. Alguien que olía a virutas de madera se agachó junto a mí. Le ense?é los dientes y retrocedió.

 

—?Tengo al visón! —gritó un empleado por encima del jaleo—. Dadme una red.

 

Apartó la vista y salí corriendo. Mis latidos eran tan rápidos que sonaban como un ronroneo. Esquivé pies y sillas y casi me doy de bruces contra la pared del fondo. Me goteaba la sangre de la oreja sobre un ojo y veía borroso. ?Cómo iba a salir de allí?

 

—Que todo el mundo guarde la calma —oí decir a Jim por los altavoces—. Por favor vayan al vestíbulo para tomar algo mientras buscamos. Les rogamos que mantengan las puertas de salida cerradas hasta que hayamos encontrado a los dos participantes. —Hizo una pausa—. Y que alguien por favor saque a ese perro de aquí —concluyó elevando el volumen.

 

?Puertas?, pensé mientras observaba ese manicomio. No necesito una puerta, necesito a Jenks.

 

—?Rachel! —oí gritar sobre mi cabeza. Chillé al ver a Jenks aterrizar en mi hombro con un ligero golpe—. Estás horrible —me gritó en mi rasgada oreja—. Creía que esa rata había acabado contigo. Cuando pegaste un brinco y agarraste la mano de Jonathan ?casi me meo en los pantalones!

 

—?Dónde está la salida? —intenté preguntarle. Cómo había logrado encontrarme tendría que esperar.

 

—Ni idea —dijo a la defensiva—. Me fui como me dijiste. Acabo de volver. Cuando Trent salió con el trasportín para gatos supe que estabas dentro. Me colé bajo el parachoques. ?A que no sabías que así es como se desplazan los pixies por la ciudad? Más te vale mover tu culo peludo antes de que alguien te vea.

 

—?Adónde? —chillé—. ?Adónde voy?

 

—Hay una salida trasera. He echado un vistazo durante la primera pelea. Tío, esas ratas son brutales. ?Viste la que le arrancó el pie a otra de un mordisco? Sigue por esta pared unos seis metros y luego baja las escaleras, llegarás a un pasillo.

 

Empecé a moverme y Jenks se agarró fuerte a mi pelaje.

 

—Agg, tu oreja tiene muy mala pinta —dijo mientras bajábamos por las escaleras—. Vale, ahora por el pasillo a la derecha. Hay un hueco… ?no, no entres! —me gritó cuando ya había hecho precisamente eso—. Es la cocina.

 

Me giré y me quedé paralizada al oír pasos en las escaleras. Se me aceleró el pulso. No dejaría que me cogiesen. Ni hablar.

 

—El fregadero —susurró Jenks—, la puerta del mueble no está cerrada, ?de prisa!

 

Al verla me escabullí por el suelo de baldosas intentando no hacer ruido con las u?as. Me colé dentro. Jenks se asomó para mirar por la rendija de la puerta. Me escondí detrás de un cubo y escuché lo que pasaba fuera.

 

—No están en la cocina —gritó una voz amortiguada. Noté que se me aliviaba el nudo de preocupación. Había dicho ?están?. El Barón seguía libre.

 

Jenks se volvió hacia mí con las alas moviéndose tan deprisa que solo se veía un borrón.

 

—Jolín, me alegro de verte. Ivy no ha hecho otra cosa que mirar un mapa de la finca de Trent que encontró no sé dónde —me susurró—. Se ha pasado las noches murmurando y garabateando en papeles. Todas las hojas terminaban arrugadas en un rincón. Mis ni?os se lo han pasado pipa jugando al escondite en el montón que ha acumulado. No creo que se haya dado cuenta de que me he ido. No hace otra cosa que estar allí sentada frente a su mapa, bebiendo zumo de naranja.

 

Olía a basura. Mientras Jenks parloteaba como un adicto al azufre que necesitase su dosis, exploré el maloliente mueble. Descubrí que la tubería del fregadero iba por debajo del edificio, bajo el suelo de madera. El hueco entre la tubería y el suelo era lo suficientemente ancho para que cupiesen mis hombros. Empecé a mordisquearlo.