Bruja mala nunca muere

Sus últimas palabras quedaron ahogadas y salió volando por la ventana. Jenks reaccionó un segundo tarde.

 

—Matalina, espera —gritó moviendo frenéticamente las alas, pero no pudo despegar y alcanzarla a tiempo—. ?Maldita sea! Es mi única oportunidad.

 

Oí la voz amortiguada de Ivy en la salita discutiendo con alguien al teléfono.

 

—Me da igual que sean las dos de la tarde. Me debes un favor. —Hubo un breve silencio—. Puedo pasarme por tu casa y arrancarte de la piel, Carmen, no tengo nada que hacer esta noche.

 

Entonces algo golpeó la pared y Jenks y yo dimos un respingo. Creo que era el teléfono. Parecía que todo el mundo estaba pasando una tarde estupenda.

 

—?Todo arreglado! —gritó Ivy con un forzado tono de alegría—. Podemos recoger la entrada dentro de media hora, lo que nos deja tiempo suficiente para cambiarnos.

 

—Estupendo —dije con un suspiro levantándome para coger la poción de visón del armario. No podía imaginarme que un simple cambio de ropa sirviese para disfrazar a una vampiresa—. Oye, Jenks —dije bajito mientras rebuscaba en el cajón de los cubiertos una aguja digital—, ?a qué huele Ivy?

 

—?Qué? —dijo con un gru?ido; obviamente estaba aún enfadado con su mujer.

 

Se?alé con la mirada el pasillo vacío.

 

—Ivy —dije aun más bajo para que no me oyese—, antes del ataque de las hadas salió hecha una furia de aquí como si fuese a arrancarle el corazón a alguien. No pienso meterme en su bolso hasta que no sepa si… —titubeé un momento y luego susurré—, si ha vuelto a ser practicante.

 

Jenks se puso serio.

 

—No. —Se armó de valor y emprendió el vuelo para cubrir la corta distancia hasta mí—. Envié a Jax a vigilarla, solo para asegurarme de que nadie le pusiese un hechizo dirigido a ti. —Jenks se hinchó de orgullo paternal—. Lo hizo muy bien en su primera misión. Nadie lo vio. Ha salido a su padre.

 

Me acerqué más a él.

 

—?Y adonde fue?

 

—A un bar de vampiros junto al río. Se sentó en una esquina gru?endole a cualquiera que se le acercase y bebiendo zumo de naranja toda la noche. —Jenks sacudió la cabeza—. Es muy rara, si te digo la verdad.

 

Oímos un ruido en el pasillo y ambos nos incorporamos con un repentino sentimiento de culpabilidad. Miré hacia la puerta, parpadeando sorprendida.

 

—?Ivy? —tartamudeé.

 

Sonrió ligeramente, con una mezcla de satisfacción y vergüenza.

 

—?Qué te parece?

 

—Eh, ?fantástico! —logré decir finalmente—, estás genial. No te habría reconocido nunca.

 

Y era cierto. Ivy estaba enfundada en un vestido ajustado de tirantes amarillos. Los finos tirantes resaltaban sobre su blanquísima piel. Su pelo negro era una onda de ébano. El rojo intenso de su pintalabios era el único color que se apreciaba en su cara, haciéndola parecer más exótica que de costumbre. Llevaba gafas de sol y un sombrero de ala ancha también amarillo a juego con los zapatos de tacón alto. En el hombro colgaba un bolso lo suficiente ente grande como para esconder a un poni. Se dio una vueltalentamente, como si fuese una estoica modelo en la pasarela. Los tacones hicieron un clic-clac contra el suelo y no pude evitar mirarla de arriba abajo. Me hice una promesa a mí misma: se acabo comer chocolate. Deteniéndose, Ivy se quitó las gafas de sol.

 

—?Crees que servirá?

 

Asentí con incredulidad.

 

—Eh, sí, claro, ?de verdad te pones esa ropa? —le pregunté.

 

—Antes sí. Además, esto no activará ninguna alarma antihechizos.

 

Jenks puso mala cara al elevarse hasta el alféizar.

 

—Por mucho que esté disfrutando con este tremendo derroche de estrógenos, voy a despedirme de mi mujer. Avisadme cuando estéis listas. Estaré en el jardín… probablemente junto a las plantas venenosas.

 

Despegó tambaleante y salió por la ventana. Me volví de nuevo hacia Ivy, aún atónita.

 

—Me sorprende que aún me entre —dijo Ivy mirándose—. Era de mi madre. Me lo quedé cuando murió. —Me miró muy seria y a?adió—: Y si aparece por aquí, no se te ocurra decirle que lo tengo yo.

 

—Claro que no —dije débilmente.

 

Ivy dejó el bolso en la mesa y se sentó cruzando las piernas.

 

—Ella cree que se lo robó mi tía abuela. Si supiese que lo tengo yo me obligaría a devolvérselo —dijo haciendo un mohín—, como si ella pudiese ponérselo. Los vestidos playeros quedan tan chabacanos de noche.

 

Se giró hacia mí con una amplia sonrisa. Intenté reprimir un escalofrío. Parecía casi humana. Una adinerada y deseable humana. Entonces caí en la cuenta de que ese era un vestido para salir de caza.

 

Ivy se quedó callada ante mi mirada horrorizada. Sus pupilas se dilataron acelerándome el pulso. La terrible sombra negra se cernió sobre ella al dispararse sus instintos. La cocina desapareció de mi vista. Aunque Ivy estaba al otro lado de la habitación, parecía que la tuviera justo enfrente. Me entró calor y luego frío. Estaba proyectando su aura en mitad de la tarde.