Bruja mala nunca muere

Jenks descendió hasta la palanca de cambio y adoptó su pose a lo Peter Pan con los brazos en jarras.

 

—?La entrevista durará los habituales cuarenta minutos? —preguntó—. Yo habré terminado en veinte. Si no estoy aquí cuando vuelvas, espérame a un kilómetro de la entrada y te alcanzo allí.

 

—Está bien —dije cerrando el bolso. El jardinero llevaba zapatos, no botas y estaban demasiado limpios. ?Qué clase de jardinero llevaba zapatos limpios?—. Pero ten cuidado —le dije asintiendo—. Aquí hay gato encerrado.

 

Jenks se rió por lo bajo.

 

—El día que no sea capaz de eludir a un jardinero será el día en el que me haga panadero.

 

—Bueno, deséame suerte.

 

Abrí un poco la ventana y Jenks salió volando. Mis tacones resonaron presurosos cuando fui a echar un vistazo a la parte trasera del coche de Francis. Como me había dicho Jenks, uno de los faros estaba roto. También tenía una fea abolladura. Me di la vuelta con un sentimiento de culpa. Adoptando un ritmo de respiración estable, subí los escalones hacia la puerta doble.

 

Un hombre apareció, saliendo de un recoveco oculto cuando me aproximé a la entrada y di un respingo, deteniéndome sobresaltada. Era lo suficientemente alto como para necesitar dos vistazos para verlo entero. Era muy delgado. Me recordaba a un refugiado famélico de la Europa pos Revelación: correcto, formal y estirado. El hombre incluso tenía la nariz aguile?a y el ce?o permanentemente fruncido pegado a un rostro ligeramente arrugado. Peinaba canas en la sien, que empa?aban su pelo negro como el carbón. Su discreto atuendo de pantalón gris y camisa blanca le iba a la perfección. Me arreglé el cuello de la camisa.

 

—?Se?orita Francine Percy? —dijo con una sonrisa vacía y un tono ligeramente sarcástico.

 

—Sí, hola —dije ofreciéndole un apretón de manos deliberada mente blando. Casi noté como se tensaba de repulsión—. Tengo una reunión a las doce con el se?or Kalamack.

 

—Soy Jonathan, el asesor de relaciones públicas del se?or Kalamack —dijo el hombre. Aparte de su pronunciación cuidada, no pude distinguir ningún acento en particular—. ?Me acompa?a? El se?or Kalamack la espera en su gabinete.

 

El hombre parpadeó para limpiar sus llorosos ojos. Imaginé que era por mi perfume. Quizá me hubiera pasado un poco, pero no pensaba arriesgarme a volver a despertar los instintos de Ivy.

 

Jonathan me abrió la puerta, haciendo un gesto para que pasase delante. Entré y me sorprendí al encontrar el edificio más luminoso dentro que fuera. Me había esperado una residencia privada y esto no lo era. La entrada parecía la de la sede central de una empresa de la lista de la revista Fortune, con la habitual decoración en cristal y mármol. Unas columnas blancas sujetaban el alto techo, un impresionante mostrador de caoba ocupaba el espacio entre las dos escaleras gemelas que ascendían al segundo y tercer piso. La luz lo inundaba todo. O bien entraba redirigida desde el tejado, o Trent se había gastado una fortuna en bombillas del luz natural. Una suave moqueta verde jaspeada amortiguaba cualquier eco. Había un murmullo de conversaciones en voz baja y un constante pero relajado flujo de gente inmersa en sus asuntos.

 

—Por aquí, se?orita Percy —dijo mi acompa?ante con voz suave.

 

Paseé la vista por los macetones con arbolitos de cítricos del tama?o de un hombre y seguí los rítmicos pasos de Jonathan, quien atravesó la recepción y prosiguió por una serie de pasillos. Conforme nos adentrábamos, los techos se hacían más bajos y la luz más oscura. Las texturas y los colores también se tornaban más acogedores. Casi imperceptible, el sonido del gorgoteo del agua llegó a mis oídos. No nos habíamos cruzado con nadie desde que dejamos atrás la recepción y me sentía un poco incómoda.

 

Obviamente habíamos abandonado la zona pública y entrábamos en estancias más privadas. ?Qué pasaba aquí?, me preguntaba. La adrenalina comenzó a bombear cuando Jonathan se detuvo y se llevó un dedo a la oreja.

 

—Disculpe —murmuró, alejándose unos pasos. Cuando levantó la mano advertí que en la mu?eca llevaba un micrófono en la pulsera del reloj. Inquieta, me esforcé por oír sus palabras, pero se giró para evitar que le leyese los labios.

 

—Sí, Sa'han —susurró con tono respetuoso.

 

Esperé conteniendo la respiración para oír mejor.

 

—Conmigo —dijo—, me habían informado de que era de su interés, así que me he tomado la libertad de acompa?arla hasta el porche trasero. —Jonathan se paseaba incómodo. Me lanzó una prolongada e incrédula mirada de reojo—. ?Ella?

 

No estaba segura de si debía tomarme aquello como un cumplido o un insulto y fingí estar distraída arreglándome la parte trasera de las medias y sacándome otro mechón de pelo de mi recogido para dejarlo colgando junto a mi pendiente. Me preguntaba si alguien habría investigado el maletero del coche. Se me aceleró el pulso cuando pensé en lo rápido que se podía venir todo abajo.