A pesar de haberme frotado bien dos veces me parecía que aún olía a visón bajo el perfume. Me palpitaba la herida de la oreja, tenía marcas rojas en el cuello allí donde El Barón me había mordido y un cardenal en la pierna izquierda del golpe contra la rueda de ejercicios. Pero era agradable ser una persona de nuevo. Miré a Ivy, que fregaba los platos, preguntándome si debería haberme puesto una tirita en la oreja.
Aún no había puesto del todo al día a Jenks y a Ivy sobre lo que me había pasado estos últimos días. Les había contado solo lo de mi cautiverio, no lo que había descubierto durante ese tiempo. Ivy no había dicho nada, pero yo sabía que se moría por decirme que había sido una idiota por no haber previsto un plan de emergencia para huir.
Ivy cerró el grifo cuando terminó de enjuagar el último vaso. Tras colocarlo en el escurridor se giró y se secó las manos con un pa?o. Casi merecía la pena pagar el precio de sufrir mi loca vida por ver a una vampiresa alta y delgada, vestida de cuero negro fregando los platos.
—Vamos a ver si lo he entendido bien —dijo apoyándose en la encimera—. ?Trent te pilló con las manos en la masa y en vez de entregarte te llevó a las peleas de ratas para intentar que cedieses y aceptases trabajar para él?
—Sssí —dije sin darle importancia. Alargué el brazo para alcanzar la bolsa de galletas junto al ordenador de Ivy.
—Muy lógico.
Se acercó para coger mi plato vacío. Lo lavó y lo dejó junto a los vasos para que escurriese. Aparte de mis platos no había ningún otro plato, cubierto o cuenco. Solo unos veinte vasos, todos con restos color naranja en el fondo.
—La próxima vez que vayas contra alguien como Trent, ?podríamos al menos preparar un plan para cuando te pillen? —me preguntó dándome la espalda con los hombros evidentemente tensos.
Molesta, levanté la cabeza de mi bolsa de galletas. Tomé aire para decirle que podía coger sus planes y usarlos como papel del váter, pero me lo pensé mejor. Recordé lo preocupada que había dicho Jenks que estaba y lo que había dicho acerca de que verme perder los estribos despertaba sus instintos. Lentamente solté el aire de mis pulmones.
—Por supuesto —dije vacilante—, podemos tener un plan de seguridad para cuando yo meta la pata siempre que tengamos otro para ti.
Jenks se rió por lo bajo e Ivy le lanzó una mirada de reproche.
—No necesitamos uno para mí —replicó.
—Anótalo y ponlo junto al teléfono —dije sin darle importancia—. Yo haré lo mismo. —Estaba hablando medio en broma, pero me preguntaba si Ivy, con lo quisquillosa que era, lo haría en serio.
Sin decir nada, Ivy empezó a secar los platos y vasos, no contenta con dejarlos escurrir solos. Seguí mordisqueando mis galletas de jengibre. Observé que la tensión de sus hombros se relajaba y que sus movimientos perdían esa rapidez impulsiva.
—Tienes razón —dije, admitiendo que le debía al menos mi reconocimiento—. Nunca había tenido a alguien con quien pudiese contar… —titubeé—, no estoy acostumbrada.
Ivy se giró sorprendiéndome con la expresión de alivio de su cara.
—Vamos, ?no tiene importancia!
—Oh, por favor —dijo Jenks desde el colgador de utensilios—. ?Creo que voy a vomitar!
Ivy le tiró el pa?o con los labios apretados en una irónica sonrisa. La observé atentamente cuando volvió a secar los vasos. Mantener la calma y llegar a un acuerdo mutuo cambiaba mucho las cosas. Ahora que lo pensaba, así era como habíamos logrado superar aquel a?o trabajando juntas. Claro que resultaba más difícil mantener la calma cuando estaba rodeada por todas sus cosas y no había nada mío. Me hacía sentir vulnerable y nerviosa.
—Tendrías que haberla visto, Rachel —dijo Jenks en un tono de confesión en voz alta—, sentada día y noche frente a sus mapas para encontrar la forma de rescatarte de Trent. Le dije que lo único que teníamos que hacer era vigilar y ayudarte llegada la ocasión.
—?Cállate, Jenks! —atronó de pronto la voz de Ivy, amenazante.
Me metí la última galleta en la boca y me levanté para tirar la bolsa.
—Tenía un plan grandioso —continuó diciendo Jenks—. Lo ha recogido todo del suelo mientras te duchabas. Iba a pedir que le devolviesen todos los favores que le deben. Incluso habló con su madre.
—Me voy a buscar un gato —dijo Ivy enfadándose—, un gato negro y grande.
Cogí la bolsa del pan de la encimera y busqué un tarro de miel en el fondo de la despensa, donde lo había escondido de Jenks. Llevándolo todo a la mesa me senté y lo dispuse frente a mí.
—Menos mal que te escapaste justo a tiempo —dijo Jenks, columpiándose en el cucharón que reflejaba la luz por toda la cocina—. Ivy estaba a punto de gastarse lo poco que le queda por ti… otra vez.
—El gato se llamará Polvo de Pixie —dijo Ivy—. Lo dejaré en el jardín y no le daré de comer.
Jenks cerró de pronto la boca y mi mirada pasó de él a Ivy. Acabábamos de tener una acalorada discusión sin que nadie se pusiese vampírica ni se asustase. ?Por qué tenía que estropearlo Jenks?
—Jenks —dije con un suspiro—, ?no tienes nada mejor que hacer?
—No.
Revoloteó hasta la mesa y extendió la mano para hundirla en el chorro de miel que me estaba echando en el pan. Descendió cinco centímetros por el peso y luego se volvió a elevar.