—?Oh, querida! —exclamó en voz baja—. ?Qué te ha pasado?
—Yo, eh… —Hice un gesto de dolor al apoyar los codos en el mostrador para sujetarme. El hechizo de complexión no bastaba para ocultar mi ojo morado ni los puntos. ?Qué se suponía que debía decirle? ?Qué los demonios andaban sueltos por Cincinnati de nuevo? Miré hacia atrás, pero Nick no era de gran ayuda y estaba de espaldas mirando a las puertas—. Mmm —tartamudeé—, he venido a recoger a alguien.
Se rascó el cuello.
—?No será al que te hizo eso?
No pude evitar sonreír ante su preocupación. Soy un imán para la compasión.
—No.
La mujer se recogió un mechón de pelo canoso tras la oreja.
—Siento tener que decirte esto, pero tienes que ir a la oficina de la calle Hillman y tendrás que esperar hasta ma?ana. No sueltan a nadie fuera del horario de oficina.
Suspiré. Odiaba el laberinto de la burocracia intensamente, pero había descubierto que la mejor forma de enfrentarse a él era sonreír y actuar como si fuese tonta. Así nadie se hace un lío.
—Pero si he hablado con alguien hace menos de veinte minutos —objeté—, me dijo que viniese aquí.
Su boca describió una ?o? redonda al comprender la situación. Una expresión cautelosa se instaló en sus ojos.
—Ah —dijo mirándome de soslayo—, has venido a por el… —vaciló— pixie. —Se frotó una incipiente roncha en la nuca. Le habían echado polvos pixie. Nick se aclaró la garganta.
—Su nombre es Jenks —dijo con voz tensa y la cabeza gacha. Obviamente había percibido la vacilación y creyó que casi había dicho ?bicho?.
—Sí —dijo ella lentamente, agachándose para rascarse el tobillo—, el se?or Jenks. Si no les importa sentarse allí —dijo se?alando—, alguien les atenderá en cuanto el capitán Edden esté disponible.
—El capitán Edden. —Me agarré al brazo de Nick—. Gracias.
Me sentía vieja y débil al dirigirme a las monstruosidades color naranja alineadas contra las paredes del vestíbulo. El cambio en la actitud de la recepcionista no era una sorpresa. En un suspiro, yo había pasado de ?pobrecita? a ?ramera?.
A pesar de haber vivido abiertamente junto a los humanos durante más de cuarenta a?os, los ánimos a veces se caldeaban. Tenían miedo y probablemente con razón. No era fácil despertarse un día y descubrir que tus vecinos eran vampiros y que tu profesora de cuarto era una auténtica bruja.
Los ojos de Nick recorrieron el vestíbulo mientras me ayudaba a sentarme. Las sillas eran tan desagradables como esperaba: duras e incómodas. Nick se sentó junto a mí en el borde de su silla con sus largas piernas dobladas por las rodillas.
—?Cómo te encuentras? —me preguntó al oírme gru?ir mientras intentaba encontrar una postura medio cómoda.
—Bien, estupendamente —dije brevemente a la vez que hacía un gesto de dolor y seguía con la mirada a dos hombres uniformados que atravesaron el vestíbulo. Uno llevaba muletas y el otro tenía un ojo morado que empezaba a hincharse y se rascaba vigorosamente los hombros. Muchas gracias, Jenks e Ivy. La inquietud volvió a apoderarse de mí. ?Cómo se suponía que iba a convencer al capitán de la AFI para que me ayudase ahora?
—?Quieres algo de comer? —preguntó Nick atrayendo de nuevo mi atención—. Mmm, puedo ir al otro lado de la calle a por un helado. ?Te gusta el de vainilla y pecan?
—No —dije de forma más brusca de lo que pretendía, y le sonreí para suavizarlo—. No, gracias —intenté arreglarlo. Las preocupaciones se habían asentado en mi estómago para quedarse.
—?Y qué tal algo de la máquina de golosinas? ?Sal y carbohidratos? —dijo esperanzado—. La comida de los campeones.
Negué con la cabeza y dejé mi bolso entre mis pies. Intenté mantener la respiración calmada y me quedé mirando fijamente el rayado suelo. Si comía cualquier cosa probablemente vomitaría. Me había comido otro plato de los macarrones de Nick antes de que el taxi nos recogiese, pero ese no era el problema.
—?Se va pasando el efecto de los amuletos? —intentó adivinar Nick y asentí.
Un par de gastados zapatos marrones se detuvieron en mi campo de visión. Nick se deslizó hasta el fondo de su silla y se cruzó de brazos, y yo lentamente levanté la cabeza.
Era un hombre fornido con una camisa de vestir blanca y unos pantalones chinos. Pulcro y con aire de ex marine convertido en civil. Llevaba unas gafas con marco de pasta cuyas lentes parecían demasiado peque?as para su cara redonda. Olía a jabón y tenía el pelo muy corto y húmedo, pegado al cráneo como el de un bebé orangután. Pensé que también le había caído polvo pixie y sabía que era mejor lavarse antes de que saliesen las ronchas. Llevaba la mu?eca derecha vendada y en un cabestrillo idéntico al mío. Su pelo corto era negro y tenía un peque?o bigote gris. Ojalá tuviese mucha paciencia.