Abrí la boca para decir algo pero desapareció y en su lugar aparecieron Matalina y Jenks. Jenks estaba obviamente furioso, pero Matalina parecía impenitente. Revolotearon en una esquina hablando demasiado deprisa y agudo para seguirlos. Finalmente Jenks se marchó con pinta de ir a asesinar a una vaina de guisantes. Matalina se recolocó su vaporoso vestido blanco y revoloteó hasta el brazo del sofá para posarse junto a mi cabeza.
Keasley se sentó en la mesita con mirada de preocupación. Su barba de tres días encanecía y le hacía parecer un vagabundo. Tenía los pantalones manchados de tierra húmeda en las rodillas y me llegaba el olor a aire libre que desprendían. Sin embargo, tenía las manos de piel oscura en carne viva tras habérselas refregado. Sacó un periódico de su bolsa y lo extendió como si fuese un mantel.
—?Y quién hay en la ducha? ?Tu madre?
Resoplé notando la tirantez de mi ojo hinchado.
—Se llama Nick —dije cuando aparecía de nuevo Ivy—, es un amigo.
Ivy hizo un ruido maleducado al colocar la lamparita de pinza en la pantalla de la lámpara de mesa y la enchufó. Hice una mueca arrugando los ojos al recibir el haz de luz y calor.
—?Así que Nick? —dijo Keasley rebuscando en su bolsa y dejando sobre el periódico amuletos, paquetes envueltos en papel de aluminio y botellas—. ?Es un vampiro?
—No, es humano —dije y Keasley se quedó mirando desconfiadamente a Ivy. Sin percatarse de su mirada, Ivy se acercó más.
—Lo peor es el cuello. Ha perdido una cantidad peligrosa de sangre…
—Ya se nota. —El anciano miró descaradamente a Ivy hasta que esta se retiró—. Necesito más toallas y ?por qué no le traes a Rachel algo de beber? Necesita recuperar fluidos.
—Ya lo sé —dijo Ivy dando un vacilante paso hacia atrás antes de girarse para ir a la cocina. Oí entrechocar de vasos y el esperado sonido de un líquido. Matalina abrió su maletín de reparación y en silencio comparó sus agujas con las de Keasley.
—?Algo caliente? —dijo Keasley en voz alta e Ivy cerró de un portazo la puerta de la nevera—. Echemos un vistazo —dijo apuntando la luz directamente hacia mí. Matalina y él estuvieron en silencio un largo rato. Retirándose, Keasley dejó escapar el aire—. Primero será mejor algo para aliviar el dolor —dijo en voz baja, cogiendo uno de sus amuletos.
Ivy apareció en el umbral.
—?De dónde has sacado esos hechizos? —dijo con tono cargado de sospecha.
—Relájate —contestó él con voz distante mientras inspeccionaba cada uno de los discos cuidadosamente—. Los compré hace meses. Ayuda en algo y pon una olla de agua a hervir.
Ivy bufó y se giró, volviendo hecha una furia a la cocina. Oí una serie de chasquidos seguidos por el fogonazo del gas al encenderse. Abrió el grifo a tope para llenar una olla y oí un débil grito proveniente del cuarto de ba?o.
Keasley se había manchado el dedo de sangre para invocar el hechizo antes de que me diese cuenta de nada. Me colocó el amuleto al cuello y tras mirarme fijamente a los ojos para evaluar su eficacia dirigió toda su atención a mi cuello.
—De verdad le agradezco esto —dije notando los primeros síntomas de alivio en mi cuerpo y encorvé los hombros. Era la salvación.
—Yo que tú me guardaría los agradecimientos para cuando te llegue mi factura —murmuró Keasley. Fruncí el ce?o ante la vieja broma y él sonrió marcando aun más sus patas de gallo. Se volvió a concentrar y me pinchó la piel. El dolor atravesó el hechizo y me hizo inspirar bruscamente—. ?Aún te duele? —preguntó innecesariamente.
—?Por qué no la duermes directamente? —preguntó Ivy.
Me sobresalté. Maldita sea, ni siquiera la había oído entrar.
—No —dije cortante. No quería que Ivy lo convenciese para que me llevasen a Urgencias.
—Así no te dolería —dijo Ivy de pie con actitud beligerante vestida de cuero y seda—. ?Por qué tienes que ir siempre por el camino más difícil?
—No voy por el camino difícil, simplemente no quiero que me duerma —le contesté. Mi vista se nubló y me concentré en respirar antes de desmayarme sola.
—Se?oras —murmuró Keasley en el tenso ambiente—, coincido en que sedar a Rachel sería lo más fácil, especialmente para ella, pero no voy a obligarla.
—Gracias —dije lánguidamente.
—?Traes más agua, Ivy? —preguntó Keasley—. ?Y esas toallas?
El microondas sonó e Ivy salió disparada. ?Qué mosca le habrá picado?, me pregunté.
Keasley invocó un segundo amuleto y lo colocó junto al primero. Era otro hechizo contra el dolor. Me regodeé en el doble alivio y cerré los ojos. Volví a abrirlos de golpe cuando Ivy colocó una taza de chocolate caliente en la mesita junto a una pila de más toallas rosas. Con frustración mal enfocada regresó a la cocina para desahogarse dando portazos.