Nick había encontrado un par de vaqueros gastados en el campanario. Le quedaban anchos y se los tuvo que sujetar con uno de mis cinturones más discretos. Nuestro reverendo ausente era un hombre corpulento. La sudadera gris con el logo de la univer sidad de Cincinnati también le quedaba grande y las botas de jardinero eran irremediablemente grandes también. Pero Nick se las puso igualmente y andaba como un Frankenstein de película mala. De alguna manera, con su altura y lo mono que era, hacía que su aspecto desali?ado resultase atractivo. Yo sin embargo siempre parecía una indigente.
El sol no se había puesto todavía, pero las farolas estaban encendidas al ser un día nublado. Habíamos tardado más en lavar la poca ropa que había dejado el reverendo que en llegar hasta aquí. Me subí el cuello de mi abrigo para protegerme del aire frío y examiné las calles iluminadas mientras Nick le decía unas últimas palabras al taxista. Las noches podían resultar muy frías los últimos días de primavera, pero aunque no fuese así me habría puesto el abrigo largo de todas formas para cubrir el vestido de cuadros que llevaba puesto. Se supone que pegaba con mi disfraz de anciana. Tan solo me lo había puesto una vez antes para un banquete de madres e hijas del que no pude librarme.
Nick salió del taxi, cerró con un portazo y dio un golpecito en el techo del coche. El taxista se despidió con la mano y se alejó. El tráfico fluía a nuestro alrededor. La calle estaba animada al atardecer cuando tanto los humanos como los inframundanos estaban a pleno rendimiento.
—Eh —exclamó Nick mirándome bajo la débil luz—, ?qué les ha pasado a tus pecas?
—Mmm… —titubeé, toqueteándome mi anillo del me?ique—. Yo no tengo pecas.
Nick inspiró y decidió no decir nada, luego vaciló y finalmente preguntó:
—?Dónde está Jenks?
Aturullada se?alé con la barbilla al otro lado de la calle, hacia las escaleras de la biblioteca.
—Se ha adelantado para comprobar que es seguro.
Observé a la gente que entraba y salía de la biblioteca. Estudiando un viernes por la noche. Desde luego, algunos tenían un deseo irrefrenable de arruinar la curva de aprendizaje de los demás. Nick me cogió del codo y me solté de un tirón.
—Puedo cruzar la calle sólita, gracias.
—Vas disfrazada de anciana —murmuró—, deja de balancear los brazos y ve más despacio.
Suspiré e intenté avanzar más despacio mientras Nick cruzaba por mitad de la calle. Los coches le pitaron pero él los ignoró. Estábamos en territorio de estudiantes. Si hubiese cruzado por el paso de peatones habría llamado la atención. Aun así estuve tentada de hacerles un gesto obsceno, pero pensé que reventaría mi disfraz de anciana. O quizá no.
—?Estás seguro de que nadie te reconocerá? —le pregunté al subir las escalera de mármol y acercarnos a las puertas de cristal. Joder, no me extra?aba que se muriese tanta gente mayor. Tardaban el doble en hacer cualquier cosa.
—Sí. —Me abrió la puerta y entré arrastrando los pies—. Hace cinco a?os que dejé de trabajar aquí y los únicos que trabajan los viernes son los novatos. Ahora encorva la espalda e intenta no atacar a nadie. —Le dediqué una sonrisa antipática—. Eso está mejor —a?adió jovialmente.
Cinco a?os, eso significaba que no era mucho mayor que yo. Era lo que me imaginaba, aunque resultaba difícil de adivinar después de pasar tanto tiempo como una rata.
Me detuve en la entrada para orientarme. Me gustan las bibliotecas. Huelen bien y son silenciosas. La luz fluorescente de la entrada parecía demasiado oscura; de hecho, por lo general la luz natural que entraba por las grandes ventanas que ocupaban toda la altura de dos pisos la complementaba. Ahora, la penumbra de la puesta del sol lo inundaba todo.
Mi vista se detuvo de pronto en un torbellino que caía del techo, ?venía directamente hacia mí! Sobresaltada, me agaché. Nick me agarró del brazo. Perdí el equilibrio y mis tacones resbalaron en el suelo de mármol. Con un grito caí al suelo. Tirada con las piernas cada una para un lado me puse roja de vergüenza mientras Jenks revoloteaba sobre mi cabeza riéndose.
—?Maldita sea! —grité—. ?Mira por donde vas!
Hubo un murmullo entre la gente y todo el mundo me miró. Jenks se escondió entre mi pelo. Su risita me estaba poniendo nerviosa. Nick se agachó y me cogió por el codo.
—Lo siento, abuela —dijo en voz alta mirando a todos avergonzado—. La abuela no oye muy bien —a?adió con un murmullo cómplice—, está hecha un vejestorio. —Se giró de nuevo hacia mí con la cara seria pero con un brillo divertido en sus ojos marrones—. Estamos en la biblioteca —gritó—, no hay que hacer ruido.