Corté el tomate con el cuchillo y lo piqué en daditos peque?os.
—Encaja en cierto modo. Tiene la fuerza interior, la elegancia y el poder personal de un vampiro pero sin la cercanía física. Y apuesto mi vida a que no es ni un brujo ni un hechicero. No es solo porque no tenga ni rastro de olor a secuoya; es por la forma de moverse, por la luz en el fondo de sus ojos… —Me quedé en silencio al rememorar el ilegible verde de sus ojos.
Ivy se bajó de la encimera, robando una rodaja de pepperoni de la pizza. La puse al otro lado del fregadero, alejándola de ella, pero la siguió y cogió otra. Oímos un suave zumbido cuando Jenks entró volando por la ventana. Tenía un champi?ón en los brazos casi tan grande como él, e introdujo un olor a tierra en la cocina. Miré a Ivy y ella se encogió de hombros.
—Hola, Jenks —dijo dirigiéndose de nuevo hacia su silla en el rincón de la cocina. Aparentemente habíamos superado la prueba de ?puedo estar junto a ti sin morderte?—. ?Y tú qué piensas? ?Es Trent un hombre lobo?
Jenks dejó caer su champi?ón mientras levantaba su carita llena de rabia. Sus alas se convirtieron en un remolino.
—?Cómo voy a saber si Trent es un lobo o no? —saltó—. No pude acercarme lo suficiente, me pillaron, ?vale? A Jenks lo han pillado, ?estás contenta ahora? —Voló hasta la ventana, colocandose junto al se?or Pez. Con las manos en las caderas, se quedó mirando la oscuridad.
Ivy sacudió la cabeza con aire indignado.
—Así que te pillaron. Menuda sorpresa. Sabían quién era Rachel y no veo que esté quejándose por eso.
En realidad ya me había desahogado con una rabieta de camino a casa, lo que podría explicar el extra?o ruido que hacía el coche de Francis cuando lo dejé en el aparcamiento del centro comercial a la sombra de un árbol.
Jenks salió disparado para quedarse suspendido a cinco centímetros de la nariz de Ivy. Sus alas estaban rojas de ira.
—Si un jardinero te encerrase en una bola de cristal ya veríamos si eso no te daba una nueva perspectiva de la vida, se?orita Siempre Feliz y Contenta.
Mi mal genio se evaporó al ver al pixie de diez centímetros enfrentarse a una vampiresa.
—Déjalo ya, Jenks —dije suavemente—. No creo que fuese un jardinero de verdad.
—?Ah, sí? —dijo sarcásticamente volando hacia mí—, ?tú crees?
Detrás de él, Ivy fingía estrujar a Jenks entre su índice y el pulgar. Levantó los ojos al cielo y volvió a sus mapas. Se hizo un silencio incómodo, pero no llegaba a resultar embarazoso. Jenks revoloteó hasta el champi?ón y me lo trajo con toda su tierra. Llevaba puesto un atuendo muy informal y holgado de seda del color del musgo húmedo, y por la forma parecía un jeque del desierto. Llevaba el pelo rubio peinado hacia atrás y me pareció que olía a jabón. Nunca había visto a un pixie relajado con su ropa de andar por casa. Era agradable.
—Toma —dijo tímidamente haciendo rodar el champi?ón hasta donde yo estaba—. Lo he encontrado en el jardín y pensé que quizá lo quisieses para tu pizza de esta noche.
—Gracias, Jenks —dije, sacudiéndole la tierra.
—Oye —dijo dando tres pasos atrás. Sus alas oscilaban entre la inmovilidad y el movimiento frenético—. Lo siento, Rachel. Se supone que debía apoyarte, no dejarme cazar.
Qué embarazoso resultaba que alguien del tama?o de una libélula se disculpase por no protegerme, pensé.
—Sí, bueno, los dos metimos la pata —dije, con tono agrio deseando que Ivy no estuviese mirando. Ignoré el bufido de Ivy, enjuagué el champi?ón y lo corté. Jenks parecía satisfecho y se dedicó a hacer molestos círculos alrededor de la cabeza de Ivy hasta que ella lo espantó de allí a manotazos.
Entonces la abandonó para volver junto a mí.
—Voy a averiguar a qué huele Kalamack aunque me maten —dijo Jenks mientras yo colocaba su contribución sobre la pizza—. Ahora es una cuestión personal.
Bueno, pensé, ?por qué no? Respiré hondo y le dije:
—Voy a volver ma?ana por la noche —dije, pensando en mi amenaza de muerte. En algún momento cometería un error y al contrario que Ivy, yo no podría volver de entre los muertos—. ?Quieres venir conmigo, Jenks? No como apoyo, sino como compa?ero.
Jenks se elevó con las alas tornándose moradas.
—Puedes apostarte los pantis de tu madre a que sí.
—Rachel —exclamó Ivy—, ?qué crees que estás haciendo?
Abrí la bolsa de mozzarela y la eché sobre la pizza.
—Estoy haciendo a Jenks socio de pleno derecho. ?Algún problema? Ha estado trabajando muchas horas extra por nada.
—No —dijo clavando su mirada en mí desde el otro lado de la cocina—, ?me refiero a lo de volver a casa de Kalamack!
Jenks revoloteó junto a mí para hacer frente común.
—Cierra la boca, Tamwood. Necesita un disco para probar que Kalamack es un traficante de biofármacos.
—No tengo elección —dije sacudiendo la bolsa de queso tan fuerte que lo repartí por la encimera.