Bruja mala nunca muere

—Debo admitir que mi conversación con Tamwood fue intrigante, se?orita Morgan —dijo—. Como antiguo miembro de la SI supongo que sabe qué significaría para la imagen de la AFI detener a Trent Kalamack por algo, y mucho más tratándose de la fabricación y distribución de bioproductos ilegales.

 

Directo al grano. Que me aspen si no me estaba empezando a caer bien este tipo. Aun así no dije nada y se me formó un nudo en el estómago. No había terminado todavía de hablar. Edden puso un brazo sobre la mesa, ocultando su cabestrillo en su regazo.

 

—Pero entienda que no puedo pedirle a mi gente que arreste al concejal Kalamack siguiendo las indicaciones de una ex cazarrecompensas de la SI que está amenazada de muerte, sea eso ilegal o no.

 

Se me aceleró la respiración para acompasarse con el torbellino de pensamientos de mi cabeza. Tenía razón. Había detenido a Ivy para hacerme venir. Durante un instante de pánico me pregunté si me estaría entreteniendo. Sí, quizá la SI venía de camino para cazarme. La idea se desvaneció con una dolorosa descarga de adrenalina. La AFI y la SI mantenía una amarga rivalidad. Si Edden pensaba reclamar la recompensa por mi cabeza, tendría que entregarme él mismo y no invitar a la SI a su edificio. Edden me había hecho venir para evaluarme. ?Para qué?, me pregunté mientras mi preocupación aumentaba.

 

Decidí tomar las riendas de la conversación y sonreí, y después hice una mueca de dolor al notar el tirón en mi ojo hinchado. Abandonando mi estrategia de encandilar para distraer, me en frenté a él directamente, desplazando la tensión de mis hombros al estómago, donde no pudiese verla.

 

—Quisiera disculparme por el comportamiento de mi socia, capitán Edden. —Miré a su mu?eca vendada—. ?Se la ha roto?

 

Una sombra de sorpresa cruzó su expresión.

 

—Peor aún. La ha fracturado por cuatro sitios. Me dirán ma?ana si debo llevar una escayola o simplemente esperar a que suelde. El maldito médico no me ha dejado tomar nada más fuerte que una aspirina. Es luna llena la semana que viene, se?orita Morgan. ?Es consciente de lo retrasado que iré si tengo que coger aunque sea un día de baja?

 

Esta chachara no nos conducía a ningún sitio. Mis dolores empezaban a volver y tenía que averiguar qué quería Edden antes de que fuese demasiado tarde para atrapar a Kalamack. Tenía que tratarse de algo más que de Trent, eso podría haberlo hablado con Ivy si era lo que le interesaba. Calmándome, me quité uno de mis amuletos y lo empujé sobre la mesa. Mi bolso estaba lleno de hechizos, pero ninguno era para el dolor.

 

—Lo entiendo, capitán Edden. Estoy segura de que podemos llegar a un acuerdo que sea beneficioso para ambos.

 

Mis dedos soltaron el peque?o disco y tuve que hacer un esfuerzo para no abrir los ojos de par en par ante la punzada de dolor. Las náuseas me retorcieron el estómago y me sentí tres veces más débil. Ojalá no estuviera cometiendo un error al ofrecerle mi amuleto. Como había demostrado la recepcionista, pocos humanos tenían buena opinión de los inframundanos, y mucho menos de su magia. Pensé que valdría la pena arriesgarse. Edden parecía inusitadamente abierto de mente. Estaba por ver hasta dónde.

 

Sus ojos demostraron únicamente curiosidad al coger el amuleto.

 

—Sabe que no puedo aceptarlo —dijo—. Como agente de la AFI se consideraría… —su expresión se relajó al apretar entre los dedos el amuleto y calmarse el dolor de su mu?eca— un soborno —concluyó en voz más baja.

 

Sus ojos oscuros se cruzaron con los míos y le sonreí a pesar del dolor.

 

—Un intercambio. —Arqueé las cejas ignorando el tirón del esparadrapo—. ?Una aspirina a cambio de una aspirina?

 

Si era listo comprendería que estaba tanteando el terreno. Si era estúpido no había nada que hacer y estaría muerta antes de acabar la semana. Pero si no hubiera forma de convencerle de que actuase siguiendo mi ?chivatazo?, yo no estaría sentada ahora en su despacho. Durante un momento Edden se quedó sentado como si tuviese miedo de moverse y romper el hechizo. Finalmente una sonrisa sincera se esbozó en su rostro. Se inclinó hacia a la puerta abierta y bramó:

 

—?Rose! Tráeme un par de aspirinas, me muero de dolor.

 

Se reclinó con una amplia sonrisa mientras se colgaba el amuleto en el cuello y lo escondía bajo la camisa. Su alivio era obvio. Era un principio.

 

Mis preocupaciones crecieron cuando una mujer entró apresurada en el despacho, taconeando sobre las losetas grises. Dio un respingo apreciable al vernos en la oficina de Edden. Despegando sus ojos de mí, levantó los dos vasos de papel que llevaba en las manos y Edden se?aló a su mesa. La mujer frunció el ce?o, los dejó junto a la mano de su jefe y se marchó en silencio. Edden estiró una pierna y cerró la puerta de una patada. Esperó un momento mientras se recolocaba las gafas en la nariz y cruzó su brazo bueno sobre el malo.