Bruja mala nunca muere

La miré por el rabillo del ojo. No si están muertos, pensé acordándome de mi padre. En ese caso, puede que entre en lo de venganza.

 

La cocina se quedó en silencio mientras espolvoreaba una fina capa de parmesano sobre la salsa. únicamente el ruido seco de los rotuladores de Ivy rompía el silencio. Todos entraban en el cubilete y los esporádicos repiqueteos me estaban atacando los nervios. El ruido cesó y me detuve alarmada. Su cara se ensombreció. No podía ver si sus ojos se volvían negros. Mis latidos se aceleraron y no me atreví a moverme, esperando.

 

—?Por qué no me clavas una estaca, Rachel? —dijo con exasperación apartándose el pelo a un lado para mostrarme sus airados ojos marrones—. No voy a saltarte encima. Ya te he dicho que lo del viernes fue un accidente.

 

Relajando la tensión acumulada en los hombros revolví ruidosamente en el cajón buscando un abrelatas para los champi?ones.

 

—Un accidente bastante acojonante —musité para mí mientras vaciaba el líquido de la lata.

 

—Lo he oído. —Vaciló un momento. Otro rotulador aterrizó en el cubilete con un repiqueteo—. Tú… ?te has leído el libro? —preguntó.

 

—Casi todo —admití para luego estremecerme—, ?por qué? ?Estoy haciendo algo mal?

 

—Me estás irritando, eso es lo que estás haciendo mal —dijo elevando la voz—. Deja de vigilarme. No soy un animal. Puede que sea vampiresa, pero sigo teniendo alma.

 

Me mordí la lengua para evitar siquiera articular una respuesta. Sonó un fuerte repiqueteo cuando Ivy soltó todos los rotuladores en el cubilete. El silencio se podía cortar cuando se acercó de nuevo sus mapas. Le di la espalda para demostrarle que confiaba en ella, aunque no era verdad. Puse el pimiento en la tabla de cortar y abrí de golpe un cajón rebuscando ruidosamente hasta que encontré un cuchillo enorme. Era demasiado grande para cortar pimientos, pero me sentía vulnerable y ese era el cuchillo que me apetecía usar.

 

—Eh —Ivy titubeó—, no pensarás ponerle pimientos a eso, ?verdad?

 

Suspiré y dejé el cuchillo a un lado. Probablemente no podría ponerle nada a la pizza más que queso. En silencio volví a guardar el pimiento en la nevera.

 

—?Qué es una pizza sin pimientos? —murmuré bajito.

 

—Comestible —fue su rápida respuesta, e hice una mueca. Se suponía que no debía haber oído eso. Recorrí la encimera con los ojos repasando los sabrosos ingredientes que había reunido allí.

 

—?Y los champi?ones?

 

—No se puede comer una pizza sin ellos.

 

Coloqué las finas láminas de la seta marrón sobre el parmesano. Los dedos de Ivy tamborilearon sobre el mapa y no pude evitar echarle una mirada furtiva.

 

—No me has contado qué hiciste con Francis —dijo.

 

—Lo dejé con el maletero abierto. Alguien lo rociará con agua salada. Creo que le he roto el coche. Ya no acelera en ninguna marcha o por mucho que le pise.

 

Ivy soltó una carcajada y se me erizó la piel. Como retándome a objetar, se levantó y se apoyó contra la encimera. La tensión volvió a apoderarse de mí y se duplicó cuando Ivy se acercó para sentarse con una controlada lentitud en la encimera junto a mí.

 

—Entonces —dijo abriendo un paquete de pepperoni y metiéndose una rodaja provocativamente en la boca—, ?qué crees que es?

 

Estaba comiendo. Estupendo.

 

—?Francis? —pregunté sorprendida de que me lo preguntase—. Es un idiota.

 

—No, Trent.

 

Extendí la mano para que me pasase el pepperoni y ella me dejó el paquete en la palma.

 

—No lo sé, pero no es un vampiro. Se pensó que mi perfume era para disimular mi olor a bruja, no, eh, para ocultar el tuyo. —Me sentí incómoda teniéndola tan cerca. Coloqué el pepperoni como si fuesen cartas alrededor de la pizza—. Y sus dientes no son afilados.

 

Terminé y dejé el paquete en la nevera, fuera del alcance de Ivy.

 

—Puede habérselos limado. —Ivy se quedó mirando la nevera y el desaparecido pepperoni—. Le resultaría más difícil ser un vampiro practicante pero se puede hacer.

 

Mi mente rememoró la tabla 6.1 con sus dos explicativos diagramas y me estremecí. Para disimular me acerqué a coger el tomate. Ivy asentía mientras yo movía la mano dubitativa.

 

—No —dije convencida—, carece de esa falta de comprensión del espacio personal que todos los vampiros vivos que he conocido, aparte de ti, parecen tener.

 

En cuanto lo dije, desee poder retirarlo. Ivy se irguió y me pregunté si la antinatural distancia que establecía entre ella y todos los demás tenía algo que ver con hecho de no ser un vampiro practicante. Debía de ser frustrante cuestionarse cada movimiento, preguntándose si estaba motivado por su mente o por su hambre. No era de extra?ar que Ivy tendiese a montar en cólera. Estaba luchando contra un instinto con miles de a?os de antigüedad sin que nadie la ayudase a encontrar el camino. Titubeé y luego le pregunté:

 

—?Hay alguna forma de saber si Trent es el delfín humano de un vampiro?

 

—?Un delfín humano? —repitió sorprendida—. Esa es otra idea.