Bruja mala nunca muere

—?Ni?os! —llamó y aparecieron de todas partes—. Llevaos a vuestro padre. Josie, ?puedes ir a comprobar que la puerta está abierta?

 

Observé como los ni?os descendían alrededor de Jenks y lo levantaban en volandas para sacarlo por el tiro de la chimenea. La se?ora Jenks se levantó trabajosamente mientras su hija mayor recogía sus utensilios y los metía en la bolsa.

 

—Mi Jenks a veces aspira a más de lo que un pixie debiera so?ar. Se?orita Morgan, no deje que maten a mi marido por su insensatez.

 

—Lo intentaré —susurré, y ella y su hija desaparecieron por la chimenea. Me sentía culpable, como si intencionadamente hubiese manipulado a Jenks para que me protegiese. Oí un repiqueteo de cristales en el cubo de basura y me levanté para mirar por la ventana.

 

El sol había salido, haciendo brillar la hierba del jardín. Hacía rato que había pasado mi hora de ir a dormir, pero no creía que pudiese conciliar el sue?o de nuevo. Me sentía cansada y fuera de control cuando entré arrastrando los pies en la cocina. Ivy, con su bata negra, estaba a cuatro patas fregando mis huellas.

 

—Lo siento —dije tras detenerme en mitad de la cocina y rodearme con los brazos. Ivy levantó la vista con los ojos entornados, haciendo el papel de mártir a la perfección.

 

—?Por qué? —dijo con la evidente intención de arrastrarme por el proceso completo de una disculpa.

 

—Por, eh, por pegarte. No estaba despierta todavía —mentí—; No sabía que eras tú.

 

—Ya te has disculpado por eso —dijo, volviendo a mirar al suelo.

 

—?Por tener que limpiar mis huellas? —volví a probar.

 

—Yo me ofrecí.

 

Asentí enfáticamente. Sí, era verdad. No iba a profundizar en los posibles motivos detrás de su ofrecimiento, simplemente aceptaría su oferta como un gesto de amabilidad. Pero estaba enfadada por algo. Y no tenía ni idea de por qué.

 

—?Por qué no me das alguna pista? —dije finalmente.

 

Ella se levantó y se dirigió al fregadero para escurrir metódicamente la bayeta. El pa?o amarillo fue cuidadosamente colocado sobre el grifo para que se secase. Se volvió y se apoyó contra la encimera.

 

—?Qué tal si confías un poquito en mí? Dije que no te mordería y no pienso hacerlo.

 

Me dejó boquiabierta. ?Confianza? ?Ivy estaba enfadada por mi falta de confianza?

 

—?Quieres confianza? —dije dándome cuenta de que necesitaba estar enfadada para hablar de esto con Ivy—. Entonces, ?por qué no demuestras un poco de autocontrol? Ni siquiera puedo llevarte la contraria sin que te salga la vena vampírica.

 

—No es verdad —dijo abriendo mucho los ojos.

 

—Sí que lo es —dije gesticulando—. Es igual que la primera semana que trabajamos juntas y discutimos sobre la mejor forma de atrapar a un ladrón en el centro comercial. Simplemente porque no coincida contigo no significa que esté equivocada. Al menos escúchame antes de decidir si lo estoy.

 

Ivy respiró hondo y luego dejó escapar el aire lentamente.

 

—Sí, tienes razón.

 

Me sorprendieron sus palabras. ?Creía que tenía razón?

 

—Y otra cosa más —a?adí, ligeramente más calmada—. Deja de salir huyendo en medio de las discusiones. Esta noche te largaste de aquí hecha una furia como si fueses a arrancarle la cabeza a alguien, y luego me despiertas a cinco centímetros de mi cara. Siento haberte dado un pu?etazo, pero tienes que admitirlo, de alguna forma te lo merecías.

 

Una tímida sonrisa cruzó sus labios y desapareció enseguida.

 

—Sí, supongo que sí. —Recolocó la bayeta sobre el grifo. Girándose, se estrechó entre sus brazos agarrándose de los codos—. Vale, no volveré a desaparecer en mitad de una discusión, pero tú vas a tener que evitar excitarte tanto. Me espoleas hasta que ya ni sé por dónde piso.

 

Parpadeé perpleja. ?Quería decir excitada en el sentido de asustada, enfadada o ambas cosas?

 

—?Cómo dices?

 

—?Y quizá podrías comprarte un perfume más fuerte? —a?adió.

 

—Yo… yo me acabo de comprar uno —dije sorprendida—. Jenks me dijo que cubría el resto de olores.

 

Un gesto de aflicción apareció en el rostro de Ivy repentinamente cuando me miró a los ojos.

 

—Rachel… sigues oliendo mucho a mí. Eres como una enorme galleta de chocolate esperando sola en una mesa vacía. Y cuando te pones nerviosa es como si acabases de salir del horno, calentita y apetitosa. No he probado una galleta en tres a?os. ?Podrías relajarte e intentar no oler tan deliciosamente bien?

 

—Oh —exclamé quedándome helada y hundiéndome en una silla junto a la mesa. No me gustaba que me comparasen con comida. Y además ahora no podría volver a comer otra galleta de chocolate en la vida—. He vuelto a lavar toda mi ropa —dije con voz débil—. Ya no uso tus sábanas ni tu jabón.