—Está bien. —Noté la brisa de las alas de Jenks en mi cara—. Voy a tocarte un ojo.
Mis patas se retorcieron de dolor cuando me arrancó la sustancia pegajosa del párpado. Sus dedos se movían delicada y hábilmente, pero por la intensidad del dolor parecía que me había arrancado medio párpado. Luego se apartó y pude ver. Escudri?é con un ojo y vi a Jenks haciendo una bola entre sus manos. Tenía polvo de pixie a su alrededor y brillaba en la noche.
—?Mejor ahora? —dijo mirándome.
—Vaya que sí —chillé. Sonó más ininteligible que nunca ya que mi boca seguía aún pegada.
Jenks tiró la bola de la sustancia pegajosa cubierta de tierra.
—Estáte quieta y te quitaré el resto en menos tiempo del que tarda Ivy en proyectar su aura. —Empezó a darme tirones por todo el pelaje, arrancando la sustancia pegajosa y formando bolitas con ella—. Lo siento —dijo cuando di un respingo al tirarme de la oreja—, pero ya te había avisado de esto.
—?Qué? —chillé y por una vez pareció entenderme.
—De la seda pegajosa. —Con una mueca dio un fuerte tirón, arrancándome un mechón de pelo—. Así es como me atraparon ayer —dijo enfadado—, Trent ha cubierto de seda pegajosa todo el techo del vestíbulo justo por encima de la altura humana. Es cara, y me sorprende que la use en todas partes. —Jenks saltó al otro lado—. Es una medida disuasoria para pixies y hadas. Te la puedes quitar de encima, pero lleva su tiempo. Apuesto a que el jardín también está cubierto, por eso no hay nada que vuele por allí.
Moví la cola para indicarle que lo había entendido. Había oído hablar de la seda pegajosa, pero nunca se me había pasado por la cabeza la posibilidad de verme atrapada en ella. Para cualquiera más grande que un ni?o parecía simple tela de ara?a.
Finalmente Jenks pudo liberarme y me palpé el hocico preguntándome si seguía teniendo la misma forma. Jenks se quitó el sombrero y lo escondió tras una roca.
—Ojalá hubiese traído mi espada —dijo. Tal era el sentimiento de territorialidad entre pixies y hadas que si Jenks tiraba su sombrero podía jugarme la vida a que el jardín estaba libre de pixies y hadas. El aire ligeramente sumiso que había adoptado durante toda la tarde desapareció. Desde su punto de vista, el jardín entero era probablemente suyo ahora, ya que no había nadie más para disputárselo. Se quedó junto a mí, con los brazos en jarras, estudiando con aire grave el porche.
—Observa esto —dijo esparciendo una nube de polvos pixie. Agitando las alas rápidamente empujó el polvo hacia el porche. La fina nube se fijó en la seda, mostrándonos la delgada malla. Jenks me miró de reojo con una sonrisilla de suficiencia—. Me alegro de haber traído las tijeras de Matalina —dijo sacando del bolsillo la herramienta de mango de madera. Con paso decidido se acercó a la brillante malla y cortó un agujero de mi tama?o.
—Adelante —dijo con un gesto caballeresco, y me colé por el hueco.
Mi corazón dio un vuelco de emoción antes de apaciguarse en un lento y pausado ritmo. No es más que otra misión, me dije a mí misma. Los sentimientos eran un lujo que no podía permitirme. Debía ignorar el hecho de que mi vida estaba en peligro. Moví nerviosamente la nariz en busca de olores humanos o inframundanos, pero no percibí nada.
—Creo que es una oficina —dijo Jenks—, mira, hay un escritorio.
?Una oficina?, pensé notando que se me arqueaban mis peludas cejas. Parecía un porche, ?o no? Jenks revoloteaba tan nervioso como un murciélago con la rabia. Lo seguí con paso más lento. Tras unos cinco metros las baldosas cubiertas de moho se convirtieron en una moqueta moteada entre tres paredes. Había macetas con plantas bien cuidadas por todas partes. No parecía que en el peque?o escritorio se llevase a cabo mucho trabajo. Había un sofá alargado y sillas junto a una barra de bar, lo que hacía de la estancia un lugar muy acogedor para relajarse o terminar algún trabajo sencillo. La habitación parecía fundirse con el exterior, una sensación reforzada al estar abierta al porche y al jardín.
—?Eh! —exclamó Jenks entusiasmado—, ?mira lo que he encontrado!
Aparté la vista de las orquídeas que había estado contemplando con envidia para ver a Jenks revoloteando junto a un panel electrónico.
—Estaba escondido en la pared —me explicó—. Mira esto. —Pulsó con los pies un botón. El equipo se ocultó tras la pared. Encantado, Jenks volvió a pulsarlo y el equipo reapareció—. Me pregunto para qué servirá aquel botón —dijo y salió disparado hacia el otro lado de la habitación, distraído con la promesa de nuevos juguetitos.
Trent tenía más discos de música que una hermandad de estudiantes: pop, clásica, jazz, new age, incluso algo de heavy. Sin embargo no había nada de música disco y mi respeto hacia él subió varios puntos.