—Esto nunca habría pasado si alguien no me hubiese roto la maldita ala —dijo Jenks en voz alta.
Lo dejé en mi hombro, desde donde podía ver el tráfico hacia el Aeropuerto Internacional de Cincinnati-Northen Kentucky. La mayoría de la gente simplemente lo llamaba el Hollows Internacional o incluso más corto: ?el gran HI?. Los coches con los que nos cruzábamos se iluminaban brevemente bajo las dispersas farolas. Las luces aumentaron en número conforme nos acercábamos a las terminales. Una oleada de emoción me recorrió y me puse recta en mi asiento. Nada iba a salir mal. Iba a pillarle. Fuese lo que fuese Trent, iba a atraparle.
—?Qué hora es? —pregunté.
—Las once y cuarto —musitó Jenks.
—Las once y veinte —le corrigió Edden se?alando el reloj de la furgoneta.
—Son y cuarto —saltó el pixie—. Sé dónde está el sol mejor que vosotros por qué agujero mear.
—?Jenks! —dije horrorizada. Nick seguía sin descruzar los brazos y parecía haber recuperado una pizca de su confianza.
Edden hizo un gesto apaciguador con la mano.
—No importa, se?orita Morgan.
Clayton, un poli nervioso que no parecía confiar mucho en mí, me miró a los ojos a través del espejo retrovisor.
—En realidad, se?or —dijo de mala gana—, el reloj va cinco minutos adelantado.
—?Lo ves? —exclamó Jenks.
Edden alcanzó el teléfono del coche y puso el manos libres para que todos pudiésemos escuchar.
—Asegurémonos de que el avión sigue en tierra y que todo el mundo está es su puesto —dijo.
Ansiosa, me ajusté el cabestrillo mientras Edden marcaba tres números en el teléfono.
—Rubén —gru?ó hacia el aparato, suj etándolo como si fuese un micrófono—, habíame.
Hubo una breve pausa y luego una voz masculina con interferencias sonó a través de los altavoces.
—Capitán, estamos esperando en la puerta de embarque, pero el avión no está aquí.
—?Que no está! —grité con un gesto de dolor, y di un salto hacia el borde del asiento—. Ya deberían estar embarcando.
—No ha llegado al túnel de embarque, se?or —continuó Rubén—. Todo el mundo está esperando en la terminal. Dicen que es por una peque?a reparación y que solo tardará una hora. ?No es cosa suya?
Miré del altavoz a Edden. Casi podía ver sus ideas circulando tras su especulativa expresión.
—No —contestó finalmente—. Quédate ahí.
Cortó la conexión y el débil siseo desapareció.
—?Qué pasa? —le grité al oído y me puso mala cara.
—Vuelva a sentar su culo en el asiento, Morgan —dijo—. Probablemente se trate de las restricciones por la luz diurna de su amiga. La aerolínea no va a dejar a todo el mundo esperando en la pista cuando la terminal está vacía.
Miré a Nick, cuyos dedos tamborileaban nerviosamente al ritmo de una melodía desconocida. Sintiéndome aún inquieta, me eché hacia atrás. El radiofaro de aterrizaje del aeropuerto describía un arco bajo las nubes. Casi habíamos llegado.
Edden pulsó un número de la memoria del teléfono mientras una sonrisa se abría paso en su rostro al quitar el manos libres.
—Hola, ?Chris? —dijo y se oyó responder en la lejanía la voz de una mujer—. Tengo una preguntita para ti. Al parecer hay un vuelo de la Southwest retrasado en la pista. ?El de las once cuarenta y cinco a Los Angeles? ?Qué le pasa? —Escuchó la respuesta en silencio y yo me mordía las u?as—. Gracias, Chris —dijo con una risita—. ?Qué te parece si te invito al chuletón más jugoso de toda la ciudad? —De nuevo soltó una risita y juro que se le pusieron las orejas rojas.
Jenks se rió por lo bajo de algo que yo no había podido oír. Miré hacia Nick pero me seguía ignorando.
—Chrissy —dijo Edden alargando la ese—, puede que eso no le guste demasiado a mi mujer. —Jenks se rió a la vez que Edden y mientras yo me tiraba de un rizo, nerviosa—. Hablamos luego —dijo, y colgó el teléfono.
—?Y bien? —le pregunté desde el borde de mi asiento.
Los vestigios de su sonrisa se negaban a desaparecer.
—El avión está en tierra. Parece que la SI tiene un chivatazo sobre una maleta con azufre a bordo.
—?Maldita sea! —juré. La estación de autobuses era el se?uelo, no el aeropuerto. ?Qué estaba haciendo Trent?
Los ojos de Edden brillaron.
—La SI tardará unos quince minutos. Podemos robárselo en las narices.
Desde mi hombro, Jenks empezó a maldecir.
—No hemos venido a por el azufre —protesté al ver que todo se venía abajo—. ?Hemos venido a por los biofármacos!
Estaba que echaba humo. Me quedé en silencio cuando un coche ruidoso se aproximó a nosotros en dirección de vuelta a la ciudad.
—Ese supera los límites permitidos en la ciudad —dijo Edden—, Clayton, mira a ver si puedes anotar la matrícula.