Bruja mala nunca muere

Me masajeé las sienes con la punta de los dedos. Keasley, el anciano del otro lado de la calle me lo había advertido.

 

Se oyó un tercer golpe más fuerte que el anterior. Ivy y yo miramos fijamente hacia la puerta. Podía oír mis latidos. Me preguntaba si Ivy los oiría también. Tras un buen rato, sonaron unos golpecitos en la puerta. La tensión me invadió y oí a Ivy respirar hondo, concentrándose.

 

—?Papá? —dijo Jax en voz baja. Sonó una vocecita en el pasillo y Jax se precipitó hacia la puerta—. ?Papá! —gritó.

 

Me puse en pie tambaleante y con los hombros hundidos. Encendí la luz, arrugando los ojos por la repentina claridad y mirando el reloj que Ivy me había prestado. Las cinco y media. Solo llevaba durmiendo una hora.

 

Ivy se levantó con asombrosa rapidez, abrió la puerta y se asomó afuera, el borde de su bata flotando tras ella. Me estremecí cuando se marchó. No había sido mi intención pegarle. No, eso no era cierto. Sí había sido mi intención, pero era porque pensaba que me quería convertir en su aperitivo de madrugada.

 

Jenks entró como un ciclón y casi se estrelló contra la ventana al intentar aterrizar.

 

—?Jenks? —dije, decidiendo que mis disculpas a Ivy podían esperar—, ?estás bien?

 

—Bueeeeeno —dijo arrastrando las vocales como si estuviese borracho—. No tendremos que preocuparnos por las hadas en una temporada.

 

Miré sorprendida el pincho de acero que tenía en una mano. Tenía una empu?adura de madera y era del tama?o de un palillo de dientes, se tambaleó y cayó de culo, doblándose accidentalmente las alas inferiores. Jax ayudó a su padre a ponerse de pie.

 

—?Papá? —dijo preocupado.

 

Jenks estaba hecho un desastre. Una de sus alas superiores estaba hecha jirones. Sangraba por varios ara?azos, uno justo bajo un ojo. El otro estaba cerrado por la hinchazón. Se apoyó pesada mente en Jax, quien a duras penas conseguía mantenerlo en pie.

 

—Aquí —dije colocando la mano detrás de Jenks y obligándolo a sentarse en mi palma—, vamos a la cocina. La luz allí es mejor. Quizá pueda vendarte el ala.

 

—Ya no hay luz —balbuceó Jenks—, la rompí. —Gui?ó el ojo, esforzándose por enfocar—. Lo siento.

 

Preocupada, ahuequé la otra mano sobre él, ignorando sus ahogadas protestas.

 

—Jax, ve a buscar a tu madre —le ordené. Cogió la espada de su padre y salió disparado a ras del techo—. ?Ivy? —grité asomándome al oscuro pasillo—. ?Qué sabes de pixies?

 

—Aparentemente, no lo suficiente —dijo justo detrás de mí y di un respingo.

 

Encendí la luz con el codo y entré en la cocina. Nada. Las luces estaban rotas.

 

—Espera —dijo Ivy—, hay cristales por todo el suelo.

 

—?Cómo lo sabes? —dije incrédula, pero dudé. No quería arriesgarme a andar con los pies descalzos en la oscuridad. Ivy despejó el camino delante de mí moviéndose como una ráfaga negra y me estremecí al notar la fría brisa de sus movimientos. Se estaba volviendo más vampírica. Oí el crujir de cristales y luego el tubo fluorescente sobre el horno parpadeó hasta encenderse, iluminando la cocina con una desagradable frialdad.

 

El fino cristal de los tubos fluorescentes del techo cubría ahora el suelo. Había una especie de bruma acre en el aire. Arqueé las cejas sorprendida al darme cuenta de que se trataba de una nube de polvo de hadas. Se me pegó a la garganta y dejé a Jenks en la encimera antes de que el polvo me hiciese estornudar y se me cayese accidentalmente.

 

Conteniendo la respiración fui a la ventana para abrirla del todo. El se?or Pez se sacudía impotente en el fregadero. Su pecera se había roto. Con cuidado lo rescaté de entre los gruesos trozos de cristal, llené un vaso de plástico de agua y lo eché dentro. El se?or Pez se contoneó, se estremeció y se hundió hasta el fondo. Lentamente sus agallas comenzaron a abrirse y cerrarse. Estaba bien.

 

—?Jenks? —dije volviéndome hacia él. Estaba de pie justo donde lo había dejado—. ?Qué ha pasado?

 

—Les ganamos —dijo en un volumen apenas audible y escorándose hacia un lado.

 

Ivy sacó la escoba de la despensa y empezó a barrer los cristales formando un montoncito con ellos.

 

—Se pensaban que yo no sabía que estaban aquí —continuó Jenks mientras yo revolvía los cajones en busca de esparadrapo y me sobresaltaba al encontrarme con el ala cortada de un hada. Se parecía más al ala de una mariposa luna que a la de una libélula.

 

Dejó un polvillo verde y morado en mis dedos. Con cuidado la aparté a un lado. Había varios hechizos muy complicados que requerían polvo de hadas. Dios mío, pensé volviendo la cara. Iba a vomitar. Alguien había muerto y yo estaba pensando en utilizar una parte de su cuerpo para hacer un hechizo.