Cerré los ojos en una larga pausa y dejé la cuchara a un lado. La receta de Nick se me agrió en el estómago y tragué saliva.
—Sí, claro —dijo Nick arrugando la piel alrededor de sus expresivos ojos al cruzarse con mi mirada—. Danos media hora. —El pitido del teléfono sonó fuerte cuando colgó. Se giró hacia mí y resopló—. Tenemos un problema.
Capítulo 29
Me apoyé en un lado del taxi cuando giramos en una pronunciada curva. El dolor superó el poder de los amuletos y me aferré con una mano al bolso, viendo las estrellas. El conductor era humano y había dejado más que claro que no le gustaba conducir por los Hollows de noche. Fue mascullando sin descanso hasta cruzar el río Ohio y entró de nuevo en la zona en la que ?se quedaba la gente decente?. En su opinión lo único que nos salvaba era que nos había recogido en una iglesia y que nos dirigíamos a la AFI, ?una institución decente y recta que defendía el lado correcto de la ley?.
—Vale —dije mientras Nick me ayudaba a ponerme derecha—, entonces esa gente buena y decente de la AFI estaba hostigando a Ivy jugando a poli bueno y poli malo. Alguien la tocó y…
—Explotó —dijo Nick, terminando la frase por mí—. Necesitaron ocho agentes para reducirla. Jenks dice que tres están en el hospital en observación. Otros cuatro fueron tratados y dados de alta.
—Idiotas —murmuré—. ?Y Jenks?
Nick extendió un brazo cuando nos detuvimos en seco ante un edificio alto de piedra y cristal.
—Lo entregarán a una persona responsable. —Su sonrisa parecía un poco nerviosa—. Y en ausencia de alguna, dijeron que tú valdrías.
—Ja, ja —reí sarcásticamente. Miré a través de la ventana sucia del taxi y leí el letrero ?Agencia Federal del Inframundo?, grabado en los dos pares de puertas. Nick descendió sigilosamente del taxi a la acera delante y me tendió la mano para ayudarme. Lentamente me abrí paso e intenté orientarme mientras él pagaba al taxista con el dinero que le pasé disimuladamente. La calle estaba bien iluminada bajo las farolas y había sorprendentemente poco tráfico para la hora que era. Obviamente estábamos en el centro del barrio humano de Cincinnati. Levanté la vista para ver la parte superior del imponente edificio y me sentí claramente en minoría y nerviosa.
Escudri?é las ventanas tintadas que me rodeaban buscando cualquier signo de ataque. Tax había dicho que las hadas asesinas se habían marchado justo después de la llamada de teléfono. ?Para buscar refuerzos o para preparar una emboscada aquí? No me gustaba la idea de que me apuntasen las catapultas de las hadas mientras esperaba. Ni siquiera las hadas serían tan osadas como para atacarme dentro del edificio de la AFI, pero en la acera era un blanco fácil.
Pero por otro lado, podía ser que hubieran sido relevadas de la misión, teniendo en cuenta que la SI se dedicaba a enviar demonios ahora. Me invadió una sensación de satisfacción al pensar que el demonio había destrozado al que lo había invocado. No volverían a enviar a otro tan pronto. La magia negra siempre rebotaba contra su creador. Siempre.
—Deberías cuidar mejor de tu hermana —dijo el taxista al cobrar, y Nick y yo nos miramos inexpresivamente el uno al otro—. Pero imagino que vosotros los inframundanos no cuidáis los unos de los otros como hacemos las personas decentes. Yo machacaría a cualquiera que se atreviese a rozar a mi hermana con el dorso de la mano —a?adió antes de marcharse.
Me quedé mirando sus luces traseras confusa hasta que Nick habló.
—Se piensa que alguien te ha pegado y te traigo para que pongas una denuncia.
Estaba demasiado nerviosa para reírme, aparte de que me desmayaría si lo hiciese; pero logré emitir una risita aferrándome a su brazo para no caerme. Con la frente arrugada, Nick, me abrió galantemente la puerta de cristal y la sujetó para que pasase. Un sentimiento de angustia se apoderó de mí al traspasar el umbral. Me había puesto a mí misma en la cuestionable situación de tener que confiar en un organismo humano. Era un terreno inestable. No me gustaba nada. Pero el sonido de conversaciones en voz alta y el olor a café quemado me resultaron familiares y tranquilizadores. El estilo institucional estaba patente en todas partes, desde el suelo de baldosas grises, hasta el murmullo de las conversaciones, pasando por las sillas naranjas en las que se sentaban ansiosos padres y matones impenitentes. Me sentía como si volviese a casa, y relajé la tensión de mis hombros.
—Mmm, por aquí —dijo Nick se?alando el mostrador principal. Me dolía el brazo en el cabestrillo y también el hombro. O mi sudor estaba diluyendo el poder de los amuletos o los esfuerzos comenzaban a cancelarlos. Nick caminaba casi detrás de mí, lo que resultaba molesto.
La recepcionista nos miró conforme nos acercábamos con los ojos cada vez más abiertos.