—?Por qué no te lo llevas arriba y veis si la ropa del campanario le sirve mientras yo intento reservar una plaza en ese vuelo? —preguntó—. ?Qué vuelo dijiste que era?
Me coloqué un mechón de pelo detrás de la oreja.
—?Para qué? Lo único que necesitamos saber es a qué hora sale.
—Quizá necesitemos más tiempo. Va a ser muy justo. La mayoría de las aerolíneas retrasan los aviones si les dices que tienes restricciones con respecto a la luz del día. Lo achacan luego al mal tiempo o a un peque?o asunto de mantenimiento. No despegan hasta que el sol ha dejado de brillar a treinta y ocho mil pies.
?Restricciones por la luz del sol? Eso explicaba muchas cosas.
—El último vuelo a Los Angeles antes de medianoche —dije.
La cara de Ivy adoptó una expresión absorta y entró en modo ?planificación? tal y como lo recordaba.
—Jenks y yo iremos a la AFI y se lo explicaremos todo —dijo con voz preocupada—. Tú puedes unirte a nosotros en el momento de la acción.
—Eh, espera un momento. Yo iré a la AFI, es mi investigación.
Incluso en la oscuridad era obvio que estaba frunciendo el ce?o y di un paso atrás sintiéndome incómoda.
—Sigue siendo la AFI —dijo cortante—. Es más seguro, sí, pero igualmente pueden detenerte por el prestigio de apresar a una cazarrecompensas que se les escapó a los de la SI. A algunos de esos tíos les encantaría matar a una bruja y lo sabes bien.
Sentí náuseas.
—Vale —admití lentamente. Mi boca comenzó a salivar al oír el gorgoteo del café—. Tienes razón, me mantendré al margen hasta que le cuentes a la AFI lo que estamos haciendo.
La determinación que se leía en los ojos de Ivy se tornó en sorpresa.
—?Me estás dando la razón?
El olor a café me arrastraba hacia la cocina. Ivy me siguió sin hacer ruido al andar. Me rodeé con los brazos al entrar en la habitación más luminosa. El recuerdo de haber estado escondida de las hadas asesinas en la oscuridad abatió mis sentimientos de emoción frente al prospecto de atrapar a Trent. Tenía que hacer más hechizos. Hechizos potentes, diferentes, realmente diferentes. Quizá… quizá negros. Sentí náuseas.
Nick y Jenks estaban mano a mano mientras el pixie intentaba convencer al humano de que le abriese el tarro de la miel. Por la sonrisita de Nick y sus suaves negativas adiviné que sabía algo acerca de pixies, al igual que de vampiros. Me acerqué a la cafetera, esperando a que terminase de salir todo el café. Ivy abrió el armario y me acercó tres tazas. Con la mirada me preguntaba por qué de pronto estaba con los nervios de punta. Era una vampiresa, sabía interpretar el lenguaje corporal mejor que una sexóloga experta.
—La SI sigue amenazándome de muerte —dije en voz baja—. Dondequiera que entra la AFI para obtener una redada más grande, la SI siempre va detrás para involucrarse. Si voy a aparecer en público necesito algo que me proteja de ellos. Algo potente. Puedo hacer algún hechizo mientras estás en la AFI y luego encontrarnos en el aeropuerto.
Ivy se apoyó junto al fregadero con los brazos cruzados.
—Me parece una buena idea —me soltó—. Previsión. Bien.
La idea me alteró los nervios. La magia negra terrenal siempre implicaba matar algo antes de a?adirlo a la mezcla. Especialmente para los hechizos potentes. Supongo que estaba a punto de averiguar si podía hacerlo. Con la vista baja, coloqué las tres tazas en fila.
—?Jenks? —llamé—, ?cómo va la alineación de asesinos ahí fuera?
El aire que levantaron sus alas al aterrizar en mi mano me movió el pelo.
—Muy escasa. Hace cuatro días que no se te ve. Ya solo quedan las hadas. Dales cinco minutos a mis ni?os y ellos las distraerán lo suficiente para que puedas salir cuando lo necesites.
—Bien, voy a buscar unos hechizos nuevos en cuanto me vista.
—?Para qué? —preguntó Ivy con un tono de desconfianza—, tienes un montón de libros de hechizos aquí.
Sentí el sudor caer por mi nuca. No quería que Ivy lo notase.
—Necesito algo más potente —dije girándome hacia ella y viendo su rostro curiosamente inexpresivo. El miedo me tensó los hombros. Respiré hondo y bajé la mirada—. Necesito algo que pueda usar en una ofensiva —dije en voz baja mientras me sujetaba el codo con una mano y con la otra me frotaba la nuca.
—Vaya, Rachel —dijo Jenks, que aleteó excitado hasta colocarse en mi línea de visión. Su diminuto rostro parecía preocupado, lo que no ayudaba nada a mi sensación de bienestar—. ?No será eso acercarte demasiado a la magia negra?
Me latía con fuerza el corazón y ni siquiera había hecho nada todavía.