Bruja mala nunca muere

—En cuanto al demonio, ?hicisteis un trato con él?

 

Seguí su mirada hacia mi mu?eca y me asusté.

 

—Lo hizo Nick —respondí rápidamente—. Acordó dejarlo salir del círculo si me traía aquí con vida. Nos trajo a través de las líneas luminosas.

 

—Oh —dijo y me quedé helada con su tono inexpresivo. El sabía algo que yo no.

 

—?Oh qué? —le pregunté—. ?Qué pasa?

 

Respiró lentamente.

 

—Esto no va a curarse solo —dijo en voz baja, colocándome la mu?eca en el regazo.

 

—?Qué? —dije apretándome la mu?eca mientras se me revolvía el estómago y el chocolate amenazaba con volver a salir. La ducha se cerró y me entró el pánico. ?Qué me había hecho Nick?

 

Keasley abrió una venda adhesiva medicada y la puso sobre mi ojo.

 

—Los demonios no hacen nada gratis —dijo—. Le debes un favor.

 

—?Yo no hice ningún trato! —dije—. ?Fue Nick! ?Yo le dije que no lo dejara salir!

 

—No es por nada que Nick hiciese —dijo Keasley palpándome el amoratado brazo con suavidad hasta que hice un gesto de dolor—. Los demonios exigen un pago adicional por llevar a alguien a través de las líneas luminosas, aunque tienes dos opciones. Puedes pagar por el pasaje dejando que tu mu?eca gotee sangre durante el resto de tu vida, o puedes aceptar que le debes un favor al demonio y entonces la mu?eca sanará. Yo sugiero lo primero.

 

Me hundí entre los cojines.

 

—Estupendo.

 

Era absolutamente fantástico. Ya le había dicho a Nick que era una mala idea. Keasley tiró de la mu?eca y comenzó a vendármela con un rollo de gasa. La sangre la iba empapando casi en cuanto tocaba mi mu?eca.

 

—No dejes que el demonio te diga que no tienes nada que decir en este asunto —dijo mientras acababa el rollo entero de gasa y pegaba el extremo con un trocito de esparadrapo blanco—. Puedes negociar la forma de pago hasta que ambos lleguéis a un acuerdo. Puede durar a?os incluso. Los demonios siempre te dan opciones y son muy pacientes.

 

—?Opciones! —ladré—. ?Acordar si le debo un favor o andar por ahí como si tuviese estigmas el resto de mi vida?

 

Keasley se encogió de hombros mientras guardaba sus agujas, el hilo y las tijeras del periódico y doblaba la hoja.

 

—Creo que saliste bastante bien parada para ser tu primera confrontación con un demonio.

 

—?Primera confrontación! —exclamé para luego tumbarme con la respiración entrecortada. ?Primera? Ni que fuese a haber una segunda alguna vez—. ?Cómo sabes todo esto? —susurré.

 

Metió el periódico en la bolsa y enrolló la apertura.

 

—Cuando uno vive mucho tiempo se oyen muchas cosas.

 

—Genial.

 

Levanté la vista cuando Keasley me quitó del cuello el amuleto más potente contra el dolor.

 

—Eh —protesté al notar el sordo martilleo de todos mis dolores—, lo necesito.

 

—Te basta con dos. —Se levantó y se guardó mi salvación en un bolsillo—. Así no te harás da?o intentando hacer cualquier cosa. Déjate los puntos una semana más o menos. Matalina te dirá cuándo debes quitártelos. No cambies de forma mientras tanto. —Sacó un cabestrillo y lo dejó en la mesita—. Póntelo —dijo sin más—. Tienes el brazo magullado, no roto. —Arqueó una de sus blancas cejas—. Eres afortunada.

 

—Keasley, espera —dije con una rápida inspiración, intentando aclarar mis pensamientos—, ?qué puedo hacer por ti? Hace una hora creía que me moría.

 

—Hace una hora te estabas muriendo. —Soltó una risita y se balanceó de un pie a otro—. Para ti es importante no deberle nada a nadie, ?verdad? —Titubeó—. Te envidio por tus amigos. Soy lo suficientemente viejo como para no lamentar decirlo. Los amigos son un lujo del que no he disfrutado desde hace mucho tiempo. Si me dejas confiar en ti, considera que estamos en paz.

 

—Pero eso no es nada —protesté—. ?Quieres más plantas del jardín? ?O una poción de visón? Aún sirven para unos días más y yo no volveré a usarla.

 

—Yo no estaría tan seguro —dijo mirando hacia el pasillo al oír el ruido de la puerta del ba?o abriéndose—. Y ser alguien de mi confianza puede resultar caro. Puedo reclamarte algún día, ?estás dispuesta a arriesgarte?

 

—Por supuesto —dije preguntándome de qué huiría un anciano como Keasley. No podía ser peor que aquello a lo que yo me enfrentaba. La puerta del santuario dio un portazo y me sobresalté. A Ivy se le había pasado el enfado y Nick había salido de la ducha. Estarían peleándose de nuevo enseguida y estaba demasiado cansada para hacer de árbitro. Jenks entró zumbando por la ventana y cerré los ojos para reunir mis fuerzas. Los tres a la vez acabarían conmigo.

 

Con su bolsa en la mano, Keasley se giró como si fuese a irse ya.