Su cara estaba a centímetros de la mía. Pude ver mi sorpresa reflejada en sus gafas de sol. Se pasó la lengua por los dientes, su tacto era cálido y desagradable. Me lamió desde la barbilla a la oreja. Sus u?as se aferraron a mi ropa interior y tiró de ella salvajemente, clavándomela en la piel. De una sacudida volví a la acción. Le dejé las gafas torcidas de un golpe y le clavé las u?as en sus ojos naranjas.
Su grito de sorpresa me dio ánimos. En ese instante de confusión lo empujé y rodé alejándome de él. Lanzó su bota que olía a ceniza contra mí golpeándome en los rí?ones. Sin resuello, adopté la posición fetal con el cuchillo en la mano. Esta vez lo había pillado desprevenido. Estaba demasiado distraído para convertirse en bruma. Si podía sentir dolor entonces también podría morir.
—?No te da miedo que te viole, encanto? —dijo con tono de satisfacción—. Eres una perra dura.
Me agarró por el hombro y forcejeé impotente contra sus largos dedos rojos que me tiraron al suelo dando tumbos. Oí unos fuertes golpes y miré a Nick. Estaba martilleando el armario de madera cerrado con la pata de la mesa. Su sangre estaba por todas partes. Jenks estaba sobre su hombro, con las alas rojas por el miedo.
El aire se hizo borroso frente a mí y me quedé estupefacta al ver que la cosa había cambiado de nuevo. La mano que ahora me agarraba por el hombro era más fina. Jadeante, lo miré de arriba abajo para descubrir que se había convertido en un joven sofisticado, alto y vestido con una elegante levita. Llevaba unas gafas ahumadas en su delgada nariz. Estaba convencida de que lo había herido, pero por lo que podía ver, sus ojos parecían intactos. ?Era un vampiro? ?Uno realmente viejo?
—?Quizá te de miedo el dolor? —dijo la visión del hombre elegante con un acento digno del profesor Henry Higgins.
Me aparté bruscamente y tropecé con una estantería. El monstruo sonrió y se acercó. Me cogió y me lanzó al otro lado de la sala junto a Nick, que seguía aporreando el armario. El golpe en la espalda fue tan fuerte que me dejó sin respiración. Mis dedos se aflojaron y mi cuchillo repiqueteó con fuerza al caer al suelo. Luchando por recobrar el aliento me dejé caer, apoyada contra el armario roto y acabé medio sentada sobre las repisas que había tras las puertas destrozadas. Estaba indefensa cuando la cosa me levantó agarrándome por la pechera del vestido.
—?Qué eres? —pregunté con voz ronca.
—Lo que más te asuste. —Sonrió dejando ver sus dientes—. ?Qué te da miedo, Rachel Mariana Morgan? —me preguntó—. No es el dolor, ni la violación y no parece que te asusten los monstruos.
—Nada —dije jadeante y le escupí. Mi saliva chisporroteó en su cara. Me recordó a la saliva de Ivy sobre mi cuello y me estremecí.
Sus ojos se abrieron con una expresión de placer.
—Te dan miedo las sombras sin alma —susurró complacido—. Te da miedo morir entre los amantes brazos de una sombra sin alma. Tu muerte va a ser un placer para ambos, Rachel Mariana Morgan. Qué forma tan retorcida de morir… placenteramente. Quizás hubiera sido mejor para tu alma que hubieses tenido miedo a los perros.
Le ataqué, alcanzándole en la cara y dejándole cuatro marcas de ara?azos. No se movió. Rezumó sangre, demasiado espesa y roja. Me retorció los dos brazos a la espalda y me sujetó las mu?ecas con una sola mano. Me doblé por la mitad debido a las náuseas cuando me tiró del brazo y el hombro. Me empujó contra la pared, aplastándome. Logré librar mi mano buena e intenté golpearlo. Me volvió a sujetar por la mu?eca antes de que pudiera alcanzarlo. Lo miré a los ojos y noté que me flaqueaban las rodillas. La levita había encogido para convertirse en una chaqueta de cuero y en unos pantalones negros. Una cabellera rubia y una barba de un día sustituyeron a su complexión rubicunda anterior. Unos pendientes iguales reflejaban la luz. Kisten me sonrió haciéndome gestos con su lengua roja.
—?Te gustan los vampiros, brujita? —me susurró.
Me retorcí para librarme de él.
—No es esto exactamente —murmuró y se retorció mientras sus rasgos cambiaban de nuevo. Se hizo más peque?o, tan solo me sacaba una cabeza. Le creció el pelo negro y liso. La barba rubia desapareció y su piel se volvió tan pálida como la de un fantasma. La mandíbula cuadrada de Kisten se suavizó hasta formar un óvalo.
—Ivy —susurré, quedándome lívida de terror.
—Tú me has nombrado —dijo lentamente con voz femenina—. ?Esto es lo que quieres?
Intenté tragar saliva. No podía moverme.
—No me das miedo —susurré.
Sus ojos se tornaron negros.
—Pero Ivy sí.
Me puse tensa e intenté apartarme pero me apretó más las mu?ecas.