Bruja mala nunca muere

—Bueno, ?entonces piensas quedártelo? —me preguntó.

 

Lo miré con ojos inexpresivos y Jenks se rió.

 

—A tu nuevo nooooovio —dijo burlonamente.

 

Apreté los labios al detectar cierto regocijo en los ojos de Ivy.

 

—No es mi novio.

 

Jenks revoloteó sobre el tarro abierto de miel, recogiendo brillantes hebras y llevándoselas a la boca.

 

—Ya os vi a los dos en la moto —dijo—. Mmm, ?qué bueno está esto! —Cogió otro pu?ado y sus alas comenzaron a zumbar intensamente—. Vuestras colas se estaban rozando —se burló.

 

Harta, le solté un manotazo. Salió disparado fuera de mi alcance para regresar enseguida.

 

—Tenías que haberlos visto, Ivy. Rodando por el suelo, mordiéndose el uno al otro —dijo riéndose hasta sufrir un ataque de risitas agudas. Lentamente incliné la cabeza conforme él se escoraba hacia la izquierda—. Fue amor al primer mordisco.

 

Ivy se giró.

 

—?Te mordió en el cuello? —dijo completamente seria salvo por la expresión de sus ojos—. Oh, entonces seguro que es amor. A mí no me dejarías que te mordiese en el cuello.

 

?Qué estaba pasando aquí? ?Qué era esto, la noche de meterse con Rachel? No me sentía muy cómoda, así que saqué otra rebanada de pan para hacerme el sandwich y aparté de nuevo a Jenks de la miel. Se inclinaba y zigzagueaba erráticamente, esforzándose por mantener un vuelo estable a pesar de que el azúcar se le había subido ya a la cabeza.

 

—Eh, Ivy —dijo Jenks escorándose hacia los lados y lamiéndose los dedos—, sabes lo que dicen del tama?o de la cola de las ratas, ?verdad? Cuanto más larga es la cola, más…

 

—?Cállate! —grité. El grifo de la ducha se acababa de cerrar y contuve la respiración. Un hormiguero de anticipación me obligó a sentarme derecha en la silla. Miré a Jenks, que no paraba de reírse tontamente por el atracón de azúcar—. Jenks —le dije poniéndome seria—, vete.

 

No quería exponer al Barón a un pixie en estado de embriaguez.

 

—Nanay —me replicó volviendo a coger un pu?ado de miel. Irritada, cerré el tarro. Jenks soltó un suspiro de aflicción y le hice un gesto con la mano para que volviese al colgador de utensilios. Con un poco de suerte se quedaría allí hasta que se le pasase la borrachera, unos cuatro minutos como máximo.

 

Ivy salió de la cocina mascullando algo acerca de unos vasos en la salita. El cuello de mi albornoz estaba mojado por el agua que me caía del pelo y tiré de él. Me limpié la miel de los dedos que me temblaban como si estuviese nerviosa antes de una cita a ciegas. Esto era ridículo. Ya lo conocía. Incluso habíamos tenido la versión roedora de una primera cita: un enérgico encuentro en el gimnasio, una acalorada persecución de gente y perros, incluso un paseo en moto por el parque; pero ?qué se le dice a un tío al que no conoces y que te ha salvado la vida?

 

Oí crujir la puerta del cuarto de ba?o. Ivy se detuvo sobresaltada en el pasillo. Se quedó allí de pie con el rostro inexpresivo y dos tazas colgando de los dedos. Yo me cubrí las piernas con el albornoz, preguntándome si debía levantarme. La voz de El Barón llegó hasta la cocina.

 

—Tú eres Ivy, ?verdad?

 

—Mmm… —titubeó Ivy—, te has puesto mi… albornoz —terminó de decir. Estupendo, pensé haciendo una mueca. Ahora El Barón llevaba el olor de Ivy. Buen comienzo.

 

—Oh, lo siento. —Su voz era agradable. Resonante y grave. No podía esperar a verlo. Parecía que a Ivy le costaba encontrar las palabras. El Barón respiró profundamente—. Lo encontré en la secadora. No tenía nada más que ponerme. Quizá debería ir a ponerme una toalla…

 

Ivy dudó un instante.

 

—Mmm, no —dijo con un poco habitual tono divertido—, está bien así. ?Ayudaste a Rachel a escapar?

 

—Sí, ?está en la cocina? —preguntó.

 

—Sí, entra. —Ivy entró delante de él poniendo los ojos en blanco—. Es un pringado —dijo casi inaudiblemente pero moviendo mucho los labios. Me quedé helada, ?un pringado me había salvado la vida?

 

—Eh, hola —dijo él quedándose de pie tímidamente en la puerta.

 

—Hola —dije demasiado desconcertada para decir nada más mientras lo miraba de arriba abajo. Llamarlo pringado no era justo, pero comparado con los hombres con los que Ivy solía salir, puede que lo fuese.