—Mi esposa, que es un encanto, me la ha parcheado. Cose de maravilla.
—?Quieres algo para ponerte en el cuello? —dije para cambiar de tema.
—No, estoy bien —contestó Nick. Se estiró lentamente, como si estuviese agarrotado pero se puso recto inmediatamente al rozar ligeramente mi zapatilla. Intenté no ser tan descarada como Jenks al mirarlo de arriba abajo. Jenks era mucho más directo.
—Nick —dijo Jenks aterrizando junto a él en la mesa—, ?has visto alguna vez una cicatriz como esta?
Se subió la manga para mostrarle un reborde en zigzag desde la mu?eca hasta el codo. Siempre vestía manga larga de seda a juego con los pantalones. No sabía que tenía esas cicatrices. Nick silbó admirado y Jenks sonrió de oreja a oreja.
—Me la hizo un hada —dijo—. Estaba vigilando el mismo objetivo que mi cazarrecompensas. Tras unos segundos en el techo con esa mariposa mariquita la obligué a largarse con su cazarrecompensas.
—?En serio? —Nick parecía impresionado y se inclinó hacia delante con interés. Olía bien: masculino pero no como un hombre lobo y tampoco había ni una pizca de olor a sangre. Sus ojos eran marrones. Bien, me gustaban los ojos humanos. Una podía mirarlos y encontrar siempre solo lo que esperaba encontrar—. ?Y esa de ahí? —dijo Nick se?alando una cicatriz redonda en la clavícula de Jenks.
—Una picadura de abeja —contestó—. Me tuvo en la cama tres días con escalofríos y calambres, pero mantuvimos nuestros derechos sobre las jardineras del sur. ?Cómo te hiciste esa? —le preguntó a su vez elevándose para se?alar la cicatriz ligeramente inflamada que rodeaba la mu?eca de Nick.
Nick me miró y apartó la mirada.
—Fue una rata grande llamada Hugo.
—Parece que casi te arranca la mano.
—Lo intentó.
—Mira esto —dijo Jenks tirándose de la bota y sacándosela junto con un calcetín casi transparente para dejar ver su pie deforme—. Un vampiro me aplastó el pie cuando no logré esquivarlo lo suficientemente rápido.
Nick hizo una mueca y a mí me entraron náuseas. Debía de ser muy duro medir diez centímetros en un mundo hecho para gente de metro ochenta. Nick se apartó la parte superior del albornoz y nos ense?ó el hombro y parte del músculo del brazo. Me incliné hacia delante para verlo mejor. Las cicatrices en zigzag parecían surcos hechos con una gubia e intenté ver hasta dónde alcanzaban, Ivy se equivocaba, no era un pringado en absoluto. Los empollones no tienen tablas de lavar como abdominales.
—Una rata llamada Pan Perilme las hizo —dijo Nick.
—?Y qué me dices de esto? —dijo Jenks quitándose la camisa completamente y dejándola colgada de su cintura. No me pareció tan divertido cuando descubrí el cuerpo lleno de cicatrices y golpes de Jenks—. ?Ves esta? —dijo, se?alando una marca cóncava y redondeada—. Mira, llega hasta el otro lado. —Se giró para ense?arnos otra marca más peque?a en la zona lumbar—. Una espada de hada. Probablemente me habría matado, pero me acababa de casar con Matalina y me mantuvo con vida hasta que eliminé todas las toxinas.
Nick asintió lentamente.
—Tú ganas —dijo—, no puedo superar eso.
Jenks se elevó en el aire varios centímetros, orgulloso. Yo no sabía qué decir. Me sonaron las tripas y para romper el silencio que siguió, murmuré:
—Nick, ?quieres que te prepare un sandwich o algo?
Sus cálidos ojos marrones se encontraron con los míos.
—Si no es mucha molestia.
Me levanté y fui arrastrando los pies hasta la nevera.
—No es ninguna molestia. Me iba a preparar algo de comer para mí de todas formas.
Ivy terminó de guardar el último de los vasos y empezó a limpiar el fregadero con un limpiador en polvo. Le eché una mirada agria. No hacía falta que limpiase el fregadero a conciencia. Estaba siendo entrometida. Al abrir el frigorífico conté en silencio las bolsas de comida para llevar de cuatro restaurantes diferentes. Al parecer Ivy había ido a hacer la compra. Rebuscando encontré mortadela y una lechuga medio estropeada. Mis ojos se posaron entonces en el tomate de la repisa y me mordí el labio inferior. La mayoría de los humanos no tocarían un tomate ni con guantes. Me giré para bloquearle la vista y lo escondí detrás de la tostadora.
—?Vas a seguir comiendo? —murmuró Ivy muy bajito—. Un minuto en la boca…
—Tengo hambre —le respondí en el mismo tono— y voy a necesitar todas mis fuerzas para esta noche. —Volví a meter la cabeza en la nevera para buscar la mayonesa—. Me vendría bien tu ayuda si tienes tiempo.
—?Ayudarte a qué? —preguntó Jenks—, ?a arroparte en la cama?
Me giré con toda la parafernalia para los sandwiches en las manos y cerré la nevera con el codo.
—Necesito tu ayuda para atrapar a Trent y solo tenemos hasta medianoche para hacerlo.
Jenks dio un respingo.