—Oooh, sí que es una luchadora. Tome —dijo Jim solícito, al tiempo que le arrebataba una libreta a uno de los organizadores que pasaba por allí—. Déjeme que cambie su pelea del primer asalto a uno de los últimos para que pueda recuperarse totalmente de la sedación. Nadie quiere esos puestos de todas formas. No hay mucho tiempo para que los animales se recuperen antes del siguiente combate.
Me acerqué lentamente al frontal de la jaula, desesperada. Jim era un hombre agradable, de mejillas redondas y amplia barriga. Bastaría un peque?o hechizo para convertirlo en el Papá Noel del centro comercial. ?Qué haría en los bajos fondos de Cincinnati? La jovial mirada del hombre pasó por encima del hombro de Trent y saludó efusivamente a alguien.
—Por favor, no se separen de sus animales en ningún momento —dijo dirigiéndose a los recién llegados—. Tienen cinco minutos para meter a sus participantes en el foso desde que se les llama o serán descalificados.
Un foso, pensé, estupendo.
—Lo único que necesito saber ahora es el nombre del animal —dijo Jim.
—ángel —dijo Trent con burlona sinceridad, pero Jim lo apuntó sin dudarlo ni un instante—. ángel —repitió—, perteneciente y adiestrada por Trent Kalamack.
—?Yo no te pertenezco! —chillé y Jonathan golpeó la jaula.
—Volvamos arriba, Jon —dijo Trent después de estrecharle la mano a Jim y que este se marchase—, el ruido de estas ratas me da dolor de cabeza.
Me agazapé apoyándome en las cuatro patas para mantener el equilibrio dentro de la oscilante jaula.
—No pienso luchar, Trent —chillé con todas mis fuerzas—. Ya puedes ir olvidándote.
—Vamos, estése quieta, se?orita Morgan —dijo Trent en voz baja mientras subíamos—. ?Pero si la han entrenado para esto! Todos los cazarrecompensas saben cómo matar. Trabajar para mí, trabajar para ellos… no hay mucha diferencia. Además, es solo una rata.
—Yo nunca he matado a nadie en mi vida —grité sacudiendo la puerta—. Y no pienso empezar a hacerlo para ti.
Pero en el fondo sabía que no tenía otra elección. No podía razonar con una rata, decirle que se trataba de un terrible error y que podíamos intentar llevarnos bien.
El ruido de las ratas quedó amortiguado por las conversaciones en voz alta cuando subimos las escaleras. Trent se detuvo para observar a su alrededor.
—Mira allí —murmuró—, es Randolph.
—?Randolph Mirick? —dijo Jonathan—. ?No estabas intentando organizar una cita con él para incrementar nuestros derechos sobre el agua?
—Sí —Trent casi suspiró la afirmación—, desde hace siete semanas. Al parecer es un hombre muy ocupado. Y mira allí, ?ves esa mujer con el odioso perrito en brazos? Es la directora ejecutiva de la fábrica de cristal que nos suministra. Me gustaría mucho hablar con ella sobre la posibilidad de obtener un descuento por volumen. No tenía ni idea de que esto sería una oportunidad para hacer contactos.
Nos pusimos de nuevo en movimiento y avanzamos entre la multitud. Trent mantenía conversaciones animadas y amistosas, presumiendo de mí como si fuese una yegua de concurso. Me acurruqué en el fondo de la jaula e intenté ignorar los sonidos que las mujeres me dedicaban. Notaba la boca como el interior de un secador de pelo y de todas partes me llegaba un fuerte olor a sangre y orina rancias. Y a ratas. También las oía desde aquí. Chillaban con sonidos tan agudos que la gente no podía percibirlos. Las peleas habían comenzado ya, aunque ninguno de los asistentes de dos patas lo supiese. Puede que los barrotes y paredes de plástico separasen a los contendientes, pero ya se estaban intercambiando amenazas de violencia futura.
Trent encontró un asiento junto a la mismísima alcaldesa de la ciudad y, tras colocarme en el suelo entre sus pies, empezó a hablar con la mujer sobre los beneficios de recalificar sus terrenos como industriales en lugar de como comerciales, teniendo en cuenta que una gran parte se usaban de una forma u otra para un beneficio industrial. Ella no parecía escucharle hasta que Trent comentó que se vería obligado a reubicar sus industrias más sensibles a otros pastos más receptivos.
Fue una hora de pesadilla. Los chillidos y alaridos ultrasónicos se abrían paso entre los sonidos más graves, pasando inadvertidos para la multitud. Jonathan me mantenía al tanto con detallados comentarios, adornando las monstruosidades que sucedían en el foso. Ninguno de los combates duró mucho, diez minutos como máximo. El repentino silencio seguido de las salvajes explosiones de gritos de los espectadores resultaba primitivo. Pronto pude oler la sangre con la que Jonathan parecía disfrutar tanto, y no dejaba de sobresaltarme cada vez que Trent movía los pies.
El público aplaudía educadamente los resultados oficiales del último combate. Era una victoria clara. Gracias a Jonathan supe que la rata vencedora le había rajado el vientre a su oponente antes de que se rindiese y muriese con los dientes aún clavados en la pata de la ganadora.
—?ángel! —gritó Jim con voz grave para dar énfasis a su papel de animador del espectáculo—, perteneciente y adiestrada por Kalamack.