—?No! —grité cuando abrió la boca y vi sus colmillos. Me mordió con fuerza y grité otra vez. Una llamarada me recorrió el brazo y llegó a mi cuerpo. Me mordisqueó la mu?eca como un perro mientras yo me retorcía de dolor intentando soltarme. Noté que la piel se rasgaba al retorcerme. Levanté la rodilla y lo empujé. Me soltó y caí de espaldas jadeando, paralizada. Era como si Ivy estuviese delante de mí, con mi sangre goteando de su sonrisa. Levantó una mano para apartarse el pelo de los ojos dejando una mancha roja en su frente.
No podía… no podía enfrentarme a esto. Respirando entrecortadamente corrí hacia la puerta. La cosa estiró un brazo con la rapidez de un vampiro y me detuvo. El dolor me atravesó cuando me arrojó contra la pared de hormigón. La pálida mano de Ivy me inmovilizó.
—Déjame que te ense?e lo que hacen los vampiros en la intimidad, Rachel Mariana Morgan —dijo en un suspiro.
Me di cuenta entonces de que iba a morir en el sótano de la biblioteca de la universidad.
La cosa que era Ivy se inclinó sobre mí. Sentía mi pulso martilleándome en la piel. La mu?eca me latía cálidamente. La cara de Ivy estaba a pocos centímetros de la mía. Iba mejorando su habilidad para extraer imágenes de mi mente. Ahora tenía un crucifijo colgado del cuello y olía a zumo de naranja. Sus ojos estaban turbios por el recuerdo de su sensual apetito.
—No —murmuré—, por favor, no.
—Puedo tenerte cuando quiera, brujita —susurró la cosa con una sedosa voz idéntica a la de Ivy.
Me entró el pánico y luché desesperada. La cosa que se parecía a Ivy sonrió mostrando los dientes.
—Tienes tanto miedo —susurró sensualmente, ladeando la cabeza para que su pelo negro acariciase mi hombro—. No tengas tanto miedo. Te gustará. ?No te había dicho que te gustaría?
Di un respingo al notar que algo me tocaba el cuello. Se me escapó un gemido al darme cuenta de que era un rápido lametón.
—Te va a encantar —dijo con el susurro gutural de Ivy—. Palabra de honor.
Me vinieron a la mente imágenes de cuando Ivy me inmovilizó en su sillón. La cosa que me sujetaba contra la pared gru?ó de placer y me apartó la cabeza con la suya. Aterrorizada, grité.
—Oh, por favor —gimió la cosa. Noté sus fríos y afilados dientes rozar mi cuello—. Oh, por favor. Ahora…
—?No! —chillé y me clavó los dientes. Arremetió tres veces con rápidas y hambrientas embestidas. Me desplomé en sus brazos. Aún unidos caímos al suelo. Me aplastó contra el frío cemento. Me ardía el cuello. Una sensación idéntica me quemó la mu?eca, uniéndose ambas en mi cerebro. Me recorrían escalofríos. Lo oía chuparme la sangre, notaba los embistes rítmicos en su intento por exprimir mi cuerpo más de lo que era capaz de darle. Jadeé al invadirme una sensación como de quemazón. Se me tensó todo el cuerpo y fui incapaz de separar el dolor del placer. Era… era…
—?Aléjate de ella! —gritó Nick.
Oí un golpe seco y noté una sacudida. La cosa se me quitó de encima.
No podía moverme. No quería moverme. Me quedé tirada en el suelo, paralizada y aturdida por el sopor inducido por el vampiro.
Jenks revoloteaba sobre mí. El aire que levantaba con sus alas y rozaba mi cuello me provocaba un cosquilleo por todo el cuerpo.
Nick estaba allí de pie con la sangre cayéndole sobre los ojos. Tenía un libro entre las manos. Era tan grande que le costaba sujetarlo. Mascullaba algo entre dientes y estaba pálido y asustado. Sus ojos saltaron del libro a la cosa que estaba aún junto a mí. Se había vuelto a convertir en perro. Con un gru?ido, se abalanzó contra Nick.
—Nick —susurré mientras Jenks me espolvoreaba polvo de pixie en el cuello—, cuidado…
—?Laqueas! —gritó Nick, haciendo equilibrios con el libro sobre una rodilla mientras gesticulaba con una mano.
El perro se golpeó contra algo y cayó. Lo observé desde el suelo. Intentaba levantarse y sacudía la cabeza como si estuviese aturdido. Gru?endo, volvió a saltar contra él, y volvió a caer por segunda vez.
—?Me has encerrado! —gritó furioso, fundiéndose de una forma a otra en un grotesco calidoscopio de morfologías. Miró al círculo que Nick había dibujado en el suelo con su propia sangre—. No tienes los conocimientos para entrar en siempre jamás —gritó.
Inclinado sobre el libro, Nick se humedeció los labios.
—No, pero puedo encerrarte en un círculo mientras estés aquí —contestó dubitativo, como si no estuviese seguro.
Jenks se había posado en mi mano y me rociaba la mu?eca destrozada con polvo de pixie mientras la cosa seguía aporreando contra la barrera invisible. Peque?as columnas de humo se elevaban allí donde sus pies tocaban el cemento.
—?Otra vez no! —gritó enfurecido—. ?Déjame salir!
Nick tragó saliva y caminando sobre la sangre y los libros esparcidos por el suelo se acercó a mí.
—Dios mío, Rachel —dijo dejando caer el libro al suelo con el sonido de páginas rasgándose. Jenks me limpiaba la sangre de la cara entonando una nana de ritmo rápido que hablaba del rocío y la luz de la luna.
Miré al libro roto en el suelo y luego a Nick.
—?Nick? —dije temblorosa con los ojos clavados en su silueta que se recortaba frente a la fea luz fluorescente—. No puedo moverme, Nick. ?Creo que me ha paralizado!