Mi pelo subió y bajó por una bocanada de aire de siempre jamás que se produjo cuando la red se hizo sólida. Con las mandíbulas apretadas eché un vistazo fuera de la bruma azul y vi al hombre musculoso como una monta?a mantener la red fija mientras lanzaba hechizos de líneas luminosas a los agentes de la AFI que habían entrado en tropel y se veían completamente superados. No me importaba. Dos de ellos estaban atrapados conmigo. No iban a ir a ninguna parte.
Estaba enfadada y frustrada. Estaba cansada de esconderme en una iglesia, cansada de esquivar bolas de líquido, cansada de tener que sumergir mi correo en agua salada y cansada de tener miedo. Y por mi culpa Francis estaba tirado en el frío suelo de una cutre estación de autobuses. Por muy repugnante que fuese, no se merecía esto. Me acerqué el bolso y me dirigí cojeando hacia el hombre bajito. Sin que me viese palpé las marcas de un amuleto de sue?o. Furibunda me lo froté por el cuello y lo sujeté por la cuerda. El brujo empezó a mover los labios y sus largas manos comenzaron a esbozar dibujos en el aire. Si era un hechizo maligno tenía cuatro segundos; cinco si era lo suficientemente potente como para matarme.
—?Nadie! —exclamé tambaleándome hacia delante, empujada únicamente por mi fuerza de voluntad. Sus ojos se abrieron de par en par al ver la marca del demonio en mi brazo, alzado con la mano cerrada en un pu?o—. ?Nadie me obliga a matar a alguien! —grité balanceándome.
Ambos nos tambaleamos cuando golpeé su mandíbula. Sacudí la mano por el dolor y me encogí sobre mí misma. El hombre se tropezó y dio un paso atrás. La acumulación de poder disminuyó repentinamente. Furiosa, apreté los dientes y me abalancé sobre él de nuevo. No esperaba un ataque físico, al igual que la mayoría de los brujos de líneas luminosas, y levantó un brazo para defenderse. Le agarré por los dedos y se los retorcí hacia atrás, rompiéndole al menos tres.
Su grito de dolor tuvo un eco en el grito de consternación de la mujer al otro lado del vestíbulo. Se dirigió hacia nosotros corriendo. Yo aún seguía aferrándome a la mano del brujo y entonces levanté un pie empujándolo hacia delante para que tropezase con él. Se le salían los ojos de las órbitas. Aferrándose el estómago con las manos, cayó hacia atrás. Sus ojos llorosos siguieron a alguien detrás de mí. Todavía conteniendo la respiración, se dejó caer y rodó hacia la derecha.
Con la respiración entrecortada caí al suelo y rodé hacia la izquierda. Hubo una explosión que me echó todo el pelo hacia atrás. Levanté la cabeza del suelo cuando la bola verde de siempre jamás se dispersó por la pared y hacia el pasillo. Me giré. La delgadísima mujer seguía acercándose con la expresión tensa y sin cesar de mover la boca. La bola roja de siempre jamás que llevaba en la mano iba creciendo y le surgían vetas verdes de su propia aura al intentar manejarla según sus intenciones.
—?Quieres hacerme pedazos? —grité desde el suelo—. ?Eso es lo que quieres? —dije levantándome tambaleante y apoyando una mano en la pared para mantenerme erguida.
El hombre dijo algo a mi espalda. No pude oírlo. Era demasiado extra?o para que mi mente lo entendiera. Me dio vueltas en la cabeza y me esforcé por encontrarle sentido. Entonces mis ojos se abrieron como platos y mi boca se abrió con un grito silencioso al explotar dentro de mí. Agarrándome la cabeza caí de rodillas gritando.
—?No! —chillé, clavándome las u?as en el cuero cabelludo—. ?No! ?Sal!
Cortes rojos con bordes negros. Gusanos retorciéndose. El amargo sabor de la carne podrida. El recuerdo de todo aquello empezó a arder en mi subconsciente. Levanté la vista jadeante. Estaba acabada. No quedaba nada. Mi corazón latía con fuerza contra mis pulmones. Manchas negras bailaban en los márgenes de mi visión. Notaba un hormigueo en la piel, como si no fuese mía. ?Qué demonios había sido aquello?
El hombre y la mujer estaban ahora de pie juntos. Ella le había puesto una mano bajo el codo y sujetaba al hombre inclinado sobre su mano rota. Sus rostros estaban enfadados, seguros de sí mismos y satisfechos. él no podía usar la mano, pero claramente no la necesitaba para matarme. Lo único que tenía que hacer era decir aquella palabra otra vez. Estaba muerta. Más muerta que de costumbre. Pero me llevaría a uno de ellos conmigo.
—?Ahora! —oí gritar a Edden a lo lejos, como si su voz viniera de entre la niebla. Los tres nos sobresaltamos cuando la red cayó. La sombra azul en el aire se deshizo y desapareció. El brujo grande fuera de la red estaba en el suelo con las manos entrelazadas detrás de la cabeza. Seis agentes de la AFI lo rodeaban. Un rayo de esperanza me atravesó, casi dolorosamente. Una silueta que se acercaba a toda velocidad captó mi atención. Nick.
—?Aquí! —grité, agarrando la cuerda del amuleto del suelo donde lo había dejado caer y se lo lancé.
El asesino se giró, pero era demasiado tarde. Nick, pálido, dejó caer la cuerda por la cabeza de la mujer y dio marcha atrás. Ella se desplomó. El hombre intentó torpemente sujetarla y la dejó caer con suavidad en el suelo. Boquiabierto, miró sorprendido a su alrededor.