—?Basta! —grité antes de que se fuese. Quería que se quedase donde estaba—. Ivy, si tienes una idea mejor, dímela, si no, cállate.
Ambos miramos a Ivy, pensando estúpidamente que juntos éramos más fuertes que por separado. Sus ojos se volvieron completamente negros. Se me secó la boca. Ivy no parpadeaba, sus ojos brillaban con una promesa que por ahora era solo una insinuación. Un hormigueo me subió desde la barriga hasta la garganta. No sabría decir si era miedo o expectación. Me miró a los ojos sin respirar. No me mires el cuello, pensé aterrorizada. Ay, Dios, no me mires el cuello.
—?Sapos y culebras! —susurró Jenks.
Pero de pronto Ivy se estremeció, girándose para inclinarse sobre el fregadero. Yo temblaba y juraría que oí un suspiro de alivio de Jenks. Me acababa de dar cuenta de que esto podía haber acabado muy, muy mal.
La voz de Ivy parecía de ultratumba cuando volvió a hablar.
—Vale —dijo hacia el fregadero—, ve a que te maten. Id los dos.
Se movió bruscamente y yo di un respingo. Encorvada y apesadumbrada salió dando zancadas de la cocina. Demasiado rápido para ser verdad nos llegó el sonido del portazo de la puerta principal y luego el silencio. Alguien iba a pasarlo mal esta noche.
Jenks echó a volar desde mi pendiente y se posó en el alféizar.
—?Qué le pasa a esta? —preguntó combativo en el repentino silencio—. Casi parecía que se preocupaba por nosotros.
Capítulo 16
Desperté de mi profundo sue?o sobresaltada por el ruido de cristales rotos. Olía a incienso y madera. Abrí los ojos de golpe. Ivy estaba inclinada sobre mí con su cara a centímetros de la mía.
—?No! —grité lanzando los pu?os en un ataque de pánico ciego. Mi pu?o la alcanzó en el estómago. Ivy se dobló por la mitad y cayó al suelo, luchando por respirar. Me revolví para agazaparme en la cama. Mis ojos volaban de la ventana a la puerta. Mi corazón daba saltos en mi pecho y me quedé helada por la dolorosa oleada de adrenalina. Ivy estaba entre mi única salida y yo.
—Espera —dijo entrecortadamente. La manga de su bata cayó hasta el codo cuando levantó el brazo para alcanzarme.
—?Maldita vampiresa chupasangre traidora! —dije entre dientes.
Me sobresalté al ver a Jenks, no, Jax, venir volando desde el alféizar y acercarse a mí.
—Se?orita Rachel —dijo distraído y tenso—. Nos atacan. Hadas —dijo, casi escupiendo la última palabra.
Hadas, pensé, dejándome llevar por el pánico. Miré mi bolso. No podía luchar contra las hadas con mis amuletos. Eran demasiado rápidas. Lo mejor que podía hacer era intentar aplastar a una. Oh, Dios mío. Nunca había matado a nadie en toda mi vida. Ni accidentalmente. Era una cazarrecompensas, maldita sea. La idea era entregarlos con vida, no muertos. Pero las hadas…
Volví la vista hacia Ivy y me puse roja al darme cuenta de lo que hacía en mi habitación. Con toda la gentileza que pude reunir salí de la cama.
—Lo siento —susurré ofreciéndole la mano.
Inclinó la cabeza para verme a través de su pelo. El dolor apenas si ocultaba su enfado. Estiró una mano blanca y tiró de mí. Golpeé el suelo con un grito, entrándome de nuevo el pánico cuando cubrió mi boca con mano firme.
—Cállate —resolló junto a mi mejilla—, ?quieres que nos maten a todos? Ya están dentro.
Abrí los ojos de par en par y susurré entre sus dedos:
—No pueden entrar, es una iglesia.
—Las hadas no reconocen los lugares sagrados —dijo—, les trae sin cuidado.
?Ya estaban dentro! Viendo mi miedo, Ivy retiró la mano de mi boca. Levanté la vista hacia el conducto de la calefacción. Estirando despacio el brazo lo cerré, haciendo una mueca al oír el chirrido.
Jax aterrizó en mi rodilla cubierta por el pijama.
—Han invadido nuestro jardín —dijo con una mirada asesina impropia para su cara de ni?o—. Lo van a pagar caro. Y yo aquí, atrapado cuidando de vosotras dos.
Voló hasta la ventana, indignado.
Sonó un golpe en la cocina e Ivy tiró de mí cuando intenté levantarme.
—Quédate quieta —dijo bajito—, Jenks se encargará de ellas.
—Pero… —Me tragué mi protesta cuando Ivy se giró hacia mí con los ojos negros en la penumbra del amanecer. ?Qué podía hacer Jenks contra hadas asesinas? Estaba entrenado para dar apoyo, no para la guerrilla—. Lo siento —susurré—. Por el golpe, quiero decir.
Ivy ni se movió. Un torbellino de emociones se guarecía tras sus ojos e intenté recobrar el aliento.
—Si te quisiera, brujita —dijo—, no podrías impedírmelo.
Helada, tragué saliva. Eso parecía una promesa.
—Ha cambiado algo —dijo prestando toda su atención a la puerta cerrada—, no esperaba que sucediese esto hasta dentro de otros tres días.
Una sensación preocupante me invadió. La SI había cambiado de táctica. Yo solita me lo he buscado.
—Francis —dije—. Es culpa mía. La SI ya sabe que puedo burlar su vigilancia.