—?Cuidado! —gritó Nick empujándome a un lado mientras el babeante perro aterrizaba sobre la mesa.
Caí al suelo, rodé sobre mí misma y me quedé en cuclillas. Nick gritó de dolor. Sonó un fuerte crujido cuando la mesa se deslizó a un lado para chocar contra las estanterías. Salió despedida hacia atrás cuando el perro bajó de ella de un salto. El plástico duro que la cubría se había hecho a?icos.
—?Nick! —grité al verlo acurrucado en un rincón. El monstruo estaba encima de él, husmeándolo. Había manchas de sangre en el suelo—. ?Aléjate de él! —grité. Jenks estaba en el techo, impotente.
El perro se giró hacia mí. Me quedé sin aliento. Sus iris eran rojos y estaban rodeados por un nauseabundo color naranja y sus pupilas eran horizontales como las de las cabras. Sin quitarle la vista de encima, retrocedí. Tanteando con los dedos saqué mi daga de plata del tobillo. Juro que vi una sonrisita canina en su salvaje hocico cuando me libré del abrigo y me quité los tacones de abuelita.
Nick gru?ó y se movió. Estaba vivo. Me sentí aliviada. Jenks estaba sobre su hombro, gritándole al oído que se levantase.
—Rachel Mariana Morgan —dijo el perro con una voz oscura y dulce como la miel. Me estremecí por las frías corrientes del sótano y esperé—. Uno de vosotros le tiene miedo a los perros —dijo como si le hiciese gracia— y creo que no eres tú.
—Ven a averiguarlo —dije con descaro. El corazón me latía a mil por hora. Apreté bien la daga al notar que empezaba a temblar de arriba abajo. Los perros no deberían hablar. No deberían.
Avanzó un paso. Me quedé mirándolo boquiabierta mientras estiraba sus patas delanteras colocándose en posición de andar erguido. Su figura se estilizó, haciéndose humana. Aparecieron ropas: unos vaqueros rasgados con estilo, una chaqueta de cuero negro y una cadena que iba desde el cinturón hasta su cartera. Tenía el pelo de punta pintado de rojo para hacer juego con su rubicunda complexión. Sus ojos se escondían tras unas gafas de sol de plástico. Me quedé inmóvil por la conmoción mientras veía al chico malo ponerse en pie con aire arrogante.
—Me han enviado para matarte —dijo con un acento de barrio bajo londinense, ya con el aspecto de ser miembro de una banda callejera—. Me pidieron que me asegurase de que morías asustada, encanto. No me dieron muchas pistas, así que quizá tarde un rato.
Me tambaleé hacia atrás al darme cuenta demasiado tarde de que estaba casi encima de mí. Su mano se movió demasiado deprisa para ser vista, disparándose como un pistón. Me golpeó antes de que me diese cuenta de que se había movido. Sentí como si mi mejilla explotase con el ardiente dolor, para luego quedarse entumecida. Un segundo golpe en el hombro me levantó del suelo y me estrellé de espaldas contra una estantería de libros.
Caí al suelo entre una lluvia de tomos que me golpeaban al caer. Sacudí la cabeza para dejar de ver girar las estrellas y me levanté. Nick se había arrastrado entre dos estanterías de libros. Le manaba sangre de la cabeza hasta el cuello. Su rostro reflejaba su miedo y su temor. Se llevó la mano a la cabeza y observó la sangre como si significase algo. Nuestras miradas se encontraron. El monstruo se interpuso entre nosotros.
Ahogué un grito cuando saltó hacia mí con las manos extendidas. Hinqué una rodilla, blandí mi daga. Se sacudió cuando la hoja lo atravesó. Horrorizada me escabullí fuera de su alcance. él seguía atacando. Su cara entera se había vuelto brumosa y se recomponía al paso de mi cuchillo. ?Qué co?o era?
—Rachel Mariana Morgan —se burló—, he venido a por ti.
Alargó el brazo y me di la vuelta para salir corriendo. Una pesada mano me agarró por el hombro y me giró. La cosa me sujetó y me quedé inmóvil mientras su otra mano de piel rojiza se cerraba en un mortífero pu?o. Sonrió mostrando unos dientes sorprendentemente blancos y cogió impulso con el pu?o apuntando a mi estómago.
Apenas tuve tiempo de bajar el brazo para bloquear el golpe. Su pu?o lo golpeó. El repentino dolor me dejó sin aliento. Caí de rodillas con un grito desgarrador mientras me sujetaba el brazo. Se echó al suelo conmigo. Con los brazos replegados rodé por el suelo. él cayó pesadamente sobre mí. Su aliento era como vapor en mi cara. Sus largos dedos me agarraron fuerte del hombro hasta que grité de dolor. Con la otra mano se abrió paso bajo mi vestido y serpenteó por mi muslo rebuscando de forma violenta. Abrí los ojos como platos, estupefacta. ?Pero qué rayos hacía?