Bruja mala nunca muere

En el sofá no, pensé, mientras dejaba que la apacible sensación del santuario me invadiera. No quería que mi sangre manchase el sofá de Ivy, aunque la verdad es que seguramente esa no fue la primera vez que el mueble veía sangre.

 

Se me hizo un nudo en el estómago cuando Nick se agachó. Noté los blandos cojines bajo mi cabeza. Dejé escapar el aire en un silbido cuando Nick sacó sus brazos de debajo de mí. Oí el clic de la lámpara de mesa y arrugué la cara ante la repentina luz y calor que noté en los párpados.

 

—?Rachel? —oí decir a una voz cercana y alguien me tocó la cara—. ?Rachel!

 

La habitación se quedó en silencio y fue eso lo que realmente me despertó. Abrí los ojos, entornándolos para ver a Nick arrodillado junto a mí. Aún le brotaba sangre de la línea del pelo y el riachuelo de sangre seca se cuarteaba hasta su mandíbula y su cuello. Tenía el pelo alborotado y despeinado y los ojos entornados. Estaba hecho un desastre. Ivy estaba detrás de él, igualmente preocupada.

 

—Eres tú —susurré, sintiéndome mareada e irreal. Nick se echó hacia atrás con un suspiro de alivio—. ?Podría tomar un poco de agua? —dije con voz ronca—. No me encuentro bien.

 

Ivy se inclinó hacia mí, eclipsando la luz. Sus ojos me recorrieron con una imparcialidad profesional que se vino abajo cuando levantó el vendaje que Nick había improvisado sobre mi cuello. Su mirada se tornó sorprendida.

 

—Casi ha dejado de sangrar.

 

—Amor, fe y polvo de Jenks —balbuceé. Ivy asintió.

 

Nick se puso en pie.

 

—Voy a llamar a una ambulancia.

 

—?No! —exclamé. Intenté sentarme pero volví a tumbarme obligada por el cansancio y las manos de Nick—. Me atraparán aquí. La SI sabe que sigo viva.

 

Me eché hacia atrás jadeando. El moratón que el demonio me había hecho en la cara palpitaba al unísono con mi corazón. Un latido idéntico provenía de mi brazo. Estaba mareada. Me dolía el hombro al inspirar y la habitación se oscurecía cuando exhalaba.

 

—Jenks la ha espolvoreado —dijo Ivy como si eso lo explicase todo—. Mientras no vuelva a sangrar de nuevo, probablemente no empeorará. Voy a buscar una manta.

 

Se incorporó con su habitual rapidez y espeluznante gracia. Se estaba poniendo vampírica y yo no estaba en condiciones de hacer nada al respecto.

 

Miré a Nick mientras Ivy se marchaba. Parecía enfermo. El demonio lo había enga?ado. Nos había traído a casa como prometió, pero ahora andaba suelto por Cincinnati cuando lo único que Nick hubiera tenido que hacer había sido esperar a Jenks e Ivy.

 

—?Nick? —susurré.

 

—?Qué? ?Qué puedo hacer por ti?

 

Su voz sonaba preocupada y suave, con un matiz de culpabilidad.

 

—Eres imbécil. Ayúdame a sentarme.

 

Hizo una mueca. Con manos cautelosas y dubitativas me ayudó a incorporarme muy despacio, hasta que mi espalda estuvo apoyada en el brazo del sofá. Me senté y miré al techo hasta que los puntos negros que bailaban y se agitaban desaparecieron. Inspiré lentamente y me miré.

 

La sangre manchaba mi vestido allí donde asomaba bajo el abrigo que me arropaba como una manta. Quizá ahora sí pudiera tirarlo. Una capa marrón de sangre me pegaba las medias a los pies. El brazo con la mordedura estaba gris allí donde no había franjas de sangre pegajosa. Un trozo de la camisa de Nick seguía atado a mi mu?eca y la sangre goteaba del nudo a la velocidad de una gotera en un grifo: plin, plin, plin. Quizá Jenks se había quedado sin polvo antes de llegar a ella. El otro brazo estaba hinchado y parecía que tenía el hombro roto. La habitación se enfrió y luego se calentó. Miré a Nick al notar que me alejaba y perdía la noción de la realidad.

 

—Oh, mierda —masculló mirando hacia el pasillo—, te vas a desmayar de nuevo. —Me agarró por los tobillos y lentamente tiró de mí hasta que mi cabeza se apoyó en el brazo del sofá—. ?Ivy! —gritó—, ?dónde está esa manta?

 

Miré al techo hasta que dejó de dar vueltas. Nick estaba de pie encorvado en un rincón dándome la espalda, con una mano apretada sobre el estómago y la otra apoyada en la cabeza.

 

—Gracias —murmuré y él se giró.

 

—?Por qué?

 

Su voz sonó amarga y parecía agotado. Tenía sangre seca en la cara. También tenía las manos negras y las líneas de sus palmas resaltaban en blanco.

 

—Por hacer lo que creíste mejor.

 

Me estremecí bajo mi abrigo. Sonrió débilmente y su pálido rostro se hizo más alargado.

 

—Había tanta sangre… Creo que me entró el pánico. Lo siento.

 

Su mirada volvió al pasillo y no me sorprendió ver a Ivy entrar con una manta en un brazo, un montón de toallas rosas bajo el otro y un cazo de agua en la mano. La inquietud superó el dolor. Seguía sangrando.

 

—?Ivy? —dije temblorosa.

 

—?Qué? —saltó ella mientras ponía las toallas y el agua en la mesita y me arropaba con la manta como si fuese un ni?o. Tragué saliva e intenté ver bien sus ojos.