—Si no es mucha molestia —dijo Keasley, arrastrando las palabras. Continuó cosiendo mientras yo contaba los tirones con la vista fija en el reloj. El chocolate no me había sentado tan bien como me hubiese gustado. No me habían dado puntos desde que mi ex mejor amiga se escondió en mi taquilla del colegio y se hizo pasar por mujer lobo. El día acabó con las dos expulsadas.
Ivy vaciló un momento y luego recogió las toallas húmedas y se las llevó a la cocina. Oí correr el agua y otro grito seguido por un golpe amortiguado proveniente de la ducha.
—?Deja de hacer eso! —gritó Nick enfadado y no pude evitar una sonrisita. Enseguida, Ivy estaba de vuelta mirando por encima del hombro de Keasley.
—Ese punto no parece firme —dijo.
Me revolví incómoda y Keasley frunció el ce?o. Me caía bien e Ivy estaba siendo un incordio.
—Ivy —dijo en un susurro—, ?por qué no vas a hacer una ronda de reconocimiento?
—Jenks está fuera. Está controlado —respondió ella.
Keasley apretó la mandíbula y se amontonaron los pliegues de su papada. Lentamente tensó el hilo verde con los ojos fijos en su trabajo.
—Puede que Jenks necesite ayuda —dijo.
Ivy se puso derecha y se cruzó de brazos. Una bruma negra cruzó sus ojos.
—Lo dudo.
Las alas de Matalina se agitaron hasta convertirse en un borrón cuando Ivy se inclinó más cerca y le bloqueó la luz a Keasley.
—Vete —dijo Keasley en voz baja y sin moverse—, estás molestando.
Ivy se retiró abriendo la boca con un gesto que parecía de conmoción. Me miró con los ojos muy abiertos y yo le dediqué una sonrisa de disculpa al tiempo que mostraba que estaba de acuerdo. Molesta, se giró y sus botas resonaron en el suelo de madera del pasillo en dirección al santuario. Hice una mueca al oír el fuerte golpe de la puerta principal reverberando por toda la iglesia.
—Lo siento —dije pensando que alguien debía disculparse.
Keasley estiró la espalda con gesto de dolor.
—Está preocupada por ti y no sabe cómo demostrarlo sin morderte. O eso o es que no le gusta no poder controlarlo todo.
—No es la única —dije—, empiezo a sentirme fracasada.
—?Fracasada? —susurró—. ?De dónde has sacado eso?
—Mírame —dije cortante—. Estoy destrozada. He perdido tanta sangre que no puedo ni tenerme en pie. No he hecho nada por mí misma desde que dejé la SI salvo dejarme atrapar por Trent y que me usase como comida para ratas.
Ya no me sentía una cazarrecompensas. Mi padre estaría decepcionado, pensé. Debí haberme quedado donde estaba, a salvo, segura y muerta de aburrimiento.
—Estás viva —dijo Keasley— y eso no es tarea fácil estando bajo una amenaza de muerte de la SI.
Ajustó la lámpara hasta que arrojó la luz sobre mi cara. Cerré los ojos y me sobresalté cuando me pasó un pa?o frío por el párpado hinchado. Matalina siguió cosiéndome el cuello aunque sus diminutas puntadas pasaban inadvertidas. Nos ignoraba con la circunspección habitual en una madre profesional.
—Estaría más que muerta si no hubiese sido por Nick —dije mirando en dirección al ba?o.
Keasley apuntó la lámpara hacia mi oreja. Di un respingo cuando la limpió con un cuadradito de algodón empapado. Salió negro por la sangre seca.
—Te habrías escapado de Kalamack tarde o temprano —dijo—. Pero en vez de eso te arriesgaste y liberaste también a Nick. No veo ningún fracaso en todo eso.
Entorné el ojo que no estaba hinchado.
—?Cómo sabes lo de las peleas de ratas?
—Me lo contó Jenks cuando venía hacia aquí.
Satisfecha, hice una mueca de dolor cuando Keasley me frotó la herida de la oreja con un líquido maloliente. Noté las palpitaciones sordas bajo los tres amuletos contra el dolor.
—No puedo hacer nada más con esto, lo siento —dijo.
Me había olvidado por completo de la oreja. Matalina ascendió hasta mi campo de visión y nos miró a Keasley y a mí alternativamente.
—Terminado —dijo con su voz de mu?eca de porcelana—. Si puedes terminar solo, yo quisiera… mmm… —Sus ojos expresaban un encantador entusiasmo. Un ángel con buenas nuevas—. Quiero ir a decirle a Jenks lo de la oferta de subarrendar el jardín.
Keasley asintió.
—Tú vete —dijo—, ya no queda mucho por hacer salvo la mu?eca.
—Gracias, Matalina —dije—, no he notado nada.
—De nada. —La diminuta mujercita pixie salió disparada hacia la ventana y luego regresó—. Gracias —susurró antes de desaparecer por la ventana hacia el oscuro jardín.
La salita estaba vacía salvo por Keasley y por mí. Estaba tan silenciosa que podía oír las tapas repiqueteando sobre las ollas de agua hirviendo en la cocina. Keasley cogió las tijeras y cortó la venda empapada de mi mu?eca. El vendaje cayó y mi estómago se revolvió. La mu?eca seguía allí, pero nada estaba en su sitio. No me extra?ó que el polvo de pixie de Jenks no lograse detener la hemorragia. Había trozos de carne blanca amontonados y había peque?os cráteres llenos de sangre. Si ese era el aspecto de mi mu?eca, ?qué pinta tenía mi cuello? Cerré los ojos y me concentré en la respiración. Iba a desmayarme, estaba segura.