—Rachel… —dijo, provocándome un escalofrío con su ronca voz—, deja de estar asustada.
Mi respiración se volvió rápida y superficial. Aterrada, me obligué a mi misma a darle la espalda. ?Maldición, maldición, maldición! No era culpa mía. ?Yo no había hecho nada! Ivy estaba siendo tan normal… y ahora se ponía así. Por el rabillo del ojo la vi controlándose, luchando contra su instinto de salir de allí. Si se movía, yo podía saltar por la ventana.
Pero no se movió. Lentamente mi respiración se normalizó, el pulso se ralentizó y la tensión de Ivy se relajó. Respiré hondo y comprobé que la sombra negra de sus ojos desaparecía. Me aparté el pelo de la cara y fingí estar lavándome las manos. Ivy se acomodó en su silla. El miedo era un afrodisíaco para su hambre y yo había estado alimentándola sin ser consciente de ello.
—No tendría que haberme puesto esto —dijo en voz baja y tensa—. Te espero en el jardín mientras invocas tu hechizo. —Asentí y ella se dirigió hacia la puerta, obviamente haciendo un esfuerzo por moverse a velocidad normal. No me había dado cuenta de que se había levantado, pero allí estaba, caminando hacia el pasillo—. Y Rachel —dijo pausadamente, deteniéndose en el umbral de la puerta—, si vuelvo a ser practicante, tú serás la primera en saberlo.
Capítulo 18
—Creo que no me sacaré de la nariz nunca la peste de ese saco —dijo Jenks dando una teatral bocanada del aire fresco de la noche.
—Es un bolso —dije yo oyendo como mis palabras salían de mi boca en forma de débil chillido. Era lo único que podía pronunciar. Había reconocido de inmediato a qué olía el bolso de la madre de Ivy y el hecho de haber pasado buena parte del día dentro me daba escalofríos.
—?Habías olido algo parecido antes? —continuó Jenks despreocupadamente.
—Jenks, cállate. —Chillido, gru?ido. Adivinar qué llevaba un vampiro en el bolso cuando salía de caza no era una de mis prioridades. Intenté con todas mis fuerzas no pensar en la tabla 6.1.
—Nooo —dijo alargando la palabra—, es más un olor a almizcle, metálico… oh.
Afortunadamente el aire de la noche era muy agradable. Eran casi las diez y los jardines públicos de Trent despedían un exuberante olor a tierra húmeda. La luna era una fina curva escondida tras los árboles. Jenks y yo estábamos escondidos entre los arbustos detrás de un banco de piedra. Ivy hacía rato que se había marchado. Había dejado el bolso bajo el banco por la tarde, fingiendo estar mareada. Tras achacar su desmayo a una bajada de azúcar, la mitad de los hombres del grupo se ofrecieron a traerle una galleta del pabellón. Casi revelo nuestro escondite riéndome de Jenks, quien imitaba con mucha gracia lo que pasaba fuera del bolso. Ivy se había marchado rodeada de hombres preocupados por ella. No sabía si debía inquietarme o reírme por lo fácilmente que los había seducido.
—Es tan asqueroso como el viejo tío vampiro en la fiesta de una chica de dieciséis a?os —dijo Jenks, saliendo de entre las sombras al camino—. No he oído ni un pájaro en toda la tarde. Ni a hadas ni pixies tampoco —comentó observando la negra cubierta de árboles desde debajo de su sombrero.
—Vamos —chillé, mirando a ambos lados del vacío camino. Lo veía todo en tonos grises. No me había acostumbrado aún.
—Creo que no hay ningún hada o pixie por aquí —continuó diciendo Jenks—. Un jardín de este tama?o podría albergar a cuatro clanes sin problemas. ?Quién se encarga de las plantas?
—Quizá deberíamos ir por allí —dije sin poder evitar hablar aunque él no pudiese entenderme.
—Tienes razón —dijo Jenks, continuando con su monólogo—. Merluzos. Patanes de gruesos dedos que arrancan las plantas mustias en lugar de darles potasa. Oh, exceptuándote a ti, claro —a?adió.
—Jenks —repliqué—, eres un caso perdido.
—De nada.
No me fiaba de que, como decía Jenks, no hubiese ni hadas ni pixies y casi estaba esperando a que apareciesen frente a nosotros en cualquier momento. Después de ver las consecuencias de una escaramuza entre pixies y hadas, no tenía prisas por experimentarla en carne propia. Especialmente mientras tuviese el tama?o de una ardilla.