—Al menos no a mediodía. Pero me sentiré mejor cuando me haya duchado y me quite el olor de Ivy de encima. No sabía que era su albornoz. —Se acercó hacia mí—. ?Qué estás buscando?
—No estoy segura —dije nerviosa mientras miraba por encima de mi hombro. Tenía que haber algo que pudiese usar que no me acercase demasiado al lado oscuro de la ?fuerza?. Se me pasó por la cabeza una tontería: tú no eres mi padre, Darth y nunca me uniré a ti.
Los ojos de Nick comenzaron a llenarse de lágrimas por la intensidad de mi perfume y se retiró. Habíamos venido con las ventanillas abiertas en el taxi. Ahora sabía por qué no había dicho nada al respecto.
—No llevas mucho tiempo viviendo con Ivy, ?verdad? —me preguntó. Levanté la vista del índice, sorprendida y puso una expresión seria—. Me ha dado la impresión de que vosotras no erais…
Me ruboricé y bajé la mirada.
—No lo somos —dije—. No si podemos evitarlo. Solo somos compa?eras de piso. Yo estoy a la derecha del pasillo y ella a la izquierda.
Titubeó un momento.
—Entonces ?no te importa si te hago una sugerencia?
Desconcertada, lo miré fijamente y se sentó en el borde de la mesa.
—Deberías probar un perfume con base cítrica en lugar de floral.
Abrí los ojos de par en par. No era eso lo que esperaba y me llevé la mano al cuello allí donde me había echado una buena dosis de aquel horrible perfume.
—Jenks me ayudó a elegirlo —dije a modo de excusa—, me dijo que cubría el olor de Ivy bastante bien.
—Seguro que sí —dijo Nick con una sonrisa comprensiva—, pero tiene que ser potente para que funcione. Los de base cítrica neutralizan el olor del vampiro, no solo lo enmascaran.
—Oh… —suspiré recordando la afición de Ivy al zumo de naranja.
—El olfato de un pixie es muy bueno, pero el de los vampiros está muy especializado. Ve de compras con Ivy la próxima vez. Ella te ayudará a elegir uno que funcione.
—Eso haré —dije pensando que podría haber evitado molestar a todo el mundo si simplemente hubiese pedido ayuda la primera vez. Me sentí estúpida. Cerré el libro sin título y me levanté para elegir otro. Saqué el siguiente de la estantería. Tensé los brazos al descubrir que era más pesado de lo que parecía. Lo dejé caer en la mesa con un golpe seco y Nick se sobresaltó.
—Lo siento —dije pasando la mano por la cubierta para disimular que le había rasgado la encuadernación podrida. Me senté y lo abrí.
Mi corazón dio un vuelco y me quedé helada con el pelo de la nuca erizado. No era mi imaginación. Preocupada levanté la vista para ver si Nick lo había notado también. Estaba mirando por encima de mi hombro hacia uno de los pasillos formados por las estanterías de libros. La espeluznante sensación no provenía del libro. Venía de detrás de mí. Maldición.
—?Rachel! —se oyó una vocecita desde el pasillo—. Tú amuleto se ha puesto rojo pero no veo a nadie aquí.
Cerré el libro y me puse de pie. Hubo una perturbación en el aire. El corazón se me aceleró cuando media docena de libros en el pasillo se movieron solos hasta el fondo de la estantería.
—Oye, Nick —dije—, ?hay fantasmas en la biblioteca?
—No, que yo sepa.
Maldita sea. Me levanté y me puse de pie junto a él.
—Entonces, ?qué co?o ha sido eso?
Me miró cauteloso.
—No lo sé.
Jenks entró volando.
—No hay nada en el pasillo, Rachel. ?Seguro que el amuleto funciona bien? —preguntó, y le se?alé la perturbación en el pasillo.
—?Madre mía! —exclamó revoloteando entre Nick y yo mientras el aire parecía adoptar una forma más sólida. Los libros se deslizaron de nuevo hasta el borde de la repisa a la vez. Eso fue incluso más terrorífico.
El aire se convirtió en una bruma amarillenta y luego se hizo algo sólido. Apreté los dientes. Era un perro; bueno, si había perros tan grandes como ponis, con los colmillos más grandes que mi mano y con diminutos cuernos en la frente, entonces sí era un perro. Nick y yo retrocedimos un paso y nos siguió con la mirada.
—Dime que este es el sistema de seguridad de la biblioteca —susurré.
—No sé lo que es.
Nick estaba pálido como el papel. Su confianza se había hecho a?icos. El perro se interponía entre nosotros y la puerta. Le goteaba la saliva desde la mandíbula y juro que chisporroteaba al tocar el suelo y salía un humo amarillo del charquito que iba formando. Olía a azufre. ?Qué demonios era aquello?
—?Tienes algo en el bolso para esto? —susurró Nick, encogiéndose cuando el perro levantó las orejas.
—?Algo contra un perro amarillo salido del infierno? —pregunté—. No.
—Si no demostramos nuestro miedo quizá no nos ataque.
El perro abrió sus mandíbulas y dijo:
—?Quién de vosotros es Rachel Mariana Morgan?
Capítulo 25
Me quedé sin respiración; el corazón me latía con fuerza. El perro bostezó emitiendo un leve aullido al final.
—Debes de ser tú —dijo. Su piel se onduló como fuego color ámbar y luego saltó hacia nosotros.