Bruja mala nunca muere

Mi corazón latía con fuerza. ?Quería más?

 

—No tengo nada más, capitán —dije enérgicamente y con creciente frustración.

 

Me dedicó una sonrisa maliciosa.

 

—Sí que tiene.

 

Mis cejas intentaron arquearse pero el esparadrapo lo impidió.

 

Edden echó una mirada a la puerta cerrada.

 

—Si esto sale bien… lo de atrapar a Kalamack me refiero… —Levantó su fornida mano para frotarse la frente. Cuando dejó caer los dedos, la confianza y seguridad en sí mismo propias de un capitán de la AFI habían desaparecido y habían sido reemplazadas por un destello de inteligencia y codicia que me dejó clavada en el sitio—. Llevo trabajando para la AFI desde que dejé las fuerzas armadas —dijo en voz baja—. Me he abierto camino observando qué faltaba y encontrándolo.

 

—Yo no soy una mercancía, capitán —dije con vehemencia.

 

—Todo el mundo es mercancía —dijo—. Mi departamento en la AFI está en clara desventaja, se?orita Morgan. Los inframundanos han evolucionado conociendo las debilidades de los humanos. Joder, probablemente sois responsables de la mitad de nuestros problemas mentales. La frustrante verdad es que no podemos competir con vosotros.

 

Quería que renegase de mis colegas inframundanos. Qué poco me conocía.

 

—No sé nada más de lo que puede encontrar en la biblioteca —dije aferrándome a mi bolso con fuerza. Tenía ganas de levantarme y montar una escenita, pero me tenía justo donde quería y no podía hacer nada salvo mirar cómo sonreía. Sus dientes regulares eran asombrosamente humanos en comparación con su mirada de predador.

 

—Estoy seguro de que eso no es completamente cierto —dijo—, pero le estoy pidiendo consejo, no traición. —Edden se reclinó en su asiento como poniendo sus ideas en orden—. A veces —continuó—, como por ejemplo hoy la se?orita Tamwood, un inframundano acude a nosotros buscando ayuda o con información que no creen prudente llevar a la SI. Para serle sincero, no sabemos tratar con ellos. Mi gente es tan suspicaz que no puede obtener ninguna información útil. En raras ocasiones, cuando llegamos a un acuerdo, no sabemos cómo capitalizar esa información. La única razón por la que hemos logrado contener a la se?orita Tamwood es porque ella accedió a ser encarcelada si aceptábamos escucharla a usted. Hasta hoy habíamos tenido que derivar a rega?adientes estas situaciones a la SI. —Nuestras miradas se cruzaron—. Nos hacían quedar como idiotas, se?orita Morgan.

 

Me estaba ofreciendo un trabajo, pero mi tensión aumentó en lugar de decrecer.

 

—Si quisiera un jefe me habría quedado en la SI, capitán.

 

—No —rectificó rápidamente haciendo crujir su silla al sentarse derecho—, tenerla aquí sería un error. Mis agentes no solo pedirían mi cabeza sino que contratarla iría en contra de la convención de la Si y la AFI. —Su sonrisa se hizo aun más maliciosa y esperé a que prosiguiese—. Quiero que sea nuestra asesora, ocasionalmente, según la demanda.

 

Exhalé lentamente el aire que había estado conteniendo, viendo por fin lo que quería de mí.

 

—?Cómo dijo que se llamaba su empresa? —preguntó Edden.

 

—Encantamientos Vampíricos —dijo Nick.

 

Edden soltó una risita.

 

—Suena como una agencia de citas.

 

Hice una mueca pero era demasiado tarde para cambiarlo ahora.

 

—?Y me pagarán por esos servicios ocasionales? —pregunté mordiéndome el labio inferior. Esto podría funcionar.

 

—Por supuesto.

 

Ahora era mi turno de mirar al techo con el pulso acelerado por la posibilidad de haber encontrado una salida a esta situación.

 

—Formo parte de un equipo, capitán —dije, preguntándome si Ivy se estaría replanteando nuestra asociación—. No puedo hablar en su nombre.

 

 

 

 

 

Capítulo 30

 

 

El suelo de la furgoneta de la AFI estaba sorprendentemente limpio. Había un ligero olor a humo de pipa que me recordó a mi padre. El capitán Edden y el conductor, al que nos presentaron como Clayton, iban delante. Nick, Jenks y yo íbamos en el asiento de en medio. Las ventanas estaban entreabiertas para diluir mi perfume. Si hubiera sabido que no iban a soltar a Ivy hasta que el trato estuviese completado, no me lo habría puesto y no apestaría como lo hacía.

 

Jenks estaba completamente alborotado. Su vocecita me taladraba el cráneo mientras despotricaba, elevando mi ansiedad hasta nuevos límites.

 

—?Cierra el pico, Jenks! —susurré mientras reba?aba con la punta del dedo la sal que quedaba en mi bolsita de celofán de frutos secos. Cuando la aspirina mitigó el dolor me volvió a entrar hambre. Casi hubiera preferido no haber tomado la aspirina si eso hubiese significado no estar muerta de hambre.