Bruja mala nunca muere

Tomé aire nerviosa. Nick parecía confuso. Todo el mundo en la SI sabía cómo había muerto mi padre. Agradecí que Jenks no mencionase nada excepto que podía contar con él.

 

—Está bien —dije quitándome el amuleto de detección y colgándolo donde Jenks pudiese verlo. Seguí a Nick hacia el interior ignorando la sensación de miedo que me ponía la piel de gallina. Tanto si contenían magia negra como si trataban sobre magia blanca, no eran más que libros. El poder provenía del uso que se les diese.

 

La puerta crujió al cerrarse y Nick me rozó al pasar junto a mí haciéndome gestos para que lo siguiese. Me quité el amuleto de disfraz y lo metí en mi bolso, luego me deshice el mo?o y agité la cabeza. Al sacudirme el pelo me sentí rejuvenecer medio siglo.

 

Leí los títulos de los libros junto a los que pasamos. Nos detuvimos al ensancharse el pasillo en una sala de tama?o considerable, oculta a la vista desde el pasillo por estanterías de libros. Había una mesa de aspecto oficial y tres sillas giratorias diferentes que no valdrían ni para el escritorio de un becario.

 

Nick caminó decidido hacia el armario de puertas de cristal al otro lado de la habitación.

 

—Aquí, Rachel —dijo abriendo la puerta—, mira a ver si está aquí lo que buscas.

 

Se giró apartándose el mechón de pelo negro de los ojos. Parpadeé ante la penetrante y maliciosa expresión de su rostro alargado.

 

—Gracias. Esto es genial. De verdad te lo agradezco —dije dejando el bolso en la mesa y acercándome a él. Me asaltaron de nuevo las preocupaciones y las aparté de mi mente. Si el hechizo era demasiado desagradable no lo haría.

 

Con cuidado saqué el libro que parecía más antiguo. La AFI encuadernación estaba rasgada por el lomo y tuve que usar las dos manos para manejar el pesado tomo. Lo coloqué en una esquina de la mesa y arrastré una silla frente a él. Hacía tanto frío como en una cueva allí abajo y me alegré de llevar mi abrigo largo. El aire seco olía a patatas fritas. Ahogando mi nerviosismo abrí el libro. La página con el título también había sido arrancada. Usar un hechizo de un libro sin nombre era inquietante. El índice estaba intacto y arqueé las cejas sorprendida. ?Un hechizo para hablar con los fantasmas?… guay.

 

—Tú no eres como el resto de humanos que conozco —le dije a Nick mientras recorría el índice.

 

—Mi madre me crió sola —dijo—, no podía permitirse vivir en el centro y prefería dejarme jugar con brujas y vampiros que con los hijos de los drogadictos. Los Hollows era el menor de los males. —Nick tenía las manos en los bolsillos traseros y se balanceaba de delante hacia atrás mientras leía los títulos de los libros en un estante—. Crecí allí. Fui al Emerson.

 

Lo miré intrigada. Que hubiese crecido en los Hollows explicaba por qué sabía tanto del inframundo, lo necesitaba para sobrevivir.

 

—?Fuiste al instituto de los Hollows para inframundanos? —le pregunté.

 

Zarandeó la puerta cerrada de un armario alto. La madera se veía rojiza bajo la luz fluorescente. Me pregunté qué sería tan peligroso como para estar bajo llave en una sala cerrada con llave, de un sótano cerrado también con llave en los bajos de un edificio gubernamental.

 

Hurgando en la cerradura combada por el calor, Nick se encogió de hombros.

 

—No estaba tan mal. El director se saltó las normas por mí después de que sufriese una conmoción. Me dejó llevar una daga de plata para ahuyentar a los hombres lobo y que me mojase el pelo con agua bendita para que los vampiros vivos no fuesen tan molestos. Eso no los detenía, pero el mal olor que producía funcionaba igual de bien.

 

—?Así que agua bendita? —dije, aunque decidí que prefería mi perfume en lugar de emitir mal olor corporal que solo los vampiros pudiesen detectar.

 

—Los únicos que me causaron problemas fueron los hechiceros y los brujos —a?adió dándose por vencido con la cerradura y sentándose en una de las sillas con sus largas piernas estiradas frente a mí. Le dediqué una sonrisita de complicidad. No me extra?ó que las brujas le causasen problemas—. Pero las bromas cesaron cuando me hice amigo del brujo más malo y feo del instituto: Turk. —Una sonrisita cruzó sus ojos y parecía cansado—. Le hice los deberes durante cuatro a?os. Tenía que haberse graduado hacía tiempo y los profesores se alegraron de encontrar una salida del sistema alternativa para él. Como no iba a lloriquearle al director todo el rato como el pu?ado de humanos que había en el instituto, me convertí en lo suficientemente guay como para juntarme con los inframundanos. Mis amigos cuidaban de mí y aprendí muchas cosas que quizá no habría aprendido sin ellos.

 

—Como que no debes tenerle miedo a los vampiros —dije pensando que era raro que un humano supiese más sobre vampiros que yo.