—El peque?o Jacey fue el primero en verlas —dijo Jenks con una cadencia inquietante en la voz—. Estaban al otro lado de las tumbas. Con las alas rosadas bajo la luna a punto de ocultarse por el giro de la Tierra alrededor de su luz plateada. Llegaron hasta nuestro muro. Mantuvimos nuestras líneas. Defendimos nuestra tierra. Se ha cumplido lo prometido.
Desconcertada miré a Ivy de pie en silencio e inmóvil con la escoba en la mano. Tenía los ojos abiertos como platos. Esto era muy extra?o. Jenks no estaba maldiciendo, más bien sonaba poético. Y no había terminado todavía.
—La primera cayó tras el roble, espoleada por el sabor del acero en su sangre. La segunda en campo santo vino a caer, te?ida por los gritos de su insensatez. La tercera cayó entre el polvo y la sal, de vuelta con su se?or con una advertencia silenciosa. —Jenks levantó la vista sin verme—. Esta tierra es nuestra. Así lo hemos demostrado con alas rotas, sangre envenenada y nuestros muertos insepultos.
Ivy y yo nos miramos bajo la fea luz.
—?Pero qué le pasa? —susurró Ivy. Entonces los ojos de Jenks se despejaron, se volvió hacia nosotras, se llevó la mano a la sien a modo de saludo y lentamente se desmayó.
—?Jenks! —gritamos al unísono Ivy y yo dando un salto hacia él. Ivy llegó primero. Recogió a Jenks en sus manos y se giró hacia mí con ojos llenos de pánico.
—?Qué hago? —gritó.
—?Y yo qué sé? —le contesté gritando también—. ?Respira?
Sonaron las campanitas metálicas de la puerta y la mujer de Jenks entró a toda velocidad en la cocina, arrastrando tras ella un séquito de al menos una docena de ni?os pixie.
—Vuestra salita está limpia —dijo abruptamente mientras su capa de seda color niebla se deshinchaba a su alrededor—. Nada de amuletos. Llevadlo allí. Jhem, adelántate a la se?orita Ivy y enciende la luz y luego ayuda a Jinni a traerme aquí mi botiquín. Jax, llévate al resto a comprobar la iglesia. Empieza por el campanario. No paséis por alto ni una grieta. Revisad los muros, las ca?erías, los cables y las líneas del teléfono. Cuidado con los búhos y no te olvides de ese cuchitril del cura. Si sospechas en lo más mínimo que huele a hechizo o a alguna de esas hadas, gritas con todas tus fuerzas, ?entendido? Ahora marchaos.
Los ni?os pixie se dispersaron. Ivy también se fue, siguiendo obedientemente las órdenes de la diminuta mujer y salió a toda prisa hacia la salita. La escena me habría parecido divertida si Jenks no hubiera estado inmóvil en su mano. Apesadumbrada, los seguí.
—No, cari?o —le dijo la diminuta mujer a Ivy cuando esta iba a recostarlo en un cojín—, en la mesa. Necesito una superficie dura en la que apoyarme para cortar.
?Para cortar?, pensé mientras quitaba las revistas de Ivy de la mesa y las tiraba al suelo para dejarles sitio. Me senté en la silla más cercana e incliné la pantalla de la lámpara. Mis niveles de adrenalina iban descendiendo, dejándome mareada y helada en mi pijama de franela. ?Qué pasaría si Jenks estaba herido de gravedad? Estaba conmocionada de pensar que de verdad había matado a dos hadas. Las había matado. Yo había enviado a gente al hospital alguna vez, sí, pero ?matar a alguien? Recordé mi miedo, acurrucada en la oscuridad junto a una vampiresa excitada, y me pregunté si yo sería capaz de hacer lo mismo.
Ivy depositó a Jenks como si estuviese hecho de papel de seda y luego se retiró hasta la puerta. Su alta estatura resultaba menor y, encorvada y nerviosa, parecía fuera de lugar.
—Iré a vigilar fuera —dijo.
La mujer de Jenks sonrió, dejando ver una calidez intemporal en sus suaves y juveniles rasgos.
—No, cari?o —dijo—. Ahora no hay peligro. Tenemos al menos un día entero antes de que la SI pueda encontrar otro clan de hadas dispuesto a atacarnos. Y no hay dinero suficiente en el mundo para que un pixie invada el jardín de otro pixie. Eso demuestra que las hadas no son más que unas bárbaras salvajes. Pero puedes echar un vistazo si quieres. Hasta un ni?o peque?o podría bailar entre las flores esta ma?ana.
Ivy abrió la boca para protestar pero se dio cuenta de que la pixie hablaba totalmente en serio, así que bajó la mirada y salió por la puerta trasera.
—?Dijo algo Jenks antes de desmayarse? —preguntó su mujer colocándolo bien para que sus alas no estuviesen mal desplegadas. Parecía un insecto pinchado en una vitrina y me sentí fatal.
—No —le contesté, admirada por su calma. Yo estaba casi frenética—. Empezó como a recitar un soneto o algo así. —Me estiré el cuello del pijama y me encogí—. Se va a poner bien, ?verdad?
Ella se puso de rodillas junto a él. Pareció más aliviada al pasarle un dedo cuidadosamente bajo el ojo hinchado.
—Está bien. Si estaba maldiciendo o recitando poesía es que está bien. Si me hubieses dicho que estaba cantando, me preocuparía. —Pasó sus manos lentamente sobre él y su mirada se quedó perdida—. Una vez que llegó a casa cantando casi lo perdemos.
Sus ojos se despejaron. Apretó los labios en una sonrisa triste y abrió la bolsa que sus hijos le habían traído. Sentí una gran culpabilidad.