Bruja mala nunca muere

—No lo calientes, querida —me advirtió Matalina—, Ivy dijo que salieses cuando se quedase fría.

 

Me asaltó una oleada de irritación. Ya sabía lo que había dicho Ivy, pero me abstuve de hacer comentarios. Lentamente, me incorporé y me levanté para sentarme en el borde de la ba?era. La habitación pareció oscurecerse en la periferia de mi visión y rápidamente me envolví con una suave toalla rosa por si me desmayaba. Cuando la habitación dejó de verse gris tiré del tapón de la ba?era y me puse de pie lentamente. El agua se vació ruidosamente y limpié el vapor del espejo, apoyándome en el lavabo para mirarme.

 

Un suspiro agitó mis hombros. Matalina se posó en uno de ellos y me miró con ojos tristes. Parecía que me hubiese caído de un camión. La mitad de mi cara estaba hinchada con un cardenal que se extendía hasta el ojo. El vendaje de Keasley se había caído y se podía ver un profundo corte que dibujaba el arco de la ceja y me dejaba la cara torcida. Ni siquiera recuerdo haberme cortado. Me acerqué más y la víctima del espejo me imitó. Reuniendo todo mi valor me aparté el pelo húmedo del cuello.

 

Se me escapó un suspiro de resignación. El demonio no me había dejado dos agujeros limpios, sino tres pares de lágrimas que se fundían las unas en las otras como ríos y afluentes. Los diminutos puntos de Matalina parecían peque?as traviesas de ferrocarril descendiendo hasta la clavícula.

 

El recuerdo del demonio me hizo estremecer. Había estado a punto de matarme. Simplemente ese pensamiento bastaba para asustarme, pero lo que de verdad me iba a mantener en vela por las noches era saber que a pesar de todo el terror y el dolor, la saliva de vampiro que me había inoculado me había hecho sentir bien. Fuese verdadera o falsa, me había sentido… asombrosamente de maravilla. Me ajusté la toalla alrededor del cuerpo y me aparté del espejo.

 

—Gracias, Matalina —susurré—, no creo que se noten demasiado las cicatrices.

 

—De nada, querida. Era lo mínimo que podía hacer. ?Quieres que me quede para asegurarme que estás bien mientras te vistes?

 

—No. —El sonido de la batidora se oía proveniente de la cocina. Abrí la puerta y me asomé al pasillo. Olía a huevos—. Creo que me las puedo arreglar sola, gracias.

 

La peque?a pixie asintió y salió volando con su costura produciendo un leve zumbido con las alas. Escuché un momento y decidí que Nick estaba ocupado en la cocina. Fui andando con dificultad hasta mi cuarto y suspiré al llegar allí sin ser vista.

 

Me goteaba el pelo cuando me senté en el borde de la cama para recuperar el aliento. La idea de ponerme un pantalón me horrorizaba, pero tampoco pensaba ponerme una falda y medias. Finalmente opté por mis vaqueros anchos y una camisa azul de cuadros que podía ponerme sin que me doliese demasiado el brazo y el hombro. No me habría puesto esa ropa para salir a la calle ni muerta, pero no pretendía impresionar a Nick.

 

El suelo seguía moviéndose bajo mis pies mientras me vestía y las paredes oscilaban si me movía rápido, pero finalmente salí del cuarto con mis amuletos empapados entrechocando en mi cuello. Me deslicé por el pasillo con mis zapatillas mientras me preguntaba si debería intentar ocultar mis cardenales con un hechizo de complexión. El maquillaje normal no iba a taparlos.

 

Nick salió de la cocina y casi me atropello. Tenía un sandwich en la mano.

 

—Aquí tienes —dijo con los ojos muy abiertos al mirar hacia abajo a mis zapatillas rosas y arriba de nuevo—, ?quieres un sandwich de huevo?

 

—No, gracias —dije a la vez que me rugía de nuevo el estómago—, demasiado sulfuro. —Me vino el recuerdo de su mirada sujetando aquel libro negro entre las manos cuando detuvo en seco al demonio en su ataque: asustado, atemorizado… y poderoso. Nunca había visto a un humano que pareciese poderoso. Había sido sorprendente—. Pero me vendría bien algo de ayuda para cambiarme el vendaje de la mu?eca —concluí con tono mordaz.

 

Se encogió y destruyó por completo la imagen de mi cabeza.

 

—Rachel, lo siento…

 

Pasé a la cocina, rozándolo. Oía sus pasos silenciosos tras de mí y me apoyé en el fregadero mientras le echaba algo de comer al se?or Pez. Era completamente de noche fuera. Veía las diminutas lucecitas de la familia de Jenks, que estaba patrullando el jardín. Me quedé helada al comprobar que el tomate había vuelto al alféizar. Me invadió una oleada de preocupación y mentalmente maldije a Ivy… luego fruncí el ce?o. ?Por qué debía importarme lo que pensase Nick? Era mi casa. Era inframundana. Si no le gustaba, que se fastidiase. Podía sentir a Nick detrás de mí en la mesa.

 

—Rachel, de verdad lo siento —dijo y me giré cruzando los brazos. Mi enfado perdería todo su efecto si me desmayaba—. No sabía que te pediría un pago a ti, de verdad.

 

Enfadada, me aparté el pelo húmedo de los ojos y me quedé allí de pie cruzada de brazos.