Bruja mala nunca muere

Ivy miró al suelo cuando la miré inquisitivamente.

 

—Ya lo sé —dijo—, y te lo agradezco. Ayuda, pero no es culpa tuya. El olor de un vampiro persiste en aquellos que viven con él. Es una estrategia de supervivencia que pretende alargar la vida de los compa?eros de un vampiro indicándole a otros vampiros que se alejen. No creí que se notaría tanto compartiendo solo la casa y no la sangre.

 

Me recorrió un escalofrío al recordar de mis clases de latín básico que la palabra ?compa?ero? provenía del término utilizado para referirse a la comida.

 

—Yo no te pertenezco —dije.

 

—Ya lo sé. —Respiró hondo sin mirarme—. La lavanda ayuda. Quizá si cuelgas una bolsita en tu armario sea suficiente; e intenta no alterarte tanto, especialmente cuando… discutamos acciones alternativas.

 

—Vale —dije en voz baja, sabiendo lo difícil que iba a ser este acuerdo.

 

—?Sigues pensando ir a casa de Kalamack ma?ana? —preguntó Ivy. Asentí, aliviada por el cambio de tema.

 

—No quiero ir sin Jenks, pero no creo que pueda esperar hasta que vuelva a volar.

 

Ivy se quedó en silencio durante un momento.

 

—Yo te llevo en coche. Te acercaré tanto como quieras arriesgarte.

 

Abrí la boca sorprendida por segunda vez.

 

—?Por qué? Quiero decir, ?de verdad? —me corregí inmediatamente y ella se encogió de hombros.

 

—Tienes razón. Si no logras esto rápido no vivirás otra semana más.

 

 

 

 

 

Capítulo 17

 

 

—Tú no vas, querido —dijo la se?ora Jenks con tono serio. Tiré mi último trago de café por el fregadero, mirando incómoda hacia el jardín iluminado por el sol de media tarde. Preferiría estar en cualquier otro sitio ahora mismo.

 

—Y un cuerno que no —farfulló Jenks.

 

Me giré, demasiado cansada por la falta de sue?o como para disfrutar de ver a Jenks ejerciendo de calzonazos. Estaba de pie en la isla de acero inoxidable con los brazos agresivamente en jarras. Detrás de él, Ivy se afanaba sobre la mesa planeando tres rutas para llegar a la mansión de Kalamack. La se?ora Jenks estaba junto a ella. Su gesto tenso lo decía todo. No quería que su marido viniese y yo no pensaba llevarle la contraria.

 

—He dicho que no vas —dijo la mujercita, con un tono duro como el acero en la voz.

 

—No te metas, mujer —dijo. El tono de súplica arruinó su actitud de tipo duro.

 

—Claro que me meto —dijo ella con voz severa—. Todavía estás herido. Se hará lo que yo diga. Así son nuestras leyes.

 

Jenks gesticuló lastimeramente.

 

—Estoy bien. Puedo volar. Puedo luchar. Voy a ir.

 

—No lo estás. No puedes. No vas. Y hasta que yo lo diga eres jardinero, no cazarrecompensas.

 

—?Sí que puedo volar! —exclamó agitando las alas. Se elevó un dedo de altura sobre la encimera y volvió a posarse—. Lo que pasa es que tú no quieres que vaya.

 

—No pienso permitir que me digan que te mataron por mi culpa. Es mi responsabilidad mantenerte con vida y yo digo que estás herido.

 

Le eché un pellizco de comida al se?or Pez. Esto era embarazoso. Si dependiese de mí dejaría que Jenks viniese, pudiese volar o no.

 

Se estaba recuperando más rápido de lo que había imaginado. Aun así, habían pasado menos de diez horas desde que había estado recitando poesía. Miré a la se?ora Jenks con una ceja arqueada inquisitivamente. La guapa mujer pixie negó con la cabeza. No había más que hablar.

 

—Jenks —dije—, lo siento, pero hasta que no tengas su visto bueno, te quedas en el jardín.

 

Dio tres pasos y se detuvo en el borde de la encimera con los pu?os apretados.

 

Sintiéndome incómoda me acerqué a la mesa de Ivy.

 

—Entonces —dije titubeante—, ?me decías que tenías una idea para entrar?

 

Ivy se sacó el boli de entre los dientes.

 

—He estado investigando esta ma?ana en Internet…

 

—?Después de que yo me fuese a dormir? —la interrumpí.

 

Levantó la vista y me miró con sus ilegibles ojos marrones.

 

—Sí. —Apartándose hojeó entre sus mapas y sacó un folleto a todo color—. Toma, he imprimido esto.

 

Lo cogí y me senté. No solo lo había imprimido, sino que lo había doblado como suelen venir los folletos. El colorido panfleto era una publicidad para las visitas guiadas por los jardines botánicos Kalamack.

 

—?Venga a pasear por el espectacular jardín privado del concejal Trenton Kalamack? —leí en voz alta—. ?Llame con antelación para consultar precios y disponibilidad de entradas. Cerrado durante la luna llena por trabajos de mantenimiento.? —Decía más, pero ya había encontrado la forma de entrar.

 

—Tengo otro para los establos —dijo Ivy—. Organizan visitas durante todo el a?o excepto en primavera, cuando nacen los potrillos.

 

—?Qué considerados! —dije, acariciando con el dedo el brillante dibujo de los jardines. No tenía ni idea de que a Trent le interesase la jardinería. Quizá fuese brujo.