Bruja mala nunca muere

—Ssshh, sshh, idos a casa —la oí susurrar a sus hijos—. Ya sé lo que había dicho, pero he cambiado de idea.

 

Sus protestas iban cargadas de una fascinación horrorizada y me pregunté si tendría tan mala pinta.

 

—?Rachel? —dijo Matalina sobrevolando justo frente a mí, moviéndose atrás y adelante hasta encontrar el punto donde enfocaban mis ojos. La habitación se había quedado preocupantemente silenciosa y me estremecí. Matalina era una cosita tan linda. No era de extra?ar que Jenks hiciese cualquier cosa por ella—. Intenta no moverte, querida —dijo.

 

Un leve zumbido proveniente de la ventana la hizo salir de mi campo de visión.

 

—Jenks —dijo la mujercita pixie, aliviada—, ?dónde has estado?

 

—?Yo? —dijo entrando en mi campo de visión—. ?Cómo habéis llegado aquí antes que yo?

 

—Hemos venido en un autobús directo —dijo Nick sarcásticamente.

 

El rostro de Jenks reflejaba cansancio y tenía los hombros caídos. Esbocé una débil sonrisa.

 

—?Está el pixie bonito demasiado molido para la fiesta? —dije en un suspiro y él se acercó tanto que tuve que bizquear para verlo.

 

—Ivy, tienes que hacer algo —dijo con los ojos muy abiertos y preocupados—. Espolvoreé sobre los mordiscos para ralentizar la hemorragia, pero nunca he visto a nadie tan pálido y que siguiese aún con vida.

 

—Ya estoy haciendo algo —gru?ó Ivy—, apártate.

 

Noté una corriente de aire cuando Matalina e Ivy se inclinaron sobre mí. Me reconfortaba la idea de tener a una pixie y una vampiresa inspeccionando la carnicería de mi cuello. Teniendo en cuenta que la infección la desanimaba, estaría a salvo. Ivy sabría decirme si corría peligro de muerte o no. Y Nick, pensé entrándome la risa tonta, Nick me rescataría si Ivy perdía el control.

 

Los dedos de Ivy me tocaron el cuello y solté un aullido. Ivy dio un respingo retirándose y Matalina se elevó en el aire.

 

—Rachel —dijo Ivy con tono de preocupación—, no puedo hacer nada. El polvo de pixie retendrá la hemorragia un tiempo, pero necesitas puntos. Tenemos que llevarte a Urgencias.

 

—Nada de hospitales —dije con un suspiro. Había dejado de temblar y sentía el estómago raro—. Los cazarrecompensas entran pero nunca salen.

 

No pude resistir el deseo de reírme como una tonta.

 

—?Prefieres morirte en mi sofá? —dijo Ivy, y Nick empezó a pasearse nervioso por la habitación.

 

—?Qué le pasa? —cuchicheó Jenks en voz alta.

 

Ivy se puso de pie y se cruzó de brazos, tenía un aire severo e irritado. Una vampiresa irritada. Sí, era algo divertido por lo que reírse y solté otra risita.

 

—Es por la pérdida de sangre —dijo Ivy impacientándose—, va a oscilar entre la lucidez y la irracionalidad hasta que se estabilice o se desmaye. Odio esta parte.

 

Con la mano buena intenté tocarme el cuello. Nick la cogió y me la metió debajo de la manta.

 

—?No puedo curarte, Rachel! —exclamó Ivy frustrada—. Hay demasiados da?os.

 

—Yo haré algo —dije decidida—. Soy bruja.

 

Me incliné para rodar fuera del sofá y ponerme en pie. Tenía que ir a la cocina. Tenía que hacer la cena. Tenía que cocinar la cena para Ivy.

 

—?Rachel! —gritó Nick intentando sujetarme. Ivy dio un salto hacia delante y me volvió a colocar sobre los cojines. Noté que me quedaba pálida. La habitación daba vueltas. Con los ojos muy abiertos me quedé mirando al techo deseando no desmayarme. Si lo hacía, Ivy me llevaría a Urgencias. Matalina apareció en mi campo de visión.

 

—ángel —musité—, eres un hermoso ángel.

 

—?Ivy! —gritó Jenks con miedo en la voz—. Está alucinando.

 

El ángel pixie me bendijo con una sonrisa.

 

—Alguien debería avisar a Keasley —dijo.

 

—?El viejo merluzo… esto… brujo de ahí enfrente? —dijo Jenks.

 

Matalina asintió.

 

—Dile que Rachel necesita asistencia médica.

 

Ivy también parecía extra?ada.

 

—?Crees que él podrá hacer algo? —preguntó con cierto temor en la voz. Ivy temía por mí. Puede que yo también debiera temer por mí.

 

—Me pidió el otro día unas hierbas del jardín. No hay nada malo en eso. —Matalina se ruborizó. La guapa pixie bajó la vista y se colocó bien el vestido—. Todas eran plantas de potentes propiedades: aquilea, verbena, y cosas así. Pensé que si las quería era porque sabía qué hacer con ellas.

 

—Mujer… —dijo Jenks en tono de advertencia.

 

—Estuve con él todo el tiempo —dijo ella con ojos desafiantes—. No tocó nada salvo lo que yo le dije que podía coger. Fue muy educado, preguntó cómo se encontraban todos.

 

—Matalina, el jardín no es nuestro —dijo Jenks y el ángel se enfadó.