Bruja mala nunca muere

Con la cara ardiéndome tanto que se hubiera podido tostar pan en ella, mascullé algo y le dejé que me levantase. Hubo un murmullo de burlas y después todo el mundo regresó a sus asuntos. Un inquieto adolescente con la cara llena de granos vino corriendo hacia nosotros, sin duda preocupado por si presentaba una demanda. Con más alboroto del necesario me condujo hasta la oficina sin parar de hablar de suelos resbaladizos que acababan de encerar y de decir que hablaría inmediatamente con el conserje.

 

Yo me aferraba al brazo de Nick y me quejaba de mi cadera, empleándome a fondo en mi papel de anciana. El azorado chaval nos hizo pasar a una zona privada. Con la cara roja siguió mimándome; me sentó en una silla y me colocó los pies en alto en una silla giratoria. Se quedó parado un momento al ver el cuchillo plateado de mi tobillo. Con voz débil le pedí agua y salió disparado para traérmela. Tuvo que intentarlo tres veces para pasar por la puerta automática. Se hizo el silencio cuando la puerta se cerró tras él con un click. Sonriente, mis ojos se encontraron con los de Nick. No era así exactamente como lo habíamos planeado, pero habíamos entrado. Jenks salió de su escondite.

 

—Ha ido como la seda —dijo, salió disparado hacia las cámaras de seguridad—. ?Ja! —exclamó—. Son falsas.

 

Nick me dio la mano y me ayudó a ponerme en pie.

 

—Pensaba bajar por la entrada de la sala de descanso de los empleados, pero por aquí también nos vale. —Lo miré sin entender y él se?aló con los ojos hacia la puerta gris de la salida de incendios—. El sótano es por ahí.

 

Sonreí al ver la cerradura.

 

—?Jenks?

 

—Ya estoy en ello —dijo descendiendo y empezando a manipular la cerradura. La abrió en tres segundos.

 

—Allá vamos… —dijo Nick girando el picaporte. La puerta se abrió para dejar ver una oscura escalera. Nick encendió las luces y escuchó atento—. No hay alarmas —susurró.

 

Saqué un amuleto de detección y lo invoqué rápidamente. Permaneció cálido y verde en mi mano.

 

—Tampoco hay alarmas silenciosas —murmuré colgándomelo del cuello.

 

—Eh —se quejó Jenks—, esto es para principiantes.

 

Comenzamos a descender. El aire era más frío en la estrecha escalera y no había ese reconfortante olor a libros. Cada seis metros colgaba una bombilla desnuda que arrojaba su luz amarillenta sobre la suciedad de los escalones. Había una franja de unos treinta centímetros de mugre en ambas paredes a la altura de la mano que me hizo arrugar la nariz. También había una barandilla, pero no pensaba usarla. La escalera terminaba en un oscuro pasillo con eco. Nick me miró y yo observé mi amuleto.

 

—Está despejado —susurré y él encendió las luces para iluminar el pasillo y dejarnos ver sus techos bajos y las paredes de bloques de hormigón. Había puertas enrejadas hasta el techo por todo el pasillo que dejaban ver perfectamente las estanterías de libros tras ellas.

 

Jenks revoloteaba confiado delante de nosotros. Yo seguí a Nick con el repicar de mis tacones hasta una de las puertas cerradas con llave. Era la sección de libros antiguos. Mientras Jenks entraba y salía por entre los agujeros romboides de la reja, yo me aferraba a ella con los dedos y me ponía de puntillas para centrar todos mis sentidos en los libros. Fruncí el ce?o. Era mi imaginación, por supuesto, pero parecía que podía oler la magia fluyendo de las estanterías de libros, casi podía verla arremolinándose en mis tobillos. La sensación de que un antiguo poder emanaba del almacén cerrado era tan diferente del olor de arriba como lo era un bombón suizo de primera calidad de una chocolatina: embriagadora, dulce y poco saludable.

 

—Bueno, ?y dónde está la llave? —pregunté, consciente de que Jenks no podría forzar la pesada cerradura mecánica y anticuada. A veces los viejos métodos son los más seguros.

 

Nick pasó los dedos bajo una repisa cercana con un brillo en los ojos por alguna frustración del pasado cuando su mano se detuvo.

 

—?Que no tengo la suficiente experiencia como para bajar al almacén de libros? —masculló para sí blandiendo una llave con un trocito de Blutack pegado. Con los ojos fijos miró un rato la llave antigua, que parecía pesada en su mano, antes de abrir la puerta.

 

Mi corazón dio un vuelco y volvió a calmarse al oír el chirrido de la puerta al abrirse. Nick se guardó la llave en el bolsillo con un movimiento repentino y decidido.

 

—Tú primero —dijo encendiendo la luz fluorescente.

 

Vacilé un instante.

 

—?Hay alguna otra salida? —pregunté y él negó con la cabeza. Me dirigí entonces a Jenks—. Quédate aquí —le dije—, cúbreme… las espaldas. —Me mordí el labio—. ?Me cubres la espalda, Jenks? —dije con un nudo en el estómago.

 

El pixie debió de advertir el ligero temblor en mi voz ya que dejó a un lado su entusiasmo y aterrizó en la mano que le ofrecía al nivel de mis ojos y asintió. Los brillos de su camisa negra captaban la luz y se unían al brillo que desprendían sus alas.

 

—Entendido, Rachel —dijo solemnemente—. Por esa puerta no va a entrar nada sin que tú lo sepas, te lo prometo.