Ivy se inclinó hacia delante con exagerada lentitud.
—Ya sé que quieres cazarlo, pero piénsalo bien, Rachel. Trent podría acusarte de allanamiento y de hacerte pasar por un agente de la SI, o incluso de mirar mal a sus caballos. Si te pillan estás acabada.
—Si acuso a Trent sin pruebas sólidas se librará de los tribunales con tecnicismos. —No podía mirarla—. Tiene que ser rápido y a prueba de idiotas. Algo a lo que los medios de comunicación puedan hincarle el diente y tirar del hilo. —Mis movimientos eran temblórosos al intentar recoger el queso que había tirado fuera y ponerlo en la pizza—. Tengo que hacerme con uno de esos discos y pienso hacerlo ma?ana.
Ivy emitió un ruidito de incredulidad.
—No me puedo creer que vuelvas enseguida, sin plan, sin preparación. Nada. Ya has intentado acercarte sin haberlo pensado antes y te pillaron.
Mi cara se puso roja de rabia.
—Solo porque no planifique mis viajes al cuarto de ba?o no significa que no sea una buena cazarrecompensas —repliqué, molesta.
Ivy apretó la mandíbula.
—Yo nunca he dicho que fueses una mala cazarrecompensas. únicamente digo que un poco de planificación te evitaría algunos errores embarazosos como el de hoy.
—?Errores! —exclamé—. Mira, Ivy, soy muy buena en mi trabajo.
Arqueó sus finas cejas.
—No has hecho una captura en condiciones en los últimos seis meses.
—No ha sido culpa mía, era por Denon. él mismo lo admitió. Y si tan mal lo hago, ?por qué me suplicaste que te dejase venir conmigo?
—No te supliqué —dijo Ivy. Entornó los ojos y sus mejillas enrojecieron de rabia.
No quería discutir con ella así que me giré para meter la pizza en el horno. La ráfaga de aire caliente me dio en la cara y me metió la punta del pelo en los ojos.
—Sí que lo hiciste —murmuré sabiendo que podía oírme—. Sé exactamente lo que voy a hacer —dije luego más alto.
—?En serio? —dijo justo detrás de mí. Contuve un grito de sorpresa e hice unos aspavientos con las manos. Jenks seguía sentado en el alféizar junto al se?or Pez, un poco pálido—. Entonces cuéntame —dijo con tono cargado de sarcasmo—, ?cuál es tu plan perfecto?
No quería que notase que me había asustado así que pasé rozándola y deliberadamente le di la espalda para raspar la harina pegada a la encimera con el cuchillo grande. Se me erizó el pelo de la nuca y me volví para encontrarla exactamente donde estaba antes, aunque ahora tenía los brazos cruzados y una sombra oscura empa?aba sus ojos. Se me aceleró el pulso. Sabía que no debía discutir con ella.
Jenks pasó volando entre Ivy y yo.
—?Cómo vamos a entrar, Rachel? —preguntó, posándose junto a mí en la encimera.
Me sentía más segura con él vigilándola y volví a darle la espalda intencionadamente.
—Voy a entrar convertida en visón. —Ivy repitió su bufido de incredulidad y me puse tensa. Recogí la harina con la mano y la tiré a la basura—. Aunque me vieran no sabrían que soy yo. Será visto y no visto. —Las palabras de Trent acerca de mis actividades resonaron en mi cabeza y me sorprendí.
—Colarse en la oficina de un concejal no es un simple visto y no visto —dijo Ivy rezumando tensión—, es un delito mayor.
—Con Jenks entraré y saldré de la oficina en dos minutos. Y del edificio en diez.
—Y estarás enterrada en el sótano de la torre de la SI en una hora —dijo Ivy, y la tensión emanaba palpablemente de ella—. Estás loca. Los dos estáis locos perdidos. Es una fortaleza en mitad del maldito bosque. Y eso no es un plan, es una idea. Los planes se ponen por escrito.
Su tono se había vuelto desde?oso y me hizo ponerme aún más tensa.
—Si planificase las cosas ya me habrían matado tres veces —dije—. No necesito un plan. Uno aprende todo lo que puede y luego simplemente se hace. Los planes no pueden prever las sorpresas.
—Si usases un plan, no te encontrarías con sorpresas.
Ivy se me quedó mirando y tragué saliva. Tenía algo más que una sombra negra en los ojos y eso me quitó el apetito.
—Tengo opciones mucho más placenteras si lo que buscas es suicidarte —susurró.
Jenks aterrizó en mi pendiente, haciendo que apartase los ojos de Ivy.
—Esta es la primera cosa inteligente que hace en toda la semana —dijo—, así que déjala ya, Tamwood.
Ivy entornó los ojos y di un rápido paso atrás mientras ella estaba distraída.
—Eres igual que ella, pixie —dijo ense?ando los dientes. Los dientes de los vampiros eran como las pistolas: no se debían desenfundar a menos que fueses a usarlos.
—?Déjala hacer su trabajo! —le gritó Jenks.
Ivy se crispó. Una corriente fría me pasó por la nuca mientras Jenks agitaba las alas como si fuese a echar a volar.