—?Acercarme? ?Vaya que sí! —dije. Miré de reojo a Ivy. Su postura era estudiadamente neutral. Nick tampoco parecía disgustado al levantarse para acercarse a por su café. De nuevo se me cruzó por la mente la idea de que él practicase magia negra. Los humanos también podían entrar en contacto con las líneas luminosas, aunque los magos y hechiceros eran considerados poco más que farsantes en los círculos inframundanos.
—Hay luna creciente —dije—, eso lo tengo de mi parte, y no voy a hacer un hechizo para atacar a alguien en particular… —Mi voz se fue apagando para dejar paso a un incómodo silencio.
—?Estás segura, Rachel? —dijo Ivy con una calma que me puso más nerviosa. Solo noté una ligera advertencia en su tono.
—Estaré bien —contesté apartando la mirada—, no lo hago por maldad sino para salvar mi vida. Hay una gran diferencia.
Eso espero, pensé y que Dios me perdone si me equivoco. Jenks agitó las alas en rápidos intervalos y aterrizó sobre el cucharón.
—No importa —dijo, obviamente inquieto—. Han quemado todos los libros de magia negra.
Nick sacó la jarra de café de la cafetera y colocó en su lugar una taza.
—La biblioteca de la universidad tiene algunos —dijo mientras en la bandeja caliente de la cafetera chisporroteaba las gotas que se habían derramado.
Todos nos giramos hacia Nick y él se encogió de hombros.
—Los tienen guardados en una antigua sala cerrada.
Me entró miedo. No debería hacerlo, pensé.
—Y tú tienes la llave, ?verdad? —dije con tono sarcástico que desapareció cuando él asintió.
Ivy soltó un bufido descreído.
—Tú tienes la llave —repitió burlándose—. Hace una hora eras una rata, ?y dices que tienes la llave de la biblioteca de la universidad?
De pronto me pareció alguien mucho más peligroso, allí de pie, totalmente indiferente en medio de la cocina, con el albornoz negro de Ivy cayéndole holgadamente sobre su alto y delgado cuerpo.
—Realicé allí mis prácticas —contestó él.
—?Fuiste a la universidad? —le pregunté a la vez que me servía una taza de café después de la suya.
Bebió un sorbo de café con los ojos cerrados como en éxtasis.
—Tuve una beca completa —dijo—, me especialicé en adquisición de datos, organización y distribución.
—Eres bibliotecario —dije aliviada—, por eso sabes lo de los libros de magia negra.
—Lo era, pero aún puedo ense?arte cómo entrar y salir sin problemas. La se?ora encargada de los becarios escondía las llaves de las salas cerradas cerca de las puertas para que no la molestásemos todo el rato.
Dio otro sorbo de café y se le pusieron los ojos vidriosos por el efecto de la cafeína.
Ahora era cuando Ivy parecía preocuparse.
—Rachel, ?puedo hablar contigo a solas?
—No —le contesté en voz baja. No quería volver a salir al pasillo de nuevo. Estaba oscuro y yo estaba nerviosa. El hecho de que por esta vez mi corazón latiese tan deprisa porque me asustaba la magia negra y no por Ivy no creo que le importase a sus instintos. Ir a la biblioteca con Nick parecía menos peligroso que hacer un hechizo de magia negra, algo que al parecer no le inquietaba en absoluto—. ?Qué quieres?
Miró a Nick y después a mí.
—Solo iba a sugerir que fueses con Nick al campanario. Allí hay ropa que le puede valer.
Me aparté de la encimera con el café intacto entre mis dedos apretados.
—Dame un minuto para vestirme, Nick y te acompa?o arriba. No te importará ponerte la ropa usada de un reverendo, ?verdad?
La mirada sorprendida de Nick se tornó inquisitiva.
—No. Suena estupendo.
—Bien —dije asintiendo—, cuanto te hayas vestido iremos a la biblioteca para que me ense?es los libros de magia negra.
Miré a Ivy y a Jenks al salir. Jenks estaba muy pálido, obviamente no le gustaba nada lo que estaba haciendo. Ivy parecía preocupada, pero lo que más me preocupaba a mí era la tranquilidad de Nick ante todo lo inframundano y ahora incluso ante la magia negra. No sería practicante, ?verdad?
Capítulo 24
Esperé en la acera a que Nick saliese del taxi, calculando lo que quedaba en mi cartera antes de guardarla. Mi última paga menguaba. Si no tenía cuidado tendría que enviar a Ivy al banco por mí. Estaba gastando más deprisa de lo normal y no entendía por qué. Todos mis gastos habían disminuido. Debía de ser por los taxis, pensé, y me prometí a mí misma usar más el autobús.