Bruja mala nunca muere

Jenks soltó una carcajada que sonó como unas campanitas.

 

—No, quiero decir que no tiene problemas para robar libros de la biblioteca.

 

—Oh.

 

Me vino de nuevo a la cabeza lo inquieto que estaba en la AFI y en la furgoneta. ?Era todo por eso? No creo, pero los pixies eran famosos por saber juzgar bien el carácter de las personas, por muy frivolos, excéntricos o bocazas que fuesen. Me preguntaba si la opinión de Jenks cambiaría si supiese lo de la marca del demonio. Tenía miedo de preguntarle. Joder, me daba miedo siquiera pensar en ense?ársela.

 

Levanté la vista al escuchar la risa de Francis. Escribió algo en un papel se lo entregó a la mujer del mostrador. Se pasó la mano bajo su estrecha nariz y le dedicó una despreciable sonrisa.

 

—Buena chica —susurré cuando la vi arrugar el papel y lanzarlo por encima de su hombro cuando Francis se dirigió hacia la puerta. El corazón me dio un vuelco. ?Se dirigía hacia la salida! Maldición. Me levanté para buscar ayuda. Nick se estaba peleando con la máquina de espaldas a mí. Edden estaba enfrascado en una conversación con un hombre con aspecto de funcionario y uniforme de la compa?ía de autobuses. La cara del capitán estaba roja y tenía los ojos fijos en las cajas que ahora estaban detrás del mostrador.

 

—Jenks —dije lacónicamente—, llama a Edden.

 

—?Qué? ?Cómo quieres que vaya, gateando?

 

Francis estaba a medio camino de la salida. No confiaba en que Clayton fuese capaz de detener ni la meada de un perro. Me levanté rezando para que Edden se girase. No lo hizo.

 

—Ve a buscarlo —mascullé ignorando los tacos que soltaba Jenks cuando lo arranqué de mi hombro y lo dejé en el suelo.

 

—?Rachel! —gritó Jenks pero yo ya me dirigía renqueando tan rápido como podía a interponerme entre Francis y la salida. Iba demasiado lenta y él me llevaba ventaja.

 

—Disculpe, joven —lo llamé con el pulso acelerado, acercándo me a él—, ?podría decirme dónde está la sala de recogida de equipaje?

 

Francis giró sobre sus talones. Me esforcé por no dejar entrever mi miedo a que me reconociese ni mi odio por lo que estaba haciendo.

 

—Se?ora, esto es una estación de autobuses —dijo torciendo el labio con gesto de desagrado—. No hay sala de recogida de equipaje. Sus cosas están fuera, en la acera.

 

—?Qué? —dije en voz alta maldiciendo mentalmente a Edden. ?Dónde demonios estaba? Me agarré fuerte del brazo de Francis y él miró hacia abajo a mi mano arrugada por efecto del hechizó.

 

—?Está fuera! —gritó intentando soltarse y tambaleándose al golpearle de lleno mi perfume.

 

Pero yo no lo solté. Con el rabillo del ojo vi a Nick junto a la máquina de chocolatinas mirando desconcertado mi asiento vacío. Con la vista buscó rápidamente entre la gente hasta que nuestras miradas se cruzaron. Sus ojos se abrieron de par en par y salió disparado en busca de Edden.

 

Francis se había guardado sus papeles bajo el brazo y usaba la otra mano para intentar soltar mis dedos aferrados a su brazo.

 

—Suélteme, se?ora —dijo—, no hay sala de equipaje.

 

Me dio un calambre en los dedos y se soltó. Presa del pánico vi como se recolocaba la camisa.

 

—Vieja loca decrépita —dijo en un ataque de rabia—. ?Qué hacéis todas las brujas arpías, ba?aros en perfume? —Entonces se quedó con la boca abierta—. ?Morgan? —dijo entre dientes al reconocerme—, me dijeron que estabas muerta.

 

—Y lo estoy —dije. Mis rodillas amenazaban con doblarse. Me mantenía en pie gracias únicamente a la adrenalina. Su estúpida sonrisa me confirmó que no tenía ni idea de lo que se cocía.

 

—Te vas a venir conmigo. Denon me ascenderá cuando te vea.

 

Negué con la cabeza. Tenía que hacer esto según las normas o Edden se la cargaría.

 

—Francis Percy, bajo la autoridad de la AFI, te acuso de conspiración para traficar intencionadamente con biofármacos.

 

Su sonrisa se evaporó y su cara se quedó pálida bajo su desagradable barba. Miró hacia el mostrador por encima de mi hombro.

 

—Mierda —maldijo echando a correr.

 

—?Quieto! —gritó Edden, demasiado lejos como para servir de algo.

 

Yo me abalancé sobre Francis agarrándolo por las rodillas. Ambos caímos con un doloroso golpe seco. Francis se retorció y me dio una patada en el pecho intentando escapar. El dolor me cortó la respiración.