Bruja mala nunca muere

—He dicho que saquen a ese perro de aquí —se oía a la voz amortiguada de Jim—. No, espera. ?Tienes una correa? él puede encontrarlos.

 

—Eh, el suelo —dijo Jenks acercándose—, ?qué buena idea! Déjame que te ayude. Aterrizó junto a mí, bloqueándome el paso.

 

—Busca al Barón —intenté decirle.

 

—Sí que puedo ayudarte —dijo Jenks levantando una astilla del tama?o de un palillo de dientes del agujero en la madera.

 

—La rata —chillé—, no ve bien.

 

Frustrada, volqué un bote de limpiador para ca?erías. El polvo se derramó y el olor a pino se hizo insoportable. Con la astilla que había arrancado Jenks escribí en el polvo: ?Busca a la rata?.

 

Jenks se elevó tapándose la nariz.

 

—?Por qué?

 

—Hombre —garabateé—. No ve.

 

Jenks sonrió de oreja a oreja.

 

—?Has conocido aun amiguito? ?Espera a que se lo cuente a Ivy!

 

Le ense?é los dientes, se?alando hacia la puerta con mi astilla. Jenks seguía vacilando.

 

—?Tú te quedas aquí agrandando ese agujero?

 

Frustrada le tiré la astilla. Jenks revoloteó hacia atrás.

 

—?Vale, vale! Tranquila, no vayas a perder las braguitas. Ah, no, si no llevas, ?no?

 

Su risa sonó cantarina y me supo a pura libertad. Salió por la rendija de la puerta y yo seguí royendo el agujero. Sabía fatal, a una pútrida mezcla de jabón, grasa y moho. Sabía que me iba a poner mala. Me puse tensa de repente. Los golpes y ruidos de arriba me sobresaltaron. Estaba esperando oír el triunfante grito de la captura en cualquier momento. Afortunadamente parecía que el perro no sabía qué se esperaba de él. Solo quería jugar y se les estaba acabando la paciencia.

 

Me dolían las mandíbulas y contuve un grito de impotencia. Me había entrado jabón en la herida de la oreja y me ardía. Intenté meter la cabeza en el agujero y el angosto hueco. Si cabía la cabeza probablemente también el resto del cuerpo. Pero todavía no era lo bastante grande.

 

—?Mirad! —gritó alguien—. Está buscando. Ha captado el rastro.

 

Frenética, saqué la cabeza del agujero. Me ara?é la oreja y empezó a sangrar de nuevo. Oí unos repentinos rasgu?os en el pasillo y redoblé mis esfuerzos. Me llegó la voz de Jenks por encima de los sonidos de mis mordiscos.

 

—Es la cocina. Rachel está bajo el fregadero. No, la otra puerta. ?Deprisa! Creo que te han visto.

 

Entró un rayo de luz y aire y me senté, escupiendo restos de madera.

 

—Hola, hemos vuelto. He encontrado a tu rata, Rachel.

 

El Barón me miró fijamente. Tenía los ojos brillantes. Inmediatamente se agachó, metió la cabeza en el agujero y empezó a roer. No había espacio suficiente para sus anchos hombros. Yo continué agrandando el agujero por arriba. Los ladridos del perro resonaron en el pasillo. Ambos nos quedamos quietos un segundo y luego seguimos mordiendo. Me dio un vuelco el corazón.

 

—?Es lo suficientemente grande ya? —gritó Jenks—. ?Vamos, rápido!

 

Metiendo la cabeza en el agujero junto a la del Barón, roí frenéticamente. Sonaron ara?azos en la puerta del armario. Entraban rayos de luz cada vez que la puerta golpeaba contra el marco.

 

—?Aquí! —gritó una voz—. ?Ha encontrado a uno aquí!

 

Saqué la cabeza del agujero, perdiendo toda esperanza. Me dolían las mandíbulas. El polvo del jabón de pino me había vuelto la piel mate y me escocían los ojos. Me giré para enfrentarme a los ara?azos de la puerta. No creía que el agujero fuese lo suficientemente grande todavía. Un chillido agudo llamó mi atención. El Barón estaba agazapado junto al agujero se?alándolo.

 

—No es lo bastante grande para ti —dije.

 

El Barón arremetió contra mí empujándome hacia el agujero y metiéndome dentro. El ruido del perro se hizo más fuerte de repente y yo caí al vacío.

 

Con las patas estiradas intenté agarrarme a la tubería. Con una zarpa delantera logré asirme a una junta de soldadura y detuve mi caída. Por encima de mí, el perro ladraba como loco. Oí ara?azos en el suelo de madera y luego un aullido. Perdí agarre y caí sobre tierra seca. Me quedé allí tumbada, esperando escuchar el grito mortal del Barón. Debí haberme quedado, pensé desesperada. No tenía que haber dejado que me empujase por el agujero. Sabía que no era lo suficientemente ancho para él.

 

Oí entonces unos rápidos ara?azos y un golpe seco en la tierra junto a mí.

 

—?Lo has logrado! —chillé viendo al Barón despatarrado sobre la mugre.

 

Jenks descendió revoloteando, brillando en la penumbra. Tenía un bigote del perro en la mano.

 

—?Tenías que haberlo visto, Rachel! —exclamó entusiasmado—. Le ha mordido en todo el hocico. ?Toma, paf, pum, gracias, se?ora!