Bruja mala nunca muere

El Barón era igual de alto que Ivy, pero su constitución era tan delgada que parecía aun más alto. Sus pálidos brazos asomaban por debajo de las mangas del albornoz negro de Ivy y en ellos se veían algunas cicatrices, presumiblemente de las peleas de ratas. Se acababa de afeitar. Tendría que buscarme una maquinilla nueva, la que le había cogido prestada a Ivy estaría probablemente destrozada. Tenía los bordes de las orejas roídos y resaltaban los dos puntos rojos a ambos lados del cuello, tanto que dolía verlos. Coincidían con los míos y me ruboricé avergonzada.

 

A pesar de su delgada figura, o quizá precisamente por eso, parecía un tipo agradable, un ratón de biblioteca. Llevaba el pelo negro largo. Por la forma que tenía de apartárselo de los ojos supuse que normalmente lo llevaba más corto. El albornoz le daba un aspecto suave y cómodo, pero la forma en la que la seda negra se pegaba a sus magros músculos me distraía la mirada. Ivy estaba siendo exageradamente crítica. Tenía demasiados músculos para ser un pringado.

 

—Eres pelirroja —dijo, moviéndose por fin—, creí que serías casta?a.

 

—Y yo creía que eras más… bajito.

 

Me levanté cuando se aproximó y tras vacilar un momento sin saber qué hacer él extendió el brazo tímidamente por encima del pico de la mesa. Vale, no era Arnold Schwarzenegger pero me había salvado la vida. Más bien era algo entre un joven y bajito Jeff Goldblum y un desali?ado Búcaro Banzai.

 

—Me llamo Nick —dijo estrechándome la mano—, bueno, en realidad es Nicholas. Gracias por ayudarme a salir de aquel foso de ratas.

 

—Yo soy Rachel. —Estrechaba bien la mano, con la firmeza justa, sin intentar demostrar lo fuerte que era. Me acerqué a una de las sillas de la cocina y ambos nos sentamos—. Y no ha sido nada. Creo que más bien nos ayudamos el uno al otro. Puedes decirme que no es asunto mío pero ?cómo demonios acabaste convertido en rata de pelea?

 

Nick se frotó detrás de una oreja con su delgada mano y miró al techo.

 

—Yo, eh, estaba catalogando la colección privada de libros de un vampiro. Encontré algo interesante y cometí el error de llevármelo a casa. —Me miró avergonzado—. No pensaba quedármelo.

 

Ivy y yo intercambiamos miradas. Solo lo estaba tomando prestado, sí, claro. Pero si ya había trabajado antes con vampiros eso explicaba su tranquilidad con Ivy.

 

—Me convirtió en rata cuando lo averiguó —continuó diciendo Nick— y luego me regaló a uno de sus socios. él fue quien me llevó a las peleas pensando que como humano tendría la ventaja de mi inteligencia. He ganado un montón de dinero para él. ?Y tú? —me preguntó—, ?cómo acabaste allí?

 

—Mmm —titubeé—, hice un hechizo para convertirme en visón y me inscribieron por error en las peleas.

 

No era una mentira del todo. Yo no lo había planeado, así que acabé allí de forma accidental, la verdad.

 

—?Eres una bruja? —dijo con una sonrisita—, qué guay, no estaba del todo seguro.

 

Me contagió la sonrisa. Me había topado con pocos humanos como él, que pensaran que los inframundanos éramos simplemente la otra cara de la moneda de la humanidad. Siempre era una sorpresa y un placer.

 

—?Qué son en realidad esas peleas? —preguntó Ivy—. ?Una especie de cámara de compensación de delitos donde uno puede librarse de la gente sin mancharse las manos de sangre?

 

Nick negó con la cabeza.

 

—No creo. Rachel ha sido la primera persona con la que me he cruzado y he pasado allí tres meses.

 

—?Tres meses! —exclamé horrorizada—. ?Has sido una rata durante tres meses?

 

Se revolvió en la silla y se apretó el nudo del albornoz.

 

—Sí. Estoy seguro de que todas mis cosas han sido vendidas para pagar mi alquiler. Pero bueno, ?vuelvo a tener manos!

 

Las levantó y noté que, aunque delgadas, estaban encallecidas.

 

Hice un gesto de compasión. En los Hollows era práctica habitual vender las pertenencias de los inquilinos si desaparecían. Y eso pasaba muy a menudo. Tampoco tendría trabajo, teniendo en cuenta que había sido ?despedido? del último.

 

—?De verdad vivís en una iglesia? —preguntó.

 

Seguí su mirada mientras recorría toda la cocina.

 

—Sí, Ivy y yo nos mudamos hace unos días. No nos intimidaron los cadáveres enterrados en el patio de atrás.

 

Esbozó una encantadora media sonrisa. Madre mía, parecía un ni?o perdido. Ivy había vuelto al fregadero y se aguantaba una risita.

 

—Miel —lloriqueó Jenks desde el techo, atrayendo mi atención. Nos miraba desde su cucharón. Sus alas se agitaron hasta convertirse en un borrón cuando vio a Nick. Echó a volar de forma inestable y casi se cae sobre la mesa. Sentí vergüenza ajena, pero Nick sonrió.

 

—Jenks, ?no? —preguntó.

 

—El Barón —dijo Jenks, que se tambaleó al intentar posar al mejor estilo Peter Pan—, me alegro de que puedas hacer algo más que chillar. Me daba dolor de cabeza. ?i, ?i, ?i. Ese chillido ultrasónico me taladraba el cerebro.

 

—Me llamo Nick, Nick Sparagmos.

 

—Bueno, Nick —dijo—, Rachel quiere saber qué se siente al tener las pelotas tan grandes como la cabeza e ir arrastrándolas por el suelo.

 

—?Jenks! —le grité. ?Ay Dios! Negando vehementemente con la cabeza miré a Nick, pero él parecía tomárselo con calma. Los ojos le brillaban al sonreír.

 

Jenks empezó a respirar con rapidez y salió disparado cuando intenté atraparlo. Estaba recuperando rápidamente el equilibrio.

 

—Vaya, tienes una buena cicatriz en la mu?eca —dijo Nick.