—Yo —dije escondiendo las u?as en mis palmas—, lo que quiero son las pruebas de que usted mató a su secretaria y de que trafica con azufre.
—Oh —dijo con un suspiro conmovedor—, quiere comprar su libertad. Debí imaginarlo. Usted, se?orita Morgan, es más compleja de lo que suponía. —Movió la cabeza asintiendo. El forro de seda de su traje acompa?aba sus movimientos con un suave murmullo—. Si me entrega a la SI sin duda se ganará su independencia, pero como comprenderá no puedo permitirlo. —Se puso recto, adoptando una actitud de hombre de negocios—. Estoy dispuesto a ofrecerle algo igual de bueno que la libertad. Quizá incluso mejor. Puedo hacer las gestiones pertinentes para que se pague su contrato con la SI. Un préstamo, si lo prefiere. Podrá pagarlo a lo largo de su carrera trabajando para mí. Puedo colocarla en una buena fundación, quizá con un peque?o grupo de empleados.
Me entró frío y después calor. Quería comprarme. Sin advertir mi creciente ira, Trent abrió una carpeta de su archivador. Sacó un par de gafas con montura de madera del bolsillo interior de la chaqueta y se las colocó sobre su peque?a nariz. Hice una mueca cuando me miró de arriba abajo, observándome bajo mi disfraz. Emitió un ruidito antes de inclinar su rubia cabeza para leer el contenido de la carpeta.
—?Le gusta la playa? —preguntó con tono jovial, y me pregunté por qué fingía necesitar las gafas para leer—. Tengo una plantación de macadamias que quiero ampliar. Está en los Mares del Sur. Incluso podría elegir los colores de la casa principal.
—Puedes irte al cuerno, Trent —dije y él me miró por encima de las gafas aparentemente sorprendido. Tenía un aire encantador y tuve que desechar ese pensamiento de mi cabeza—. Si quisiese tener a alguien tirándome de la correa, me habría quedado en la SI. El azufre sale de esas islas, y para el caso, más me valdría ser humana estando tan cerca del mar: allí no podría hacer ni siquiera un hechizo de amor.
—El sol —dijo con tono persuasivo quitándose las gafas—, la arena cálida, sin horarios fijos. —Cerró la carpeta y puso una mano encima—. Puede llevarse a su nueva amiga, ?Ivy se llama? Una vampiresa Tamwood, un buen partido. —Una sonrisa irónica apareció en su cara.
Estaba a punto de perder los estribos. Se creía que podía comprarme. El problema era que me sentía tentada y ahora estaba enfadada conmigo misma. Miré hacia abajo para verme las manos apretadas sobre el regazo.
—Sea sincera —dijo Trent haciendo girar el lápiz entre sus largos dedos con una destreza pasmosa—. Es una mujer de recursos, incluso hábil, pero nadie elude a la SI por mucho tiempo sin ayuda.
—Tengo opciones mejores —dije, esforzándome por permanecer sentada. No podía ir a ninguna parte hasta que él me dejase—. Voy a atarle a un poste en el centro de la ciudad y a demostrar que está implicado en la muerte de su secretaria y que trafica con azufre. Abandoné mi trabajo, se?or Kalamack, no mis principios.
Vi la ira reflejada en el verde de sus ojos, pero su rostro permanecía tranquilo mientras dejaba el lápiz de nuevo en el cubilete con un ruido seco.
—Puede estar segura de que mantendré mi palabra. Siempre mantengo lo que digo, ya sean promesas o amenazas. —Su voz pareció derramarse por el suelo y tuve el estúpido impulso de levantar los pies de la moqueta—. Un hombre de negocios debe hacerlo así —continuó—, o no duraría mucho en el mundo de los negocios.
Tragué saliva, preguntándome qué demonios sería. Tenía la elegancia, la voz, la rapidez y la confianza de un vampiro y por mucho que me desagradase, no podía negar su atractivo, aumentado por su fuerza personal más que por una actitud provocativa o por indirectas sexuales. Pero no era un vampiro vivo. Aunque en la superficie parecía cercano y de naturaleza afable, mantenía un espacio personal muy amplio, al contrario que los vampiros. Mantenía a la gente a distancia, demasiado lejos para seducir mediante el contacto. No, no era un vampiro, pero ?podría ser el delfín humano de un vampiro?
Elevé las cejas. Trent parpadeó al advertir que una idea me cruzaba por la mente sin saber de qué se trataba.
—?Sí, se?orita Morgan? —murmuró. Parecía incómodo por primera vez.
Me dio un vuelco el corazón.
—Su pelo se mueve de nuevo —dije intentando sorprenderlo. Entreabrió los labios y por un instante pareció no encontrar palabras.
Di un salto al oír que se abría la puerta. Jon entró, tieso y enfadado, con la actitud de un protector encadenado por aquel a quien había prometido defender. En sus manos llevaba una bola de cristal del tama?o de una cabeza. Dentro estaba Jenks. Asustada, me levanté, apretando mi bolso contra mí.
—Jon —dijo Trent atusándose el pelo a la vez que se levantaba—, gracias. ?Te importaría acompa?ar a la se?orita Morgan y a su socio hasta la salida?
Jenks estaba tan enfadado que sus alas eran un torbellino negro. Podía verlo moviendo la boca, pero no podía oír nada. Sus gestos sin embargo eran inconfundibles.