Bruja mala nunca muere

—?Nick? Lo digo de corazón. Gracias. Me has salvado la vida dos veces. Superaremos esto del demonio. Siento que tengas una marca por ayudarme.

 

Nick levantó la vista y sus ojos marrones buscaron los míos. De pronto fui realmente consciente de lo cerca que estaba. Mi memoria retrocedió a la sensación de estar en sus brazos cuando me traía a la iglesia. Me preguntaba si me habría llevado en brazos todo el trayecto a través de siempre jamás.

 

—Me alegro de haber estado allí para ayudarte —dijo en voz baja—. En cierto modo fue culpa mía.

 

—No, me habría encontrado en cualquier sitio —dije.

 

Finalmente, la última vuelta del vendaje cayó. Tragué saliva y miré fijamente mi mu?eca. Se me hizo un nudo en el estómago. Estaba completamente curada. Incluso los puntos verdes habían desaparecido. La cicatriz blanca y en relieve parecía antigua. La mía tenía forma de círculo completo con la misma línea atravesándolo.

 

—Oh —musitó Nick reclinándose hacia atrás—, debes de gustarle al demonio. La mía no sanó, solo dejó de sangrar.

 

—Estupendo.

 

Me froté la cicatriz. Era mejor que el vendaje… supongo. No era como si todo el mundo supiese cómo me la había hecho. Nadie tenía trato con los demonios desde la Revelación.

 

—Entonces, ?ahora solo tengo que esperar a que me pida algo?

 

—Sí.

 

Nick arrastró la silla al levantarse y dirigirse hacia el hornillo. Apoyé los codos en la mesa y noté el aire entrar y salir de mis pulmones. Nick estaba frente a los fogones dándome la espalda, removiendo en una cacerola. Se hizo un silencio incómodo.

 

—?Te gusta la comida de estudiantes? —dijo de pronto.

 

—?Cómo dices? —pregunté incorporándome.

 

—Comida de estudiantes. —Sus ojos se posaron en el tomate del alféizar—. Lo que haya en la nevera con pasta.

 

Comprensiblemente inquieta me levanté y me acerqué tambaleante a ver que había en el fuego. Unos macarrones giraban en la olla. Había una cuchara de madera junto a ella y arqueé las cejas.

 

—?Has usado esa cuchara?

 

—Sí, ?por qué? —asintió Nick.

 

Alcancé la sal y eché todo el bote.

 

—?Eh! —exclamó Nick—. Ya le había echado sal al agua. No hacía falta tanta.

 

Le ignoré y eché la cuchara de madera en mi cuba de disolución y saqué una metálica.

 

—Hasta que recupere mis cucharas de cerámica la norma es de metal para cocinar y de madera para los hechizos. Enjuaga bien los macarrones y no debería haber problemas.

 

—Pensaba que se usaba metal para los hechizos y madera para cocinar, teniendo en cuenta que los hechizos no se adhieren al metal —dijo Nick sorprendido.

 

Me dirigí lentamente hacia el frigorífico notando que me latía con fuerza el corazón ante el mínimo esfuerzo.

 

—?Y por qué has supuesto que los hechizos no se adhieren al metal? A menos que sea cobre, el metal lo fastidia todo. Yo me encargaré de los hechizos si no te importa y tú de la cena.

 

Para mi sorpresa Nick no se enfadó ni hizo una demostración de testosterona, simplemente me dedicó una de sus medias sonrisas.

 

Una punzada de dolor atravesó la barrera de los amuletos al abrir la puerta de la nevera.

 

—No puedo creer lo hambrienta que estoy —dije, buscando algo que no estuviese envuelto en papel o plástico—, creo que Ivy me ha dado algo.

 

Oí el chorro de agua al enjuagar los macarrones.

 

—?Algo parecido a un pastelito?

 

Saqué la cabeza de la nevera y parpadeé. ?Ivy le había dado uno a él también?

 

—Sí.

 

—Lo he visto. —Los ojos de Nick estaban clavados en el tomate a través del vapor que lo rodeaba mientras escurría los macarrones—. Cuando estaba haciendo mi tesis tenía acceso a la cámara de los libros raros —dijo arrugando la frente—, que está junto a la de libros antiguos. Bueno, en resumidas cuentas, la arquitectura de las catedrales preindustriales es aburrida y una noche encontré el diario de un cura británico del siglo diecisiete. Había sido juzgado y condenado por asesinar a tres de sus feligresas más bonitas. —Nick volvió a echar la pasta en la olla y abrió un tarro de salsa Alfredo—. Hacía referencia a ese pastelito. Decía que hacía posibles las orgías de sangre y lujuria de los vampiros cada noche. Imagino que rara vez se ofrece a alguien que no está bajo su dominio y obligado a mantener la boca cerrada.

 

Fruncí el ce?o, incómoda. ?Qué demonios me había dado Ivy?

 

Sus ojos seguían fijos en el tomate mientras vertía la salsa sobre la pasta. Un sabroso aroma llenó la cocina y me rugió el estómago. Nick lo removió todo y observé cómo seguía mirando el tomate. Empezaba a tener aspecto de ponerse enfermo. Exasperada por la infundada repulsión que sentían los humanos hacia el tomate, cerré la nevera y fui renqueando hasta la ventana.

 

—?Cómo ha llegado esto aquí? —musité, y lo empujé a través del agujero para pixies hacia la oscuridad de la noche. Cayó con un suave ruido sordo.