—Vete al cuerno —saltó Jenks desde el posavasos donde lo había colocado—. Me han metido en un dispensador de agua ?como si fuese un monstruo de feria! Me han roto un ala. ?Mírala! Me han partido la vena central. Tengo manchas minerales en la camisa. ?Está destrozada! ?Y has visto mis botas? ?Las manchas de café no van a salir nunca!
—Te han pedido disculpas —dije, consciente de que era una causa perdida. Estaba en plena diatriba.
—Voy a necesitar toda una semana para que me crezca de nuevo la maldita ala. Matalina me va a matar. Todo el mundo se esconde de mí cuando no puedo volar. ?Lo sabías? ?Incluso mis hijos!
Dejé de escucharlo. La diatriba había comenzado en el mismo momento en el que lo soltaron y no había parado ni un instante. Aunque Jenks no había sido acusado de un delito por haberse quedado en el techo jaleando a Ivy mientras les daba una paliza a los agentes de la AFI, había insistido en fisgonear donde no debía hasta que lo habían metido en una garrafa vacía de agua.
Empezaba a comprender de qué había estado hablando Edden. Sus agentes y él no tenían ni idea de cómo tratar con inframundanos. Lo podían haber encerrado en un armario o en un cajón mientras curioseaba. Sus alas no se habrían humedecido y no se habrían vuelto tan frágiles como un pa?uelo de papel. La caza de diez minutos con una red no habría tenido lugar y la mitad de los agentes de la planta no habrían resultado afectados por el polvo de pixie. Ivy y Jenks habían venido a la AFI por voluntad propia y aun así habían terminado dejando un rastro de caos. Pensar en lo que un inframundano violento y poco cooperativo podía llegar a hacer daba miedo.
—No tiene sentido —dijo Nick lo suficientemente alto como para que Edden lo escuchase—. ?Para qué tiene que forrarse los bolsillos Kalamack con asuntos ilegales cuando él ya es rico?
Edden se medio giró en su asiento deslizando su chaqueta caqui de nailon. Llevaba un sombrero amarillo de la AFI como único símbolo de su autoridad.
—Debe de estar financiándose un proyecto del que no quiere que se sepa nada. El dinero es difícil de rastrear cuando proviene de asuntos ilegales y se invierte en algo también ilegal —contestó el capitán.
Me preguntaba qué podría ser. ?Algo más que se cociera en el laboratorio de Faris, quizá?
El capitán de la AFI se llevó su fornida mano a la barbilla. Su cara redonda estaba iluminada por los coches que venían detrás.
—Se?or Sparagmos, ?ha cogido alguna vez el ferry a lo largo del río?
Nick se quedó blanco.
—?Perdón, se?or?
Edden sacudió la cabeza.
—Es de lo más frustrante. Estoy seguro de haberlo visto antes.
—No —dijo Nick, reclinándose en el rincón de su asiento—, no me gustan los barcos.
Con un peque?o ruido, Edden se volvió hacia delante de nuevo. Intercambié una mirada de complicidad con Jenks. El peque?o pixie puso una expresión astuta, pillándolo antes que yo. Arrugué con estrépito mi bolsa vacía de cacahuetes y me la guardé en el bolso, ni se me ocurría tirarla al limpio suelo. Nick estaba arrinconado en las sombras y parecía retraído. La débil luz de los coches con los que nos cruzábamos desdibujaba su afilada nariz y delgada cara.
—?Qué es lo que hiciste? —le susurré acercándome a él. Sus ojos permanecieron fijos mirando por la ventana y su pecho subía y bajaba con el ritmo de su respiración.
—Nada —contestó.
Miré a la nuca de Edden. Sí claro, y yo soy la chica de calendario de la SI.
—Mira, siento haberte metido en esto. Si quieres marcharte cuando lleguemos al aeropuerto lo entenderé.
Pensándolo bien, no quería saber qué era lo que había hecho. Nick negó con la cabeza dedicándome una rápida sonrisa.
—No pasa nada —dijo—, te acompa?aré toda la noche. Te lo debo por sacarme de aquel foso de ratas. Una semana más y me habría vuelto loco.
Simplemente de imaginarlo me dieron escalofríos. Había destinos peores que estar en la lista negra de la SI. Le toqué en el hombro brevemente y me recliné en mi asiento, observando furtivamente cómo se relajaba y su respiración volvía a la normalidad. Cuanto más sabía de él, más fuertes me parecían sus contrastes con la mayoría de los humanos. Pero en lugar de preocuparme, me hacía sentirme más segura. Volvía a mi síndrome de damisela en apuros. Había leído demasiados cuentos de hadas de ni?a y era demasiado realista como para no disfrutar de que me rescatasen de vez en cuando.
Se hizo un silencio incómodo y mi ansiedad fue en aumento. ?Y si llegábamos tarde? ?Y si Trent había cambiado el vuelo? ?Y si todo había sido una elaborada trampa? Qué Dios me ayude entonces, pensé. Lo había apostado todo por lo que sucedería en las próximas horas y si esto no salía bien no tenía nada.
—?Bruja! —gritó Jenks captando mi atención. Me di cuenta de que llevaba intentando llamar mi atención un rato—. Súbeme —me pidió—, no veo ni torta desde aquí.
Le ofrecí la mano y trepó a ella.
—No tengo ni idea de por qué todo el mundo te evita cuando no puedes volar.