Jenks no pudo reprimir un fuerte gemido al volar la corta distancia que lo separaba de la mesa. Podía volar, pero a duras penas.
—Esto es fantástico —dije ignorando al beligerante pixie que caminaba sobre los papeles para colocarse justo en mi línea visual—. Creía que me dejarías en cualquier sitio en el bosque para que pudiese colarme andando, pero esto es genial. Gracias.
Ivy me dedicó una sincera sonrisa con los labios cerrados.
—Un poco de investigación puede ahorrarte mucho tiempo.
Contuve un suspiro. Si por Ivy fuese tendríamos un plan de seis pasos colgado sobre el váter para saber qué hacer en caso de que se atascase.
—Yo podría esconderme en un bolso —dije contemplando la idea.
Jenks resopló.
—Un bolso muy grande tendrá que ser.
—Conozco a alguien que me debe un favor —dijo Ivy—. Si mi amiga me compra la entrada, mi nombre no saldrá en la lista y podría ir disfrazada.
Ivy sonrió dejando entrever sus dientes. Yo le devolví la sonrisa tímidamente. Parecía totalmente humana bajo la luz brillante de media tarde.
—Eh —dijo Jenks mirando a su mujer—. Yo también quepo en un bolso.
Ivy se dio golpecitos en los dientes con el bolígrafo.
—Haré la visita y me dejaré el bolso olvidado en algún sitio.
Jenks se puso sobre el folleto moviendo las alas con abruptas sacudidas.
—Yo voy.
Tiré del panfleto y se tambaleó hacia atrás.
—Podemos vernos ma?ana tras la verja principal en el bosque. Allí podrás recogerme sin ser vista.
—Yo voy —dijo Jenks más alto al ver que lo ignorábamos.
Ivy se reclinó en su silla con aire satisfecho.
—Ahora esto sí parece un plan de verdad.
Qué raro. La noche anterior Ivy casi me había arrancado la cabeza cuando le sugerí algo muy parecido. Lo único que ella necesitaba eran algunos datos. Satisfecha por haber comprendido un poquito a Ivy, me levanté y abrí el armario de mis amuletos.
—Trent sabe quién eres —dije mientras revisaba mis amuletos—. Solo Dios sabe cómo lo ha averiguado. Definitivamente necesitas un disfraz. Veamos… podría hacerte parecer más vieja.
—?Es que nadie me está escuchando? —gritó Jenks con las alas rojas de rabia—. Yo voy, Rachel. Díselo a mi mujer. Estoy bien para salir.
—Un momento —dijo Ivy—, no quiero que me hechices. Ya tengo mi propio disfraz. Me giré sorprendida.
—?No quieres uno de los míos? No duele. Es solo una ilusión, no tiene nada que ver con un hechizo de transformación.
No quiso mirarme a los ojos.
—Ya he pensado en algo.
—He dicho que yo voy —gritó Jenks. Ivy se frotó los ojos con una mano.
—Jenks… —empecé a decir.
—Díselo —me interrumpió él mirando a su mujer—. Si tú dices que puedo ir ella me dejará. Ya podré volar bien para cuando vayamos.
—Mira —dije—, ya habrá otras ocasiones…
—?Para entrar en la mansión de Kalamack? —chilló—. No creo. O voy ahora o nunca. Esta es mi única oportunidad para averiguar a qué huele Kalamack. Ningún pixie ni ningún hada ha sido capaz de decir qué es y ni tú ni nadie me va a negar esa oportunidad. —Un tono de desesperación se había apoderado de su voz—. Ninguna de vosotras sois lo suficientemente grandes como para impedírmelo.
Miré a la se?ora Jenks con ojos suplicantes. Tenía razón, no habría otra oportunidad. Sería muy arriesgado y no me jugaría la vida si no estuviese ya metida en la picadora esperando a que alguien apretase el botón. La guapa pixie cerró los ojos y se cruzó de brazos. Con aire de reproche, asintió.
—Está bien —dije dirigiéndome a Jenks—, puedes venir.
—?Qué? —exclamó Ivy y tuve que encogerme de hombros con impotencia.
—Ella le ha dado permiso —dije se?alando a la se?ora Jenks—, pero solo si promete quitarse de en medio en el momento en que yo se lo diga. No pienso dejar que te arriesgues mientras no puedas volar bien.
Jenks agitó sus alas moradas por la excitación.
—Me iré cuando yo lo decida —dijo.
—Ni hablar. —Estiré los brazos en la mesa y coloqué los pu?os a ambos lados del pixie mirándolo fijamente—. Vamos bajo mis órdenes y nos iremos cuando yo lo diga. Esto es una brujocracia, no una democracia, ?entendido?
Jenks abrió la boca para protestar, pero luego miró a su mujer, quien daba golpecitos con el pie en la mesa.
—Vale —dijo sumiso—, pero solo por esta vez.
Asentí y retiré los brazos.
—?Encaja esto en tu plan, Ivy?
—?Qué más da? —Arrastró la silla y se puso de pie—. Llamaré para lo de la entrada. Tenemos que salir con tiempo para pasarnos por casa de mi amiga y estar en la estación de autobuses a las cuatro. La visita parte de allí.
Sus andares iban cambiando hacia una actitud más vampírica conforme salía de la cocina.
—Jenks, cari?o —dijo la mujer pixie en voz baja—, estaré en el jardín por si…