Bruja mala nunca muere

—Bueno —dijo Edden en voz baja cuando dábamos la vuelta para dejar el coche al fondo del aparcamiento—, tenemos cinco minutos hasta que la brigada canina llegue, quince para Briston y Gerry. Tendrá que facturar el equipaje en el mostrador. Eso será una buena prueba de que es suyo. —Edden se soltó el cinturón de seguridad y giró su asiento cuando la furgoneta se detuvo. Sonrió mostrando todos los dientes. Parecía más ansioso que un vampiro con esa sonrisa suya—. Que nadie lo mire siquiera hasta que llegue todo el mundo, ?entendido?

 

—Sí, entendido —dije temblorosa. No me gustaba estar bajo las órdenes de nadie, pero lo que decía tenía sentido. Nerviosa, me deslicé en el asiento para pegar la cara a la ventana de Nick y ver como Francis acarreaba con grandes dificultades tres cajas planas.

 

—?Es él? —dijo Edden con voz impasible.

 

Asentí. Jenks bajó por mi brazo y se quedó de pie en el borde de la ventana. Sus alas se agitaban al usarlas para mantener el equilibrio.

 

—Sí —saltó el pixie— ese es el pastelito.

 

Levantando la vista me di cuenta de que casi estaba en el regazo de Nick. Avergonzada, me volví a mi sitio. El efecto de la aspirina empezaba a desaparecer y aunque el amuleto que me quedaba aún valdría para varios días, el dolor comenzaba a superarlo con una inquietante frecuencia. Pero era el cansancio lo que realmente me preocupaba. El corazón me martilleaba en el pecho como si acabara de correr una carrera. Y no creía que fuese solo por la emoción del momento.

 

Francis cerró de una patada la puerta de su coche y comenzó a andar torpemente. Era la viva imagen de la presunción al entrar pavoneándose en la estación con su camisa chillona con el cuello levantado. Sonreí al ver que una mujer lo miró con desdén cuando le sonrió, pero al acordarme de lo asustado que había estado sentado en la oficina de Trent sentí pena por un hombre tan inseguro.

 

—Está bien chicos y chicas —dijo Edden reclamando mi aten ción de nuevo—. Clayton, quédate aquí. Envía a Briston adentro cuando llegue. No quiero que se vea a nadie con uniforme por las ventanas. —Observó cómo Francis entraba por las puertas dobles—. Que Rose saque a todo el mundo del aeropuerto. Parece que la bruja, emm, la se?orita Morgan tenía razón.

 

—Sí, se?or.

 

Clayton cogió el teléfono de mala gana.

 

Las puertas empezaron a abrirse. Era obvio que no formábamos el grupo típico de viajeros de autobús, pero Francis probablemente era demasiado estúpido como para darse cuenta. Edden se guardó su sombrero amarillo de la AFI en el bolsillo. Nick pasaba desapercibido, parecía uno de ellos. Sin embargo mi cabestrillo y mis moratones llamaban más la atención que si tuviese una campana y un cartel que dijese: ?Trabajo por hechizos?.

 

—?Capitán Edden? —dije cuando salía y se detenía fuera a esperar—. Déme un minuto.

 

Edden y Nick miraron extra?ados como rebuscaba en mi bolso.

 

—Rachel —dijo Jenks desde el hombro de Nick—, debes de estar de broma. Ni con diez hechizos de maquillaje tendrías mejor aspecto ahora mismo.

 

—?Vete al cuerno! —musité—. Francis me reconocerá. Necesito un amuleto.

 

Edden observaba con interés. Sintiendo la presión de la adrenalina rebusqué incómoda con mi mano buena en el bolso en pos el hechizo para envejecer. Finalmente volqué todo el contenido del bolso en el asiento, encontré el hechizo adecuado y lo invoqué. Al colocármelo alrededor del cuello Edden soltó un bufido de incredulidad y admiración. Su aceptación, no, su aprobación, fue gratificante. El hecho de que antes hubiese aceptado mi amuleto contra el dolor tenía mucho que ver con que hubiese accedido a deberle un favor o dos. Siempre que algún humano demostraba su apreciación por mis habilidades, me ponía tontorrona. Qué idiota.

 

Volví a meterlo todo en el bolso y trabajosamente salí de la furgoneta.

 

—?Lista? —dijo Jenks sarcástocamente—. ?Seguro que no quieres cepillarte el pelo?

 

—?Qué te den, Jenks! —dije y Nick me ofreció la mano—. Puedo bajar sola —a?adí.

 

Jenks saltó desde el hombro de Nick al mío.

 

—Pareces una anciana, actúa como tal —dijo el pixie.

 

—Ya lo está haciendo. —Edden me sujetó del hombro para evitar que me cayese al pisar el suelo con mis botas de vampiresa—. Me recuerda a mi madre. —Arrugó los ojos haciendo una mueca y agitó la mano delante de su nariz—. Incluso huele como ella.

 

—Callaos todos —dije titubeando al notar un mareo al respirar hondo. El molesto dolor que había sentido al bajar se había disparado por mi columna hasta la cabeza, donde parecía querer quedarse indefinidamente. Decidida a no dejar que el cansancio me detuviese, me aparté de Edden y me dirigí renqueante hacia la entrada. Los dos hombres me siguieron tres pasos más atrás. Me sentía una mendiga con mis pantalones anchos y la horrible camisa de cuadros. Saber que aparentaba ser una anciana tampoco ayuda ba. Tiré de la puerta y no pude abrirla.

 

—?Qué alguien me abra la puerta! —exclamé, y Jenks se moría de risa.

 

Nick me cogió del brazo mientras Edden abría la puerta y una ráfaga de aire recalentado nos envolvió.

 

—Toma —dijo Nick ofreciéndome el brazo—, agárrate. Así parecerás más una anciana.

 

Podía soportar el dolor. Era el cansancio lo que superó mi orgullo y me obligó a aceptar la oferta de Nick. Era eso o entrar a gatas a la estación.