Saqué lentamente de debajo de la manta el brazo que el demonio me había retorcido. La hinchazón había descendido y se me deshizo un peque?o nudo de preocupación. No estaba roto. Moví los dedos y Keasley me puso el chocolate en la mano. La taza estaba reconfortantemente caliente y el chocolate humeante se deslizaba por mi garganta con una sensación protectora.
Mientras bebía de la taza, Keasley colocó las toallas alrededor de mi hombro derecho. Sacó un tarrito exprimible de su bolsa y me limpió los restos de sangre del cuello empapando las toallas. Con sus ojos marrones fijos en mí comenzó a palparme los tejidos.
—?Ah! —grité casi derramando el chocolate caliente al dar un respingo—, ?de verdad era necesario hacer eso?
Keasley gru?ó y me puso un tercer amuleto alrededor del cuello.
—?Mejor? —preguntó. Se me había nublado la vista por la potencia de los hechizos. Me pregunté de dónde habría sacado amuletos tan potentes y luego recordé que sufría de artritis. Hacía falta un hechizo más que fuerte para atajar un dolor así y me sentí mal por pedirle que usase sus hechizos medicinales para mí. En esta ocasión solo sentí presión cuando toqueteó y palpó mi cuello, y asentí—. ?Cuánto tiempo hace que te mordió? —preguntó.
—Eh —musité intentado luchar contra el estado de somnolencia que me infundía el amuleto—, ?al anochecer?
—?Qué son ahora, pasadas las nueve? —dijo mirando el reloj del equipo de música—. Bien, entonces podemos coserte. —Poniéndose cómodo adoptó un aire de instructor y le hizo se?as a Matalina para que se acercase—. Mira esto —le dijo a la pixie—, ?ves que el tejido ha sido cortado y no rasgado? Prefiero mil veces coser un mordisco de vampiro que de hombre lobo. El corte no solo es más limpio, sino que no hay que limpiar las encimas.
Matalina se acercó.
—Las espinas dejan cortes así, pero nunca he podido mantener el músculo en su sitio mientras unía los bordes.
Palideciendo tragué de golpe el chocolate que tenía en la boca y desee que dejasen de hablar como si yo fuese un experimento de ciencias o un trozo de carne para asar.
—Yo uso suturas reabsorbibles de veterinario —dijo Keasley.
—?De veterinario? —dije sobresaltada.
—Nadie controla las clínicas veterinarias —dijo sin darle importancia—. Pero he oído que la vena que recorre el tallo de las hojas de laurel es lo suficientemente fuerte para hadas y pixies. Aunque yo no usaría otra cosa que no fuese tripa de gato para los músculos de las alas. ?Quieres? —Rebuscó en su bolsa y puso varios sobres peque?os de papel en la mesa—. Considéralo un pago por las plantas.
Las alas de Matalina se colorearon de un delicado rosa.
—Esas plantas no eran mías.
—Sí que lo eran —la interrumpí—. Me descuentan cincuenta del alquiler por cuidar el jardín, así que supongo que eso lo convierte en mío, pero sois vosotros los que os ocupáis de él, así que eso lo convierte en vuestro.
Keasley levantó la vista de mi cuello. Matalina puso cara de sorpresa.
—Considéralo parte de los ingresos de Jenks —a?adí—. Es decir, si piensas que aceptaría subarrendar el jardín como parte de su paga.
Hubo silencio durante un momento.
—Creo que eso le gustaría —dijo Matalina en un susurro. Guardó los peque?os sobres en su bolso y salió disparada hacia la ventana y volvió, con lágrimas en los ojos. Su emoción ante mi oferta era evidente. Me preguntaba si habría hecho algo mal y miré toda la parafernalia que Keasley había colocado sobre el periódico.
—?Eres médico? —pregunté, dejando mi taza vacía a un lado con un golpe seco. Tenía que acordarme de buscar la receta de este hechizo. No sentía nada… en ningún sitio.
—No.
Hizo una bola con las toallas empapadas de sangre y agua y las tiró al suelo.
—?Entonces de dónde has sacado todas esas cosas? —insistí.
—No me gustan los hospitales —dijo—. ?Matalina? ?Por qué no coso yo los puntos internos y tú cierras la piel? Estoy seguro de que tu trabajo será más parejo que el mío. —Sonrió con pesar—. Apuesto a que Rachel prefiere que le quede la menor cicatriz posible.
—Ayuda estar a cinco centímetros de la herida —dijo Matalina, obviamente encantada de que se lo hubiese pedido.
Keasley limpió mi cuello con un gel frío. Estudié el techo mientras él cogía un par de tijeras y recortaba lo que yo suponía eran bordes irregulares. Con un ruidito de satisfacción, eligió una aguja e hilo. Noté una presión en el cuello seguida de un tirón y respiré hondo. Mi vista se dirigió hacia Ivy, que entró en la habitación y se inclinó sobre mí, casi bloqueándole la luz a Keasley.
—?Y esa? —dijo se?alando—, ?no deberías coser esa primero? —dijo—. Es la que más sangra.
—No —contestó él dando otra puntada—. Pon otra olla de agua a hervir, ?quieres?
—?Cuatro ollas de agua? —preguntó.